miércoles, 31 de diciembre de 2008

Oriana Fallaci III: “Oriana se entrevista a sí misma” & “El Apocalipsis”

Oriana Fallaci dedica el tercer libro de su trilogía, entre muchas otras víctimas de la Yihad, “a los ciento cincuenta niños y ciento noventa adultos que los ‘guerrilleros’ chechenos exterminaron con la ayuda de tres árabes. A las niñas las habían matado en las letrinas después de haberlas violado una a una”. Además, continúa Oriana, “se lo dedico al director holandés Theo van Gogh”, así como “a los soldados americanos que todos los días mueren en Irak pero nadie los llora”.
En el primer capítulo Oriana habla del cáncer que acabaría matándola:



Extractos de su tercer y último libro:

Pero aparte del hecho de que mi enfermedad nunca la he escondido, Occidente Europa e Italia están más enfermos que yo. Amiga mía, vamos a hacer una entrevista política, ¿lo sabe?

Comencemos por los ochocientos mil ejemplares o mejor por la enésima edición de su libro “La Fuerza de la Razón”, de dedicatoria feroz, diría yo.

No. Es justa y necesaria. Porque han sucedido cosas nefandas. Cosas atroces y, sin embargo, acogidas, a menudo, con las consabidas mentiras de la “resistencia iraquí”. Basta con que abra la boca para que me agredan con articulazos, grandes titulares. Es ya una moda. Pero yo seguiré hablando mientras me quede un hálito de vida. Lo importante es que al leerme alguien termine razonando y encontrando el coraje que ahora no tiene.
Me floreció entre las manos La Fuerza de la Razón, y cuando escribo un libro me comporto como una mujer embarazada que sólo piensa en el feto que está en su vientre y en nada más. Sólo cuenta él. Me percaté, sí, de que el Otro [el cáncer] se había despertado. Una tos seca, dura y parecida a la que en pocos meses se había llevado a mi padre con un cáncer de pulmón. Pero en vez de irme inmediatamente a Boston o buscar un médico en Nueva York seguí trabajando. Si voy y me confirma que se ha despertado, me opera. Si me opera, interrumpo el embarazo. Aborto. En definitiva me encontraba en las mismas circunstancias de una mujer que tiene que elegir entre la propia vida y la del hijo. [págs. 21-34]

…los hipócritas que se atreven a comparar una cabeza encapuchada [de la prisión de Abu Ghraib], la fotografía del iraquí a cuatro patas, con el vídeo de Nick Berg que es decapitado. ¿Por qué los editoriales sobre la decapitación de Nick Berg fueron tan cautos? [págs. 39s]

Significa la renuncia a hacer frente a un Hitler que nos destruirá. Hasta que un Churchill se despierta para ganarse la acusación de belicista… Ignorando tales verdades la mayoría no entiende dónde está la similitud entre ayer y hoy. Entre el nazifascismo de ayer y el llamado integrismo islámico es decir el nazi-islamismo de hoy. Porque es precisamente esa similitud la que me quita el sueño. Ese dolor de mi Otro o del cáncer de esta Eurabia de nuevo vendida por los Chamberlain y los Daladier. ¡Cuánto tendremos que tragar antes de darnos cuenta de que Eurabia, perdón, la Unión Europea es la Europa de 1938! [págs.46s]

Esos pertenecen también a la Derecha, sin embargo.

Pero qué Derecha. Hoy, para mantenerse a flote, hay que estar con la izquierda. Por lo demás, ya lo escribí en La Fuerza de la Razón: Derecha e Izquierda son ya las dos caras de la misma moneda.

¿Y cómo han reaccionado estos dos “equipos de fútbol” al segundo libro sobre el Islam?

La orden fue perentoria: “Callar. Ignorarla como a una vieja loca, que ya no goza de sus facultades mentales”. O como máximo decir: “Yo no la he leído ni lo haré”. Por eso, esta vez no hubo ofensas, ni difamaciones, ni pintadas “Fuck-you Fallaci”. Dios, qué alivio. Y qué favor. Porque eso evitó el consabido lavado de cerebro de los italianos y favoreció el éxito del libro. Un éxito mucho más inmediato que el que bendijo a La Rabia y el Orgullo. De hecho, éste tardó cerca de un año en llegar al millón de ejemplares. La Fuerza de la Razón, en cambio alcanzó los ochocientos mil ejemplares en menos de cuatro meses. Además, he permanecido casi siempre primera en las clasificaciones de los libros.

Tengo una gran curiosidad sobre aquel libro en apariencia difícil: saber quiénes son los lectores.

Los de siempre, gente del pueblo. Mi tendero me reconoció y: “¡Porca miseria, es la Fallaci! Querida Fallaci he leído su nuevo libro y no le doy un kilo de judías, le doy un kilo y medio. Y gratis”. Palabras por las que incluso los demás clientes me reconocieron y me cubrieron de abrazos. “¡Gracias, valiente!” Después fui a la gasolinera. “¡Oh usted! Mi mujer ha leído su libro. Y dice que habría que hacerle un monumento a la Oriana”. Por lo que se refiere a las cartas que recibo…

¿Quién se las manda?

Todo tipo de personas. Escuche esta de un camionero boloñés: “Querida señora, acabo de leer La Fuerza de la Razón, el único libro que he regalado a mis familiares. ¡Cuánta gente le ha caído encima, Oriana! No les haga caso. El pueblo la quiere, la quiere mucho. Me gustaría llamar a su puerta con mi mujer y llevarle muchas flores y muchos tortellini”.

¿Ninguna que le insulte?

Hasta hoy, sólo dos. No llevan remitente. Una de esas me insulta indirectamente contándome que no consigue hacer leer La Fuerza de la Razón a sus colegas y estudiantes de la Universidad de Verona. Al parecer se niegan a leerlo diciendo que la fascista soy yo.
“Querida Oriana, hasta ayer presumía de la bandera del arcoiris. En mi universidad dicen ‘a la Fallaci no hace falta leerla’ y mi profesor añade que ‘ni siquiera hay que pronunciar su nombre’. Mi chica en cambio te quiere con locura. Ha gruñido que si no los leía de principio a fin me dejaba. Los he leído, y me he dado cuenta de que he estado viviendo con gente que me tomaba el pelo. Gente que desnaturalizaba los hechos para su propio consumo. Veo lo que antes no veía, a los presuntos pacifistas les llamo belicistas, y si alguien me habla mal de la Fallaci me revuelvo como un animal”.

Léame otra.

“Apreciada señora, gracias por llamarle al pan pan y al vino vino. Gracias por ser valiente. Es muy incómodo tener las ideas que usted tiene. Incluso para nosotros los jóvenes, ¿sabe? Como mínimo te llaman racista. Hace tiempo se hizo un debate en clase. Yo puse el ejemplo de los talibanes que mataban a las mujeres por llevar las uñas pintadas, y los bienpensantes me ofendieron a muerte. Uno me gritó indignado la regla fundamental: no se pueden expresar juicios sobre los comportamientos, las costumbres y las religiones de los demás. Ayer por la noche, cenando, los amigos de mi familia dijeron que en 1945 Francia y Alemania no fueron liberadas por los americanos sino por la URSS y a mí casi me comen vivo por haber dicho que Stalin era igual que Hitler”.

Pero dígame ahora si ninguno de sus lectores le hace reproches.

