miércoles, 31 de diciembre de 2008

Oriana Fallaci III: “Oriana se entrevista a sí misma” & “El Apocalipsis”

Oriana Fallaci dedica el tercer libro de su trilogía, entre muchas otras víctimas de la Yihad, “a los ciento cincuenta niños y ciento noventa adultos que los ‘guerrilleros’ chechenos exterminaron con la ayuda de tres árabes. A las niñas las habían matado en las letrinas después de haberlas violado una a una”. Además, continúa Oriana, “se lo dedico al director holandés Theo van Gogh”, así como “a los soldados americanos que todos los días mueren en Irak pero nadie los llora”.
En el primer capítulo Oriana habla del cáncer que acabaría matándola:



Extractos de su tercer y último libro:

Pero aparte del hecho de que mi enfermedad nunca la he escondido, Occidente Europa e Italia están más enfermos que yo. Amiga mía, vamos a hacer una entrevista política, ¿lo sabe?

Comencemos por los ochocientos mil ejemplares o mejor por la enésima edición de su libro “La Fuerza de la Razón”, de dedicatoria feroz, diría yo.

No. Es justa y necesaria. Porque han sucedido cosas nefandas. Cosas atroces y, sin embargo, acogidas, a menudo, con las consabidas mentiras de la “resistencia iraquí”. Basta con que abra la boca para que me agredan con articulazos, grandes titulares. Es ya una moda. Pero yo seguiré hablando mientras me quede un hálito de vida. Lo importante es que al leerme alguien termine razonando y encontrando el coraje que ahora no tiene.
Me floreció entre las manos La Fuerza de la Razón, y cuando escribo un libro me comporto como una mujer embarazada que sólo piensa en el feto que está en su vientre y en nada más. Sólo cuenta él. Me percaté, sí, de que el Otro [el cáncer] se había despertado. Una tos seca, dura y parecida a la que en pocos meses se había llevado a mi padre con un cáncer de pulmón. Pero en vez de irme inmediatamente a Boston o buscar un médico en Nueva York seguí trabajando. Si voy y me confirma que se ha despertado, me opera. Si me opera, interrumpo el embarazo. Aborto. En definitiva me encontraba en las mismas circunstancias de una mujer que tiene que elegir entre la propia vida y la del hijo. [págs. 21-34]

…los hipócritas que se atreven a comparar una cabeza encapuchada [de la prisión de Abu Ghraib], la fotografía del iraquí a cuatro patas, con el vídeo de Nick Berg que es decapitado. ¿Por qué los editoriales sobre la decapitación de Nick Berg fueron tan cautos? [págs. 39s]

Significa la renuncia a hacer frente a un Hitler que nos destruirá. Hasta que un Churchill se despierta para ganarse la acusación de belicista… Ignorando tales verdades la mayoría no entiende dónde está la similitud entre ayer y hoy. Entre el nazifascismo de ayer y el llamado integrismo islámico es decir el nazi-islamismo de hoy. Porque es precisamente esa similitud la que me quita el sueño. Ese dolor de mi Otro o del cáncer de esta Eurabia de nuevo vendida por los Chamberlain y los Daladier. ¡Cuánto tendremos que tragar antes de darnos cuenta de que Eurabia, perdón, la Unión Europea es la Europa de 1938! [págs.46s]

Esos pertenecen también a la Derecha, sin embargo.

Pero qué Derecha. Hoy, para mantenerse a flote, hay que estar con la izquierda. Por lo demás, ya lo escribí en La Fuerza de la Razón: Derecha e Izquierda son ya las dos caras de la misma moneda.

¿Y cómo han reaccionado estos dos “equipos de fútbol” al segundo libro sobre el Islam?