Los hay. Por ejemplo, el inteligente médico de Roma me escribe: “Acabo de terminar La Fuerza de la Razón, libro que he devorado literalmente en los escasos momentos libres que me concede el trabajo. Pero en mi mente se agolpan las preguntas. ¿Qué puedo hacer yo?, ¿cómo podemos hacer sobrevivir nuestra cultura?” No tengo respuesta a la pregunta del médico amable e inteligente.

¿Realmente no la tiene?

No porque apunta a los límites y a las mentiras de la democracia. Lo sostengo también en La Fuerza de la Razón. Por medio de Tocqueville , que de esas cosas sabía lo suyo. [págs. 50-65]

¿Conoce a Fassino?

Un poco. Lo vi a finales del verano de 2002, cuando los antiglobalización querían entrar en el Centro Histórico de Florencia y pintarrajear los monumentos. Alguna gentuza de esa intentó quemar mis libros. Quemarlos como en 1933, en Berlín. [págs. 80s]

¿Pero no hay nadie en la Izquierda que suscite hoy en usted un poco de confianza?

Me temo que no. Cuando más lo pienso más me convenzo de que todos son iguales aunque con formas diferentes. Tome el caso del engreído con la cabeza rapada a lo Yul Brinner. Ese que pertenece al Partido de los Comunistas Italianos y que como el petulantísimo verde que se declaró bisexual nos aflige siempre con su manía de exhibicionismo. ¿Recuerda lo que dijo en el debatucho electoral organizado en piazza Navona?: “Desde Florencia para arriba Italia fue liberada por los partisanos comunistas”. La sangre me subió al cerebro. Ignorante, grité. ¡Florencia no fue liberada por los partisanos comunistas, por Dios! ¡Fue liberada, el 11 de agosto de 1944, por el Octavo y el Quinto Ejército de los Aliados! ¡Ignorante! ¡Vete a hablar mejor a las fosas comunes!

Vamos, no se enfade…

Es mi sacrosanto derecho el enfadarme. Porque yo estaba allí. Y no necesito leer los libros de historia que el engreído con cabeza rapada a lo Yul Brinner no ha leído, o finge no haber leído. ¡Con las ristras de balas en la espalda, balas de francotiradores que me disparaban desde los tejados, por Dios! Y yo no era una partisana comunista. De todas formas, los motivos por los que no hay nadie que me guste en esa Izquierda son otros muy diferentes.

¿Cuáles?

Ésos de los que hablo en mis dos libros. La hegemonía cultural que gracias a ello estableció la Izquierda en todos los ganglios de la sociedad. En las escuelas, en la universidad. En los periódicos, en las televisiones, en el cine. Válgame Dios, sólo la Iglesia Católica había conseguido imponer tal hegemonía cultural. Hay que volver a la tiranía con la que la Iglesia Católica nos ha atontado para encontrar algo parecido a lo que estamos viendo desde hace sesenta años en toda Europa. [págs. 84-90]

¿Se da usted cuenta de que en la última campaña electoral ninguno de ellos habló de inmigración, de los problemas relacionados con ella? Ninguno. Era un tema que tenía que ver, que tiene que ver con Europa, con nuestras ciudades. Diría que es el tema más evidente. El más urgente. Silencio de tumba. Algo así como dijesen. “¿Has visto? Esos cretinos no se dieron cuenta de que sobre la inmigración ambos hemos tenido el pico cerrado”. Me plantean la pregunta a la que no acierto a responder: “¿Y entonces con quién votamos, para quién votamos?” Y me duelo con toda el alma. [págs. 95-97 & 100]

De acuerdo. Y olvidemos el cuchillo de sierra, la cabeza en el frigorífico, hablando de Europa.

¿Qué Europa? Europa no existe. Es una mentira para mantener en pie el fortísimo euro y sostener el antiamericanismo, el odio hacia Occidente. Y sobre todo es un instrumento para introducir cada vez más invasores en nuestro territorio. [págs. 142s]

La ONU estaba tan preocupada en ser amable con el Islam que no tuvo tiempo de ocuparse del Darfur.

Todo el mundo sabe que se trata de una limpieza étnica, de un genocidio. Pero la ONU nunca habla de limpieza étnica, ni de genocidio. Sus tomas de postura son siempre a favor del Islam. ¡Caramba! La ONU nunca se ha pronunciado, de forma clara y rotunda, contra los secuestros y los asesinatos realizados por los terroristas islámicos. Nunca. La Asamblea General nunca puso en el índice a Bin Laden. [págs. 148-151]

El Islam ávido, rastrero, ambiguo. Occidente ciego, sordo, chocho. Su cáncer moral e intelectual, su debilidad, su timidez. Su masoquismo. Mi deber de hablar de todo ello, de decir lo que la gente piensa pero no dice.
Estamos en guerra. Una guerra que no queríamos, pero que el enemigo nos ha declarado y que por consiguiente tenemos que hacer. Una guerra que se alarga cada día, que cada día corre el riesgo de aniquilarnos, y que por lo tanto me atañe incluso personalmente. Haberme criminalizado e incuso demonizado, no les basta. [págs. 178s & 183]

Oriana Fallaci
En una parte de Toscana,
Verano de 2004


POSDATA: EL APOCALIPSIS

No soy la única que sostiene que con la ayuda de la Bestia el Monstruo está ya venciendo. El pasado junio Jean Raspail, el escritor que con su libro Campo de los Santos ya en 1973 había anunciado la descomposición de nuestra civilización, publicó en Le Figaro un artículo que parecía escrito por Juan el evangelista. Léalo. Habla del tam-tam martilleante que también en Francia se hace sobre la acogida, sobre el multiculturalismo, sobre los derechos del hombre aplicados a una parte solamente. Denuncia las leyes represivas que hoy se llaman antirracistas. Describe la autoagresión con la que por medio de la escuela, los partidos, los periódicos y la televisión, su país se está entregando a los inmigrantes, y concluye: “Tal situación es irreversible. En el 2050 los franceses originarios serán sólo la mitad”. Toda Europa, toda, marcha hacia su propia muerte”. [págs. 192-193]

Se ha convertido en una moda hablar del Islam Moderado.

Ya. ¿Y qué es?

¡Ni idea! Se lo pregunto a usted. ¿Es moderado o no un musulmán que no tiene vínculos con el terrorismo pero tiene dos o tres mujeres y las esclaviza, las humilla? ¿Es moderado o no un musulmán que no tiene vínculos con el terrorismo pero mata a bastonazos a la hija de diecinueve años porque se niega a casarse con el hombre que él eligió para ella? ¿Es moderado o no un musulmán que no tiene vínculos con el terrorismo pero que cuando una niña ofrece buñuelos de arroz corre enfurecido a ver al director y monta un numerito, le advierte de que no debe dejar que lleven a la escuela ese alimento manchado por el alcohol? ¿Es moderado o no un musulmán que no tiene vínculos con el terrorismo pero que se niega a aceptar nuestro sistema de vida, no quiere ni siquiera aprender el italiano? [págs. 201 & 208-210]

El Islam moderado no existe. Lo hemos inventado nosotros los occidentales con nuestro optimismo. Pero sí hay musulmanes moderados.

Claro que los hay. Obviamente los hay. Incluso según el matemático cálculo de probabilidades tiene que haberlos. Piense en mi amado Abdel Rahman al-Rashed. Pero son una minoría exigua. Tan exigua que apostar por ellos, esperar que puedan cambiar el mundo al que pertenecen es pura utopía. Abra los ojos: nueve de cada diez casos de los Abdel Rahman al-Rashed están en el cementerio o en la cárcel. En sus países no tienen peso alguno, no cuentan para nada, son ignorados. Incluso en los países que parecían tener manga ancha como Egipto o Túnez o Argelia. [págs. 219s]

Me gustaría que se equivocase

Quisiera equivocarme. Si me equivocase, moriría en paz. Bernard Lewis, el viejo sabio que llaman el historiador el Islam, nos dice que muchos occidentales se engañan pensando que el Islam radical no es una amenaza para el futuro. Nos dice que a finales del 2100 Europa será toda o casi toda musulmana. [págs. 222s]

En Turquía la práctica de matar a las hijas rebeldes u obligarlas a suicidarse es ampliamente tolerada. Esto, incluso a los más altos niveles del poder ejecutivo y judicial. Raramente las autoridades hacen investigaciones. En Arabia Saudita para no ofender al Corán dejaron quemarse a treinta y seis mujeres en un incendio. Supongo que Mortadella conoce también la historia de las cinco chicas de dieciséis años ahogadas [en el mar, también para no violar un estatuto islámico - págs. 236ss].

El mundo está en llamas, occidente hace agua por todas partes. Todos callados. Todos chantajeados por la tiranía de lo Politically Correct. [pág. 250]

[El matrimonio gay y la adopción de niños por éstos] muestra la prueba definitiva de nuestra autodisolución, del ansia de autodestrucción que devora a Occidente por medio de su cáncer intelectual y moral.
Esta Eurabia antiamericana y antiisraelí donde, no contento con haber mandado a Ohio cincuenta mil cartas invitando a no votar por Bush, el diario inglés The Guardian se atreve a escribir en su editorial que “Bush merecería que le echasen a patadas en el culo”. Esta Eurabia antisemita y anticristiana de donde el bolchevismo salió por la puerta para entrar por la ventana y donde si tocas a la Izquierda o a eso que ellos llaman Izquierda estás frito.
Fue entonces cuando me dije basta, ya no pertenezco más a Eurabia. Italia ya no es mi patria. [págs. 262-268]

¿Para ir dónde?

América es todavía el baluarte de la Libertad, y sin duda el único defensor de Occidente. Pero se agitan los mismos problemas. Piense en sus universidades invadidas por estudiantes y por profesores que apoyan el Islam. Piense en sus grandes periódicos, por ejemplo en The New York Times y en The Washington Post y en las cadenas televisivas (con la CNN a la cabeza) que apoyan las causas de lo Politically Correct. Piense en ese estúpido de Michael Moore al que le dieron el Oscar por una película que es la estatua más indigna erigida a la gloria del Monstruo. [pág. 271]
Y sin embargo, no fue eso lo que me indujo a superar el cansancio del alma, a encontrarme conmigo misma.

¿Qué fue entonces?

Fue el lago de lágrimas que en Italia vi derramar [por Arafat cuando murió]. Y también la apoteosis que le tributó el Parlamento cuando al oír el nombre de Arafat todos se pusieron de pie.
Me siento incluso un poco mejor, poniéndoles los cuernos. Quiero decir, un poco mejor respecto a cuando creía durar sólo unas cuantas semanas, unos cantos meses. No hay que ceder. Quiero resistir. Porque quiero ver la derrota del Monstruo, quiero ver la victoria del Angel que lo encarcela. Quero estar entre los que mueren sin haber tenido nunca en la frente o en la mano la marca de la esclavitud o de la complicidad. ¿Lo conoce, no, el bello pasaje en el que el evangelista Juan cuenta estas cosas? “Entonces vi bajar del cielo a un ángel que tenía en la mano la llave del abismo y una gran cadena. Y el ángel agarró al Monstruo, lo arrojó al abismo y con las llaves cerró la entrada. Y encima de él puso un sello para que no extraviase a nadie. Después, sentados en el trono, vi a aquellos a los que Dios había pedido que juzgasen a los siervos del Monstruo, a los cómplices del Monstruo. Eran las almas de los decapitados, aquellos jueces, las almas de las personas asesinadas por el Monstruo porque se habían puesto de parte del Bien. Eran también las almas de los que a los pies del Monstruo nunca se habían arrodillado, que al Monstruo nunca habían erigido estatuas, y que por lo tanto no habían tenido la marca sobre la frente y sobre la mano. Y aquellos muertos volvieron a la vida, vivieron por mil años”. [págs. 300 – final del libro]

Oriana murió poco después de haber terminado ese libro.
A pesar de que quería resistir; de que quería “ver la derrota del Monstruo” (el Islam en Occidente), la enfermedad que no se atendió a fin de cumplir con su deber de escritora, liberándonos así de nuestra ceguera, acabó con su vida.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Oriana Fallaci II: La fuerza de la razón

Hace unos siglos los europeos eran más inteligentes de lo que son hoy. Si fuera leída más de lo que es por una raza que ha perdido la fe en sí misma, Oriana Fallaci sería la Carlos Martel de Europa. Ya he capturado algunos pasajes del primer libro de su trilogía en que lamenta el reciente suicidio de los europeos ante el Islam y aquí capturo algunos otros de su segundo libro, dedicado a las víctimas del terrorismo en Irak que fueron “degollados como cerdos” por islamofascistas, en la que Oriana habla también de los marines cuyos cadáveres chamuscados fueron exhibidos “y todo esto sin que los falsos pacifistas expresen la indignación expresada por las personas civilizadas ante los abusos cometidos en la cárcel de Abu Ghraib”. La lectura de los libros de Oriana Fallaci es materia obligatoria para todo disidente de la corrección política que impera en los medios de comunicación.


Extractos de su libro La Fuerza de la Razón:

Han pasado más de dos años desde el día en que, como una Casandra que habla al viento, publiqué La Rabia y el Orgullo. Y si escribes que la Tierra es redonda, no te quepa duda: te convertirán de inmediato en un fuera de ley. El infierno que aquel santo Oficio desencadenó también me ha proporcionado mucho amor. En Francia, por ejemplo, una página web abierta con el nombre de “thankyouoriana” acumuló sólo en un año cincuenta y seis mil mensajes de agradecimiento. De Bosnia, por ejemplo, de Marruecos, de Nigeria, de Irán, sobre todo por mujeres musulmanas bajo el yugo de la Sharia. En Moscú el director de una fábrica hizo una traducción pirata (en Rusia no se había publicado todavía) con la que hizo una serie de lecturas en voz alta a sus empleados. El New York Post, por ejemplo, me definió como “la excepción en una época en la que la honestidad y la claridad ya no se consideran virtudes preciosas”. Uno de Nueva York añadió: “Al parecer, el de Oriana Fallaci es el único intelecto elocuente que ha producido Europa desde que Winston Churchill pronunció su célebre discurso sobre la Cortina de Hierro". [págs. 11-14]
Pero también hubo:
Repugnantes artículos. Vehementes injurias por periódicos tanto de derechas como de izquierdas. En un periódico de extrema izquierda, el “Fuck-you Fallaci” apareció con grandes caracteres y ocupando toda la página. Obscenidades escritas en los muros de las calles (“Oriana puta”). Presentadores de televisión que durante la transmisión pintan grotescos bigotes sobre mi fotografía. Senadores y senadoras que en mis ideas ven una perturbación neurológica sugieren que me encierren en una clínica psiquiátrica. [págs. 15s]