La orden fue perentoria: “Callar. Ignorarla como a una vieja loca, que ya no goza de sus facultades mentales”. O como máximo decir: “Yo no la he leído ni lo haré”. Por eso, esta vez no hubo ofensas, ni difamaciones, ni pintadas “Fuck-you Fallaci”. Dios, qué alivio. Y qué favor. Porque eso evitó el consabido lavado de cerebro de los italianos y favoreció el éxito del libro. Un éxito mucho más inmediato que el que bendijo a La Rabia y el Orgullo. De hecho, éste tardó cerca de un año en llegar al millón de ejemplares. La Fuerza de la Razón, en cambio alcanzó los ochocientos mil ejemplares en menos de cuatro meses. Además, he permanecido casi siempre primera en las clasificaciones de los libros.

Tengo una gran curiosidad sobre aquel libro en apariencia difícil: saber quiénes son los lectores.

Los de siempre, gente del pueblo. Mi tendero me reconoció y: “¡Porca miseria, es la Fallaci! Querida Fallaci he leído su nuevo libro y no le doy un kilo de judías, le doy un kilo y medio. Y gratis”. Palabras por las que incluso los demás clientes me reconocieron y me cubrieron de abrazos. “¡Gracias, valiente!” Después fui a la gasolinera. “¡Oh usted! Mi mujer ha leído su libro. Y dice que habría que hacerle un monumento a la Oriana”. Por lo que se refiere a las cartas que recibo…

¿Quién se las manda?

Todo tipo de personas. Escuche esta de un camionero boloñés: “Querida señora, acabo de leer La Fuerza de la Razón, el único libro que he regalado a mis familiares. ¡Cuánta gente le ha caído encima, Oriana! No les haga caso. El pueblo la quiere, la quiere mucho. Me gustaría llamar a su puerta con mi mujer y llevarle muchas flores y muchos tortellini”.

¿Ninguna que le insulte?

Hasta hoy, sólo dos. No llevan remitente. Una de esas me insulta indirectamente contándome que no consigue hacer leer La Fuerza de la Razón a sus colegas y estudiantes de la Universidad de Verona. Al parecer se niegan a leerlo diciendo que la fascista soy yo.
“Querida Oriana, hasta ayer presumía de la bandera del arcoiris. En mi universidad dicen ‘a la Fallaci no hace falta leerla’ y mi profesor añade que ‘ni siquiera hay que pronunciar su nombre’. Mi chica en cambio te quiere con locura. Ha gruñido que si no los leía de principio a fin me dejaba. Los he leído, y me he dado cuenta de que he estado viviendo con gente que me tomaba el pelo. Gente que desnaturalizaba los hechos para su propio consumo. Veo lo que antes no veía, a los presuntos pacifistas les llamo belicistas, y si alguien me habla mal de la Fallaci me revuelvo como un animal”.

Léame otra.

“Apreciada señora, gracias por llamarle al pan pan y al vino vino. Gracias por ser valiente. Es muy incómodo tener las ideas que usted tiene. Incluso para nosotros los jóvenes, ¿sabe? Como mínimo te llaman racista. Hace tiempo se hizo un debate en clase. Yo puse el ejemplo de los talibanes que mataban a las mujeres por llevar las uñas pintadas, y los bienpensantes me ofendieron a muerte. Uno me gritó indignado la regla fundamental: no se pueden expresar juicios sobre los comportamientos, las costumbres y las religiones de los demás. Ayer por la noche, cenando, los amigos de mi familia dijeron que en 1945 Francia y Alemania no fueron liberadas por los americanos sino por la URSS y a mí casi me comen vivo por haber dicho que Stalin era igual que Hitler”.

Pero dígame ahora si ninguno de sus lectores le hace reproches.

Los hay. Por ejemplo, el inteligente médico de Roma me escribe: “Acabo de terminar La Fuerza de la Razón, libro que he devorado literalmente en los escasos momentos libres que me concede el trabajo. Pero en mi mente se agolpan las preguntas. ¿Qué puedo hacer yo?, ¿cómo podemos hacer sobrevivir nuestra cultura?” No tengo respuesta a la pregunta del médico amable e inteligente.

¿Realmente no la tiene?