Los charlatanes que, de buena o mala fe, le echan la culpa de la guerra a los americanos, y punto, a los israelíes, y punto. La guerra de Vietnam fue una guerra civil en todos los sentidos, y el que no lo admita es un mentiroso o un cretino. Piensa en la guerra de Camboya que fue exactamente lo mismo. [págs. 19-21]
Oriana había arriesgado su vida durante su trabajo como reportera in situ en ambas guerras. Ayer que veía las noticias era patente el sesgo pro Palestina de la televisión española estos días en que Israel emprendió una campaña militar contra Hamas.
En discursos públicos se han rebajado patéticamente a emplear mi apellido como un adjetivo despectivo, hablando de “fallaci-engaños” o “fallaci-ilusiones”, incluye también el proceso judicial que se instruyó contra mí en París en 2002 por racismo, xenofobia, blasfemia, instigación al odio contra el Islam.
En Suiza se aprobó en 1995 el artículo 261 bis del Código Penal, en el cual un inmigrante musulmán puede ganar cualquier proceso ideológico apelando al racismo religioso. En noviembre de 2002 la Oficina Federal de Justicia de Berna osó pedir mi extradición al Estado Italiano y abrieron contra mí y contra mis editores un procedimiento penal por los contenidos de La Rabia y el Orgullo. La petición fue rechazada de inmediato por el Ministro italiano de Justicia Roberto Castelli que recordó a su colega suizo que el artículo 2 y especialmente el artículo 21 de la Constitución italiana garantizan al ciudadano italiano el inviolable derecho a manifestar libremente su ideas de palabra y por escrito. Que pedir al Estado Italiano que me procesase habría atentado contra un principio fundamental de nuestra Constitución. La denominada Extrema Izquierda protestó deseando que al menos en Suiza fuese procesada.
Son muchas las víctimas del 261 y del 261 bis. El defensor de los animales suizo Erwin Kessler no soporta el sacrificio [musulmán] de animales al estilo halal y por haberlo criticado se tragó dos meses de cárcel sin derecho a libertad condicional. Gaston Armand Amadruz que publicaba un pequeño mensual revisionista (revisar la Historia es decir contarla de forma diferente de la versión oficial está hoy prohibido, viva la libertad) fue condenado en 2000 por el Tribunal de Lausana a un año de cárcel. Otra sanción es la del historiador francés Robert Faurisson. También él, y a pesar de su avanzada edad, sin derecho a libertad condicional. Para terminar tras las rejas en Berna o en Lausana o en Ginebra me basta con ir a tomarme un café a Lugano. O con encontrarme a bordo de un avión que a causa del mal tiempo o de un cambio de ruta aterrice en Zurich. [págs. 24-28]

Como es obvio, todo esto también ocurre por culpa de la filoislámica ONU. Esa ONU de la que los imbéciles y los hipócritas hablan siempre quitándose el sombrero como si fuese una cosa seria. [pág. 30]
En las siguientes páginas Oriana menciona casos más que abyectos de filoislamismo y censura de los críticos del islamofascismo de parte de la ONU y la UNESCO, por lo que comenta:
Ergo, la rabia que me consumía hace ya más de dos años no se ha aplacado. Sólo me arrepiento de haber dicho menos de lo que habría debido decir y de haber llamado sólo cigarras a los que hoy llamo colaboracionistas. Es decir traidores. Añado además que la rabia y el orgullo se casaron y han dado a luz un hijo robusto: la indignación. Y la indignación ha alimentado la reflexión, ha fortalecido la Razón. La Razón ha enfocado las verdades que los sentimientos no habían enfocado y que hoy puedo expresar sin medias tintas. Preguntándome por ejemplo: ¿qué clase de democracia es una democracia que veta disenso, lo castiga, lo transforma en delito? ¿Qué tipo de democracia es una democracia que favorece la teocracia?
Troya arde en llamas mientras Europa se convierte cada vez más en una provincia del Islam, una colonia del Islam. [págs. 34-36]
Hasta acá, el prólogo del libro. A continuación recojo los pasajes de los capítulos, comenzando por el primero, recapitulación histórica que me hizo cuestionar la imagen idealizada que tenía sobre la “edad de oro” del Islam. Oriana habla de:
…las crucifixiones de Córdoba, sobre los ahorcamientos de Granada, sobre las decapitaciones de Toledo y de Barcelona, de Sevilla y de Zamora. Las de Sevilla, decretadas por Mutamid, el rey que adornaba los jardines de su palacio con cabezas cortadas. Crucificados o decapitados o ahorcados. Y a veces empalados.
De España en el 721 pasaron a la no menos católica Francia. Tomaron Narbona. Ahí masacraron a toda la población masculina. En 731 una oleada de trescientos ochenta mil soldados de infantería y dieciséis mil de caballería llegó a Burdeos que se rindió de inmediato. De Burdeos pasó a Poitiers y si en 732 Carlos Martel no hubiese ganado la batalla de Poitiers-Tours, hoy en día los franceses también bailarían flamenco. En 827 desembarcaron en Sicilia. La islamizaron hasta que fueron expulsados por los Normandos. Llegaron hasta Roma. Para prevenir otros ataques, León IV levantó las murallas leoninas.
Abandonada Roma ocuparon Campania, ciudad en la que sacrificaban todas las noches la virginidad de una monja. ¿A que no sabes dónde? En el altar de la catedral.
Ocuparon Turín y Casale, incendiaron iglesias y bibliotecas, mataron a miles de cristianos, después pasaron a Suiza y… Hoy está de moda darse golpes de pecho a cuento de las Cruzadas, echar pestes de Occidente a cuento de las Cruzadas, considerar las Cruzadas una injusticia cometida contra los pobres musulmanes inocentes.
Al momento de capturar este pasaje se ve en la televisión la película El Reino de los Cielos donde Ridley Scott idealiza a Saladino durante la Segunda Cruzada.
Las Cruzadas fueron la respuesta a cuatro siglos de invasiones, ocupaciones vejaciones carnicerías. Fueron una contraofensiva para bloquear el expansionismo islámico en Europa, para desviarlo hacia Oriente, hacia Rusia y Siberia, donde los Tártaros convertidos al Islam estaban ya difundiendo el Corán.
Y en 1453 asediaron de nuevo Constantinopla que el 29 de mayo cayó en manos de Mehmet II, una fiera sanguinaria que estranguló a su hermano de tres años. Por cierto ¿conoces el relato que sobre la caída de Constantinopla nos ha legado el escribano Phrantez? Quizá no. Europa llora sólo por los musulmanes, pero jamás por los cristianos o los hebreos o los budistas o los hinduistas.
Irrumpen en la catedral y decapitan hasta a los recién nacidos. Y con sus cabecitas apagan las velas. Mientras, la ciudad ardía. La soldadesca crucificaba y empalaba. Los jenízaros violaban y después degollaban a las monjas (cuatro mil en unas pocas horas). Sí, sí, así fue como Constantinopla se convirtió en Estambul. Lo quieran oír o no los de la ONU.
Tres años después conquistaron Atenas. Después atacaron la república de Venecia. Luego Solimán alcanzó Buda, hoy Budapest, la incendió, y adivina cuántos húngaros terminaron inmediatamente en el mercado de esclavos que distinguía a Estambul. Cien mil. Adivina cuántos terminaron el siguiente año en los mercados. Tres millones. Solimán armó otro ejército con otros cuatrocientos cañones y en 1529 pasó de Hungría a Austria. Tras cinco semanas de inútiles asaltos prefirió retirarse. Pero en la retirada masacró a treinta mil campesinos.
La reforma de la armada le permitió convertir el Mediterráneo en el feudo marítimo del Islam, de ahí, tras haber sofocado una conjura palaciega haciendo estrangular al primero y al segundo de sus hijos y a los seis hijos de éstos, es decir, a sus nietos. [págs. 39-50]
Después de ultrajes aún peores Oriana habla de los sucesos del siguiente siglo, cuando se puso de nuevo el cerco a Viena:
Pero el hecho es que en aquella época los europeos eran más inteligentes de lo que son hoy, y excepto los franceses del rey Sol (que había firmado con el enemigo un tratado de alianza) acudieron todos a defender la ciudad considerada como el baluarte del Cristianismo. Todos. Ingleses, españoles, alemanes, ucranianos, polacos, genoveses, venecianos. El 12 de septiembre consiguieron una extraordinaria victoria que obligó a Kara Mustafa a huir abandonando camellos, elefantes, mujeres, concubinas degolladas, y… [pág. 52]
Oriana pasa luego a temas de mayor actualidad:
Son también los inmigrantes que se instalan en nuestra casa, lo que incluye Suiza donde son más del diez por ciento de la población. En la Europa sojuzgada el tema de la fertilidad islámica es un tabú que nadie se atreve a desafiar. Si lo intentas, vas derecho ante un tribunal acusado de racismo-xenofobia-blasfemia. No es casual que entre las acusaciones del proceso al que fui sometida en París figurase una frase (brutal, estoy de acuerdo, pero exacta) con la que me había traducido al francés. “Ils se multiplent comme les rats. Se multiplican como las ratas”.
Las regiones más densamente pobladas de la ex Unión Soviética son las musulmanas, comenzando por Chechenia.
Ninguna ley liberticida podrá nunca desmentir que precisamente gracias a esa extraordinaria fertilidad en los Años Sesenta y Ochenta los chiítas lograron imponerse en Beirut y destronar a la mayoría cristiano-maronita. Basta recordar aquello que Bumedián (que destituyó a Ben Bella con un golpe de Estado tres años después de la independencia de Argelia) dijo en 1974 ante la Asamblea de las Naciones Unidas: “Un día millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria”. [págs. 54-56]