No porque apunta a los límites y a las mentiras de la democracia. Lo sostengo también en La Fuerza de la Razón. Por medio de Tocqueville , que de esas cosas sabía lo suyo. [págs. 50-65]

¿Conoce a Fassino?

Un poco. Lo vi a finales del verano de 2002, cuando los antiglobalización querían entrar en el Centro Histórico de Florencia y pintarrajear los monumentos. Alguna gentuza de esa intentó quemar mis libros. Quemarlos como en 1933, en Berlín. [págs. 80s]

¿Pero no hay nadie en la Izquierda que suscite hoy en usted un poco de confianza?

Me temo que no. Cuando más lo pienso más me convenzo de que todos son iguales aunque con formas diferentes. Tome el caso del engreído con la cabeza rapada a lo Yul Brinner. Ese que pertenece al Partido de los Comunistas Italianos y que como el petulantísimo verde que se declaró bisexual nos aflige siempre con su manía de exhibicionismo. ¿Recuerda lo que dijo en el debatucho electoral organizado en piazza Navona?: “Desde Florencia para arriba Italia fue liberada por los partisanos comunistas”. La sangre me subió al cerebro. Ignorante, grité. ¡Florencia no fue liberada por los partisanos comunistas, por Dios! ¡Fue liberada, el 11 de agosto de 1944, por el Octavo y el Quinto Ejército de los Aliados! ¡Ignorante! ¡Vete a hablar mejor a las fosas comunes!

Vamos, no se enfade…

Es mi sacrosanto derecho el enfadarme. Porque yo estaba allí. Y no necesito leer los libros de historia que el engreído con cabeza rapada a lo Yul Brinner no ha leído, o finge no haber leído. ¡Con las ristras de balas en la espalda, balas de francotiradores que me disparaban desde los tejados, por Dios! Y yo no era una partisana comunista. De todas formas, los motivos por los que no hay nadie que me guste en esa Izquierda son otros muy diferentes.

¿Cuáles?

Ésos de los que hablo en mis dos libros. La hegemonía cultural que gracias a ello estableció la Izquierda en todos los ganglios de la sociedad. En las escuelas, en la universidad. En los periódicos, en las televisiones, en el cine. Válgame Dios, sólo la Iglesia Católica había conseguido imponer tal hegemonía cultural. Hay que volver a la tiranía con la que la Iglesia Católica nos ha atontado para encontrar algo parecido a lo que estamos viendo desde hace sesenta años en toda Europa. [págs. 84-90]

¿Se da usted cuenta de que en la última campaña electoral ninguno de ellos habló de inmigración, de los problemas relacionados con ella? Ninguno. Era un tema que tenía que ver, que tiene que ver con Europa, con nuestras ciudades. Diría que es el tema más evidente. El más urgente. Silencio de tumba. Algo así como dijesen. “¿Has visto? Esos cretinos no se dieron cuenta de que sobre la inmigración ambos hemos tenido el pico cerrado”. Me plantean la pregunta a la que no acierto a responder: “¿Y entonces con quién votamos, para quién votamos?” Y me duelo con toda el alma. [págs. 95-97 & 100]

De acuerdo. Y olvidemos el cuchillo de sierra, la cabeza en el frigorífico, hablando de Europa.

¿Qué Europa? Europa no existe. Es una mentira para mantener en pie el fortísimo euro y sostener el antiamericanismo, el odio hacia Occidente. Y sobre todo es un instrumento para introducir cada vez más invasores en nuestro territorio. [págs. 142s]

La ONU estaba tan preocupada en ser amable con el Islam que no tuvo tiempo de ocuparse del Darfur.