Pues sí. En la Europa que arde en llamas se ha reproducido la enfermedad que el siglo pasado convirtió en fascistas incluso a los italianos no fascistas, en nazis incluso a los alemanes no nazis y en bolcheviques a los rusos no bolcheviques. Y que ahora convierte en traidores incuso a los que no querrían serlo: el miedo.
“El Islam es teocracia. La teocracia niega la democracia. Ergo, el Islam está contra la democracia”. Un silogismo que don Tassi utilizaba para explicar que en manos de una teocracia la religión sólo sirve para mantenernos en la ignorancia, privarnos del conocimiento, asesinar nuestro intelecto.
¿Es el Corán es el nuevo Das Kapital, Mahoma el nuevo Karl Marx, Bin Landen el nuevo Lenin y el Once de Septiembre la nueva toma de la Bastilla? [págs. 59-61]

FRANCIA:
Que el sueño de destruir la Torre Eiffel es ante todo una gran estupidez lo entendí una tarde de la primavera de 2002, cuando La Rabia y el Orgullo salió en Francia donde un novelista acababa de ser incriminado por haber dicho que el Corán era el libro más estúpido y peligroso del mundo. ¿Sabes quién fue el primero en amontonar leña para mi suplicio? El mismo semanario parisino al que el editor le había concedido permiso para publicar extractos del libro en primicia. Publicado, junto a mi texto, las requisitorias de los psicoanalistas, islamistas, filósofos. ¿Sabes quién prendió fuego a la pira? El periódico de extrema izquierda que me dedicó una portada con el titular “Anatomía de un Libro Abyecto”. ¿Sabes qué pasó después? Muchos libreros atemorizados se vieron obligados a venderlo a escondidas.
Oriana nos confiesa a renglón seguido cómo le afectó esto:
No hacía otra cosa más que torturarme durante esos días. No hacía otra cosa más que sacudir la cabeza y repetirme: “No lo entiendo, no lo entiendo”. [págs. 63-66]
A lo que continúa escribiendo sobre Francia, específicamente sobre los llamados “asesinatos de honor” en el mundo musulmán:
Donde hace diez años una muchacha franco-turca de Colmar fue lapidada por su familia porque se había enamorado de un católico (“Mejor muerta que deshonrada” fue el comentario de su familia). Donde el mes de noviembre de 2001 una estudiante franco-marroquí recibió veinticinco puñaladas de su padre porque estaba a punto de casarse con un corso, también católico (“Mejor presidiario que deshonrado”, fue el comentario del padre).
Marsella en la práctica ya ha dejado de ser una ciudad francesa. Es una ciudad árabe. Ve y visita el barrio de Bellevue Pyat, convertido ahora en un arrabal de porquería y delincuencia donde los policías se niegan a aventurarse. Ve y visita la famosa Rue du Bon Pasteur donde todas las mujeres van con velo, todos los hombres con chilaba y la barba larga.
El colaboracionismo [de quienes promueven aún más inmigración] nace casi siempre del miedo. Pero su caso me recuerda al de los banqueros hebreos alemanes que, confiando en salvarse, le prestaron dinero a Hitler y que, a pesar de ello, terminaron en los hornos crematorios. [págs. 67-70]

INGLATERRA:
Es en Inglaterra, no en Francia, donde viven los cerebros de esta ofensiva, ideólogos que teorizan sobre ella, los intelectuales y los editores que la propagan, los sultanes que poseen los edificios y los hoteles más bellos de Londres. Porque también allí no se hace otra cosa que publicitar la sociedad pluriétnica, plurirreligiosa, pluricultural. [págs. 75s]
Oriana dedica las siguientes páginas a hablar de la escandalosa situación no sólo en Inglaterra, sino en Alemania, Holanda, Suecia y España, donde “desde Cádiz a Sevilla, desde Córdova a Granada, los ricachones de la realeza saudita han comprado las tierras más bellas de toda la región” (la antigua Al-Andaluz) y donde hay escuelas “en que enseñan exclusivamente a memorizar el Corán”. Luego se pregunta:
Y de todo esto nace el interrogante que me desgarra desde hace dos años: ¿pero cómo es posible que hayamos llegado a esta situación?
Pasa luego revista a la situación en su propio país, Italia, en la cual cita a un yihadista que dice:
Que para conquistarnos no necesitan pulverizar nuestros rascacielos o nuestros monumentos: les basta nuestra debilidad y su fertilidad. Entendámonos, lo dijo de forma simplona, burda, pero lo dijo con mucha claridad. “Esto no significa que nosotros queramos conquistaros con los ejércitos. Quizá todos los italianos terminen convirtiéndose. Porque a cada generación nosotros nos duplicamos más. En cambio vosotros os reducís a la mitad". [págs. 95s]