Todo el mundo sabe que se trata de una limpieza étnica, de un genocidio. Pero la ONU nunca habla de limpieza étnica, ni de genocidio. Sus tomas de postura son siempre a favor del Islam. ¡Caramba! La ONU nunca se ha pronunciado, de forma clara y rotunda, contra los secuestros y los asesinatos realizados por los terroristas islámicos. Nunca. La Asamblea General nunca puso en el índice a Bin Laden. [págs. 148-151]

El Islam ávido, rastrero, ambiguo. Occidente ciego, sordo, chocho. Su cáncer moral e intelectual, su debilidad, su timidez. Su masoquismo. Mi deber de hablar de todo ello, de decir lo que la gente piensa pero no dice.
Estamos en guerra. Una guerra que no queríamos, pero que el enemigo nos ha declarado y que por consiguiente tenemos que hacer. Una guerra que se alarga cada día, que cada día corre el riesgo de aniquilarnos, y que por lo tanto me atañe incluso personalmente. Haberme criminalizado e incuso demonizado, no les basta. [págs. 178s & 183]

Oriana Fallaci
En una parte de Toscana,
Verano de 2004


POSDATA: EL APOCALIPSIS

No soy la única que sostiene que con la ayuda de la Bestia el Monstruo está ya venciendo. El pasado junio Jean Raspail, el escritor que con su libro Campo de los Santos ya en 1973 había anunciado la descomposición de nuestra civilización, publicó en Le Figaro un artículo que parecía escrito por Juan el evangelista. Léalo. Habla del tam-tam martilleante que también en Francia se hace sobre la acogida, sobre el multiculturalismo, sobre los derechos del hombre aplicados a una parte solamente. Denuncia las leyes represivas que hoy se llaman antirracistas. Describe la autoagresión con la que por medio de la escuela, los partidos, los periódicos y la televisión, su país se está entregando a los inmigrantes, y concluye: “Tal situación es irreversible. En el 2050 los franceses originarios serán sólo la mitad”. Toda Europa, toda, marcha hacia su propia muerte”. [págs. 192-193]

Se ha convertido en una moda hablar del Islam Moderado.

Ya. ¿Y qué es?

¡Ni idea! Se lo pregunto a usted. ¿Es moderado o no un musulmán que no tiene vínculos con el terrorismo pero tiene dos o tres mujeres y las esclaviza, las humilla? ¿Es moderado o no un musulmán que no tiene vínculos con el terrorismo pero mata a bastonazos a la hija de diecinueve años porque se niega a casarse con el hombre que él eligió para ella? ¿Es moderado o no un musulmán que no tiene vínculos con el terrorismo pero que cuando una niña ofrece buñuelos de arroz corre enfurecido a ver al director y monta un numerito, le advierte de que no debe dejar que lleven a la escuela ese alimento manchado por el alcohol? ¿Es moderado o no un musulmán que no tiene vínculos con el terrorismo pero que se niega a aceptar nuestro sistema de vida, no quiere ni siquiera aprender el italiano? [págs. 201 & 208-210]

El Islam moderado no existe. Lo hemos inventado nosotros los occidentales con nuestro optimismo. Pero sí hay musulmanes moderados.

Claro que los hay. Obviamente los hay. Incluso según el matemático cálculo de probabilidades tiene que haberlos. Piense en mi amado Abdel Rahman al-Rashed. Pero son una minoría exigua. Tan exigua que apostar por ellos, esperar que puedan cambiar el mundo al que pertenecen es pura utopía. Abra los ojos: nueve de cada diez casos de los Abdel Rahman al-Rashed están en el cementerio o en la cárcel. En sus países no tienen peso alguno, no cuentan para nada, son ignorados. Incluso en los países que parecían tener manga ancha como Egipto o Túnez o Argelia. [págs. 219s]

Me gustaría que se equivocase

Quisiera equivocarme. Si me equivocase, moriría en paz. Bernard Lewis, el viejo sabio que llaman el historiador el Islam, nos dice que muchos occidentales se engañan pensando que el Islam radical no es una amenaza para el futuro. Nos dice que a finales del 2100 Europa será toda o casi toda musulmana. [págs. 222s]

En Turquía la práctica de matar a las hijas rebeldes u obligarlas a suicidarse es ampliamente tolerada. Esto, incluso a los más altos niveles del poder ejecutivo y judicial. Raramente las autoridades hacen investigaciones. En Arabia Saudita para no ofender al Corán dejaron quemarse a treinta y seis mujeres en un incendio. Supongo que Mortadella conoce también la historia de las cinco chicas de dieciséis años ahogadas [en el mar, también para no violar un estatuto islámico - págs. 236ss].