No hay religión [salvo el Islam] que se identifique con la Ley. En su vocabulario ni siquiera existe el término Libertad. Para decir Libertad dicen Liberación, Hurriya, palabra que deriva del esclavo derivado. Por Dios bendito, con todo lo que hemos luchado por romper el yugo de la Iglesia. Y después de haberlo roto, ¿vamos a entregarnos al yugo de un credo que no es el nuestro? ¿Para quién ha sido redactada la Constitución? ¿Para los italianos o para los extranjeros? Pregunto, en definitiva, si los extranjeros cuentan más que los ciudadanos. Si son una especie de superciudadanos. [págs. 97-100]

“Tradición islámica” significa total subordinación de la mujer. Esclavitud total. El Proyecto de las Comunidades Islámicas pide en cambio que en nuestras escuelas se enseñe el Corán como se enseña en sus escuelas privadas o en sus mezquitas. Y esta vez, lo piden sin ambigüedad. [págs. 127 & 131]

A Italia vuestros antepasados no han traído nada salvo el grito “Mamá, los turcos”. Vuestros antepasados sólo han venido a robar. Robar y punto. Y mientras escribo, la pregunta “cómo es posible que hayamos llegado a esto” vuelve a surgir. Y mientras vuelve a surgir me pregunto si fue por falta de perspicacia o por la fatalidad del destino por lo que gente como yo no se ha dado cuenta a tiempo de lo que se nos estaba viniendo encima. [págs. 135s]

Por lo demás, nadie se dio cuenta. La Guerra Fría distraía de todo. En aquella época sólo se hablaba del comunismo. No se oía la palabra islamismo.
Mira, el mundo que vislumbré con los Black Muslims [musulmanes negros] de Miami sólo lo volví a ver en 1971. Cuando fui a Bangladesh para cubrir la guerra indo-paquistaní y en Daca asistí a la matanza de los jóvenes impuros. Vi también la cantera de cemento donde un par de días antes los musulmanes de Mujib Rahman habían masacrado a ochocientos hindúes y donde los cuerpos de los ochocientos hindúes yacían abandonados al apetito de los buitres. Miles de buitres que desenrollaban en el cielo lo que parecían larguísimas serpentinas. Pero no eran serpentinas. Eran las vísceras que entre graznidos cogían con sus picos.
Entrevisté a George Habash [el rival de Arafat], el hombre al que le debíamos la mayor parte de los atentados en Europa. Y la entrevista con Habash me abrió los ojos. Porque mientras su concienzudo guardaespaldas lo protegía apuntándome con la ametralladora a la cabeza, con suma claridad Habash me explicó que el enemigo de los árabes no era Israel: era Occidente. Y aquí escúchame bien. No pierdas una palabra, una coma de lo que voy a contar. Ahí va: “Nuestra revolución es una etapa de la revolución mundial. No se limita a la reconquista de Palestina. Es necesario que toda la nación árabe entre en guerra con América y Europa. Que desencadene una guerra total contra Occidente. Y la desencadenará. Que América y Europa sepan que estamos apenas en el principio del principio. Que lo mejor está aún por llegar”. Y añadió: “Avanzar paso a paso, milímetro a milímetro. Año tras año. Década tras década”. [págs. 146-152]

Ya habían surgido [a mediados de los años noventa] la gran mezquita de París, la gran mezquita de Bruselas, la gran mezquita de Marsella. Habían surgido grandes y pequeñas mezquitas en Londres, Birmingham, Bradford, Colonia, Hamburgo, Estrasburgo, Viena, Copenhague, Oslo, Estocolmo, Madrid, Barcelona con el dinero de Arabia Saudita y de Kuwait y de Libia. Había estallado el Renacimiento del Islam apenas caído el Muro de Berlín. Ha llegado pues el momento de responder con claridad a la pregunta que ya por dos veces he dejado en suspenso. La pregunta de cómo hemos llegado a esto, qué hay detrás de esto. [págs. 157s]
En el siguiente capítulo Oriana expone su teoría. Una vez expuesta, culpa de colaboracionismo a la izquierda europea de la situación actual, y en subsecuentes capítulos escribe:
Aclarar ante todo que cuando hablo de derecha e Izquierda no me refiero a dos entidades opuestas y enemigas. ¿Sabes por qué? Porque en Occidente la Derecha ya no existe. Por eso hay momentos en los que me maldigo por no haberlo visto antes, por haberme dejado tomar el pelo durante buena parte de mi vida. [págs. 225s & 235]

Sin embargo, las culpas [de la izquierda] superan ampliamente a los méritos. Una de estas culpas que por medio de los cineastas, periodistas, maestros de escuela, profesores universitarios, se ha envenenado a dos generaciones. Y que ahora se está envenenando a la tercera. Salieron del vientre de la Izquierda. A los antiglobalización y los sedicentes pacifistas no los ha creado mi tía. Los ha creado la Izquierda.
Habitualmente son aquellos que cuando escribía contra la guerra de Vietnam se ponían en pie para aplaudirme. En cambio desde Hanoi cuando contaba las monstruosidades del régimen comunista, me comían viva. Pero la mayor culpa con la que se manchó la Izquierda durante los últimos cincuenta años es la culpa de haber favorecido la islamización de Italia. [págs. 239s & 245]
Mahoma consumó el matrimonio con una niña de nueve años y los musulmanes devotos tratan de imitarlo (a sus treinta años, el ayatolá Jomeini se casó con una niña de diez años). En el capítulo 11 Oriana habla de los estatutos sexuales que elaboró Jomeini cuando impuso la ley de la Sharia en Irán después del régimen secular del desterrado Sha. Oriana comenta:
En 1979 la Izquierda italiana mejor dicho la europea se había enamorado de Jomeini. La izquierda habla de progreso. ¿Cómo es posible que fornique con la ideología más retrógrada y más represiva de la tierra? ¿Cómo es posible que aplauda a un mundo en el que una niña puede ser viuda a los nueve años? Sufrí una especia de enfermedad, sí. De obsesión mejor dicho. Les preguntaba a todos: “¿Tú lo entiendes, usted entiende por qué la Izquierda está de parte del Islam?” Y todos respondían: “Claro que sí. La Izquierda es tercermundista, antiamericana, antisionista. Y el Islam también”. O bien: “Simple. Con el hundimiento de la Unión Soviética y el resurgir del capitalismo en China, la Izquierda ha perdido sus puntos de referencia. Ergo, se aferra al Islam como su tabla de salvación”. Por eso seguí atormentándome hasta que me di cuenta de que mis preguntas estaban equivocadas.
Eran preguntas equivocadas porque estaban equivocados los razonamientos o mejor dicho presupuestos en los que se basaban. Primer presupuesto, que la Izquierda es laica. Pues no: no es laica. La Izquierda es confesional. Eclesiástica. De una parte sus fieles y de otra parte sus infieles más bien los perros-infieles. Como el Islam, nunca reconoce sus culpas y sus errores. Se considera infalible, nunca pide perdón. Como el Islam, no acepta que pienses de una forma diferente. Autocrática, totalitaria, incluso cuando acepta el juego de la democracia. No en vano el noventa y cinco por ciento de los italianos convertidos al Islam proceden de la Izquierda o del la Extrema Izquierda roji-negra. Como el Islam, por último, la Izquierda es antioccidental. Y el motivo por lo que es antioccidental te lo digo con un extracto del liberal austriaco Friedrich Haynek a propósito de la Rusia bolchevique y de la Alemania nazi: “Aquí no sólo se abandonan los principios de Adam Smith y de Hume, de Locke y de Milton. Aquí se abandonan las características más básicas de la civilización desarrollada por los griegos y los romanos y el cristianismo, es decir, la civilización occidental. Aquí no se renuncia sólo al liberalismo del XVIII y del XIX, es decir al liberalismo que completó dicha civilización. Aquí se renuncia al individualismo que gracias a Erasmo de Rotterdam, a Montaigne, a Cicerón, a Tácito, a Pericles, a Tucídides, heredó esa civilización. El individualismo, el concepto de individualismo, que a través de las enseñanzas proporcionadas por los filósofos de la antigüedad clásica, del cristianismo, del Renacimiento y de la Ilustración nos ha hecho tal y como somos”. [págs. 249-254]
En las siguientes páginas Oriana arremete contra aquellos que, en aras del multiculturalismo y la corrección política —jamás considerar a una cultura más patológica que la nuestra—, hacen la apologética de la ablación del clítoris en algunos países musulmanes. Una vez concluido este tema, Oriana habla sobre:
Una mezquita de Túnez donde se suele decir “espero que todos mis hijos mueran mártires”. A los tipos como yo se les procesa, se los denigra, pero a los hijos de Alá hay que tratarlos con sumo cuidado, ¿verdad? [págs. 275s]
Ya en el epílogo de su libro, Oriana cita a Tocqueville: que en las democracias, es decir: la dictadura de las mayorías, se puede decir todo menos la verdad porque la verdad pone entre la espada y la pared. “Da miedo. Los más ceden al miedo y trazan en torno una invisible pero infranqueable barrera de la cual sólo se puede o callar o unirse al coro”. Luego añade:
Cuando en el mes de octubre de 2002 publiqué en Italia el texto de la conferencia titulada “Wake up Occidente”, esperaba que en torno a él se abriese un debate. Era un texto sobre el sueño que ha narcotizado a Europa transformándola en Eurabia, y merecía una discusión. Pero… el círculo infranqueable, la barrera insuperable, existe también en América. Lo sé. De hecho, Tocqueville descubrió el triste fenómeno estudiando las democracias en América. Piensa en los oportunistas que vestidos de profesores infestan las universidades contando a los estudiantes que la cultura occidental es una cultura inferior e incluso perversa.
A tales ideologías de autoodio Oriana contrapone lo mejor que Occidente ha dado:
“El secreto de la felicidad es la libertad, y el secreto de la libertad es el coraje”, decía Pericles.
Pero en nuestro mundo gobernado por lo Politically Correct lo que impera es el—:
miedo, y expresar una opinión diferente a la expresada o aceptada por la mayoría. Miedo de no estar suficientemente alineados, obedientes, serviles, y por lo tanto poder ser condenados a la muerte civil con la que las democracias inertes chantajean a los ciudadanos. En definitiva, miedo a ser libres. A arriesgarse, a tener coraje. Hoy el coraje es una mercancía de lujo, en cambio la cobardía es el pan que se vende en las tiendas.
Si muere la democracia, la libertad se va a hacer puñetas. Porque, queridos míos, es necesario un examen de conciencia. Eso que nadie quiere hacer, se atreve a hacer. Y una vez establecido esto, intentemos responder a la pregunta más difícil que jamás me hayan planteado. La pregunta: ¿estamos todavía a tiempo de apagar el incendio?
Quizá no.
He aquí el problema, porque para apagar el incendio no basta sólo con América. No es sufriente. Es cierto que América es fuerte y generosa. Tan fuerte y tan generosa que en los últimos sesenta años ya ha apagado dos incendios. El del nazifascismo y el del comunismo. Pero para apagar este incendio hace falta ante todo y sobre todo contar con Europa. Y todo lo que sucede en Europa, en Eurabia, es declive de la Razón. Pensar ilusamente que hay un Islam bueno y un Islam malo, es decir no darse cuenta que existe sólo un Islam; no defender el propio territorio, la propia casa, los propios hijos, va contra la Razón. Ir contra la Razón es también esperar que el incendio se apague por sí solo. Por lo tanto, escuchadme bien, por favor. Escuchadme bien porque, como ya he dicho, no escribo por diversión o por dinero. Escribo porque es mi deber. Un deber que me está constando la vida. Y por deber he examinado a fondo esta tragedia, la he estudiado a fondo. En los últimos dos años no me he ocupado de otra cosa. Y me gustaría morir pensando que tanto sacrificio ha servido para algo. En mi “Wake up Occidente” decía que habíamos perdido la pasión, que es necesario reencontrar la fuerza de la pasión. Y Dios sabe que es cierto. Para no acostumbrarse, para no resignarse, para no rendirse, es necesaria la pasión. Para vivir es necesaria. Pero aquí no se trata sólo de vivir y punto. Aquí se trata de sobrevivir. [págs. 288- final del libro]

Oriana Fallaci I: La rabia y el orgullo

Oriana Fallaci es una heroína que merece un monumento en cada ciudad de Europa. Europa: una Troya en llamas por el Islam por culpa de los gobiernos, la academia antioccidental y multiculturalista, y los medios de comunicación.
Como no tengo los medios para construirle una escultura, me limito a capturar los pasajes más iluminadores de su trilogía, empezando por
La Rabia y el Orgullo (España: La Esfera de los Libros, 2002), sin intercalar puntos suspensivos al saltarme un párrafo:


Extractos de La rabia y el orgullo:

Vivo en el autoexilio político que contemporáneamente a mi padre me impuse hace muchos años. Es decir, cuando ambos nos dimos cuenta de que vivir codo a codo con una Italia cuyos ideales yacían en la basura se había convertido en algo demasiado difícil, demasiado doloroso; y desilusionados, ofendidos y heridos cortamos los lazos con la mayoría de nuestros compatriotas. [pág. 7]

Y por disciplina, por coherencia, he permanecido callada durante todos estos años como un lobo desdeñoso. Un viejo lobo consumido por el deseo de destripar las ovejas, descuartizar los conejos. Así, dieciocho días después del Apocalipsis de Nueva York [el 11 de septiembre], rompí el silencio con el larguísimo artículo que apareció en un periódico italiano. [pág. 14]

Y justo cuando me preguntaba “qué hago”, “qué hago” la TV me mostró las imágenes de los palestinos que locos de alegría celebraban la masacre. Berreaban Victoria-Victoria. Entonces, con el ímpetu de un soldado que sale de la trinchera y se lanza contra el enemigo, me arrojé sobre la máquina de escribir. Hice lo único que podía hacer: escribir. Conceptos que durante años había tenido aprisionados en mi cerebro y en mi corazón diciéndome: “Es inútil. La gente está sorda. No escucha. No quiere escuchar”. Y lo que escribí en aquellos días era realmente un llanto incontenible. Por los vivos, por los muertos. Por los que parecen vivos pero están muertos como los italianos, los europeos, que no tienen cojones [“huevos” se diría en México] para cambiar. Regresé a la máquina de escribir donde el incontenible llanto se transformó en un grito de rabia y de orgullo. Un “ J’accuse ”. Trabajé todavía un par de semanas. Sin parar, sin comer, sin dormir. No sentía ni siquiera el hambre, no sentía ni siquiera el sueño. Me sustentaba sólo con cigarrillos y café. Bien: las páginas que siguen a este prólogo son el pequeño libro, el texto completo que escribí en las dos semanas las cuales no comía, no dormía, aguantaba despierta con café y cigarrillos. [págs. 16-19 & 23]