El mundo está en llamas, occidente hace agua por todas partes. Todos callados. Todos chantajeados por la tiranía de lo Politically Correct. [pág. 250]

[El matrimonio gay y la adopción de niños por éstos] muestra la prueba definitiva de nuestra autodisolución, del ansia de autodestrucción que devora a Occidente por medio de su cáncer intelectual y moral.
Esta Eurabia antiamericana y antiisraelí donde, no contento con haber mandado a Ohio cincuenta mil cartas invitando a no votar por Bush, el diario inglés The Guardian se atreve a escribir en su editorial que “Bush merecería que le echasen a patadas en el culo”. Esta Eurabia antisemita y anticristiana de donde el bolchevismo salió por la puerta para entrar por la ventana y donde si tocas a la Izquierda o a eso que ellos llaman Izquierda estás frito.
Fue entonces cuando me dije basta, ya no pertenezco más a Eurabia. Italia ya no es mi patria. [págs. 262-268]

¿Para ir dónde?

América es todavía el baluarte de la Libertad, y sin duda el único defensor de Occidente. Pero se agitan los mismos problemas. Piense en sus universidades invadidas por estudiantes y por profesores que apoyan el Islam. Piense en sus grandes periódicos, por ejemplo en The New York Times y en The Washington Post y en las cadenas televisivas (con la CNN a la cabeza) que apoyan las causas de lo Politically Correct. Piense en ese estúpido de Michael Moore al que le dieron el Oscar por una película que es la estatua más indigna erigida a la gloria del Monstruo. [pág. 271]
Y sin embargo, no fue eso lo que me indujo a superar el cansancio del alma, a encontrarme conmigo misma.

¿Qué fue entonces?

Fue el lago de lágrimas que en Italia vi derramar [por Arafat cuando murió]. Y también la apoteosis que le tributó el Parlamento cuando al oír el nombre de Arafat todos se pusieron de pie.
Me siento incluso un poco mejor, poniéndoles los cuernos. Quiero decir, un poco mejor respecto a cuando creía durar sólo unas cuantas semanas, unos cantos meses. No hay que ceder. Quiero resistir. Porque quiero ver la derrota del Monstruo, quiero ver la victoria del Angel que lo encarcela. Quero estar entre los que mueren sin haber tenido nunca en la frente o en la mano la marca de la esclavitud o de la complicidad. ¿Lo conoce, no, el bello pasaje en el que el evangelista Juan cuenta estas cosas? “Entonces vi bajar del cielo a un ángel que tenía en la mano la llave del abismo y una gran cadena. Y el ángel agarró al Monstruo, lo arrojó al abismo y con las llaves cerró la entrada. Y encima de él puso un sello para que no extraviase a nadie. Después, sentados en el trono, vi a aquellos a los que Dios había pedido que juzgasen a los siervos del Monstruo, a los cómplices del Monstruo. Eran las almas de los decapitados, aquellos jueces, las almas de las personas asesinadas por el Monstruo porque se habían puesto de parte del Bien. Eran también las almas de los que a los pies del Monstruo nunca se habían arrodillado, que al Monstruo nunca habían erigido estatuas, y que por lo tanto no habían tenido la marca sobre la frente y sobre la mano. Y aquellos muertos volvieron a la vida, vivieron por mil años”. [págs. 300 – final del libro]

Oriana murió poco después de haber terminado ese libro.
A pesar de que quería resistir; de que quería “ver la derrota del Monstruo” (el Islam en Occidente), la enfermedad que no se atendió a fin de cumplir con su deber de escritora, liberándonos así de nuestra ceguera, acabó con su vida.