Para comprenderlo basta mirar las imágenes que encontramos cada día en la televisión. Las multitudes que abarrotan las calles de Islamabad, las plazas de Nairobi, las mezquitas de Teherán. Los rostros enfurecidos, los puños amenazadores, las pancartas con el retrato de Bin Laden, las hogueras que queman la bandera americana y el monigote de George Bush. Quien en Occidente cierra los ojos, quien escucha los berridos Allah-akbar, Allah-akbar. ¿Simples grupos de extremistas? ¿Simples minorías de fanáticos? Son millones y millones los fanáticos. Esos millones y millones para los que Osama bin Laden es una leyenda comparable con la leyenda de Jomeini. Esos millones y millones que, desaparecido Jomeini, se reconocen en el nuevo líder, el nuevo héroe. Hace unas cuantas noches vi a los de Nairobi (lugar del que nunca se habla). Abarrotaban la plaza del mercado más que en Gaza o Islamabad o Jakarta, y un reportero de TV preguntó a un viejo: “Who is for you Bin Laden?” “A hero!, our hero!” respondió. Y el verdadero protagonista de esta guerra no es Osama bin Laden. No es la parte visible del iceberg, la cumbre de la montaña. Es la Montaña. Esa Montaña que culpa a Occidente de las pobrezas materiales del mundo islámico. [págs. 27s]

Soy Toscana y Florentina. Pienso en la Galería de la Academia con el David de Michelangelo (un David escandalosamente desnudo, Dios mío, luego especialmente mal visto por los fieles del Corán.) Y si los jodidos hijos de Alá me destruyeran uno solo de estos tesoros, uno solo, sería yo quien se convertiría en una asesina. Así que escuchadme bien, secuaces de un dios que predica el “ojo por ojo y diente por diente”: yo no tengo veinte años pero nací en la guerra, en la guerra crecí, en la guerra he vivido la mayor parte de mi existencia. De guerra entiendo y tengo más cojones que vosotros.

Apenas informado de que el artículo se estaba convirtiendo en un libro, el profesor Howard Gotlieb de la Boston University, la universidad americana que desde hace décadas recoge y cuida mi trabajo, me llamó y me preguntó: “Cómo definiremos La Rabia y el Orgullo?” “No lo sé”, respondí explicándole que esta vez no se trataría de una novela ni de un reportaje y tampoco de un ensayo o de unas memorias o de un panfleto. “Cómo esperas que se lo tomen los italianos, los europeos?” “No lo sé”, respondí. “Un sermón se juzga por los resultados, no por los aplausos o los silbidos que recibe. Y antes de ver los resultados del mío tendrá que pasar mucho tiempo. No se puede despertar de repente y con un pequeño libro escrito en pocas semanas a quien duerme como un oso en letargo. No sé tampoco si el oso despertará, profesor Gotlieb. De veras no lo sé...” En compensación sé que cuando se publicó el artículo en cuatro horas el diario agotó un millón de ejemplares y ocurrieron episodios conmovedores. Cuando el director ahora espantado vino a Nueva York para incitarme a romper el silencio ya roto, no me habló de dinero. Y esto no me desagradó. Me pareció casi elegante que él no tocase el tema del dinero respecto a un trabajo avalado por la muerte de tantas criaturas y en mi intención destinado a taladrar las orejas de los sordos, abrir los ojos de los ciegos, inducir a los descerebrados a usar el cerebro. [págs. 38-41 & 51s]

En cuanto a los que se arrojaron contra las Torres y el Pentágono, los juzgo particularmente odiosos. Se ha descubierto que su jefe Muhammad Atta dejó dos testamentos. Uno que dice: “En mis funerales no quiero seres impuros, es decir, animales y mujeres”. Otro que dice: “Ni siquiera cerca de mi tumba quiero seres impuros. Sobre todo los más impuros de todos: las mujeres embarazadas”. [pág. 62]

Intimidados como estáis por el miedo de ir a contracorriente o parecer racistas —palabra inapropiada porque como resultará claro el discurso no es sobre una raza, es sobre una religión. No entendéis o no queréis entender que aquí está ocurriendo una Cruzada al Revés. Y no tengo ninguna intención de ver mi racionalismo, mi ateísmo, ofendido y perseguido y castigado por los nuevos inquisidores de la Tierra. Por los bárbaros que usan el cerebro sólo para memorizar el Corán. Por los obtusos que rezan cinco veces al día, que cinco veces al día están arrodillados y con el trasero expuesto... [págs. 83]

“¡Racista, racista!” Fueron las cigarras, los soi-di-sant progresistas —en aquel tiempo se llamaban comunistas— los que me crucificaron. Por lo demás el insulto racista-racista me lo gritaron de igual modo cuando los soviéticos invadieron Afganistán. ¿Recuerdas a los barbudos con sotana y turbante que antes de disparar el mortero o mejor a cada golpe de mortero, berreaban preces al Señor, Allah-akbar? Yo les recuerdo bien. Y, a pesar de mi ateísmo, aquel acoplar la palabra de Dios al golpe de mortero me daba escalofríos. Horrorizada decía: “Los soviéticos son lo que son. Pero debemos admitir que con esta guerra nos protegen incluso a nosotros. Y se los agradezco”. Ayuda, ayuda: se volvieron a abrir los cielos: “¡Racista, racista!” Cegados por su mala fe, su cinismo, su oportunismo, no querían tampoco considerar las monstruosidades con las que los afganos mataban a los prisioneros soviéticos. A los prisioneros soviéticos les cortaban las piernas y los brazos, ¿recuerdas? El pequeño vicio al que sus correligionarios ya se habían dedicado en el Líbano con los cristianos y los judíos. (Y no hay que asombrarse visto que durante el siglo XIX mutilaban y mataban de la misma manera a los diplomáticos y los embajadores británicos de Kabul. Relee la historia y apunta los nombres, los apellidos, las fechas… A los diplomáticos británicos, a los embajadores, les cortaban también la cabeza. Después, con ella, jugaban al polo. Las piernas y los brazos, en cambio, los exponían en las plazas o los vendían en el bazar.) Eh, sí: también de esto rehusaban hablar las cigarras. [págs. 86s]

Si América cae, cae Europa. Cae Occidente, caemos nosotros. [pág. 89]

Durante la entrevista de la CNN, cuatro veces Christiane Amanpour le preguntó a Chirac de qué modo y en qué medida pensaba oponerse a la Yihad. Y cuatro veces eludió la respuesta escurriéndose como una anguila. Cuatro. Y la cuarta vez grité: “Monsieur le Président! ¿Recuerda el desembarco en Normandía? ¿Recuerda cuántos americanos cayeron en Normandía para expulsar de Francia a los nazis?”
El problema es que de España a Suecia, de Alemania a Grecia, ni siquiera en los otros países europeos veo a Ricardos Corazón de León. [pág. 90]

Y a propósito de inteligencia: ¿es verdad que en Europa los actuales líderes de la izquierda o de lo que llaman izquierda no quieren oír lo que digo? ¿Es verdad que al oírlo montan en cólera, berrean “Inaceptable, inaceptable”? ¿Por qué? Si las monstruosidades de su Corán osan imponerlas en mi país… Lo pretenden. Osama bin Laden ha declarado muchas veces que toda la Tierra debe ser musulmana, que todos debemos convertirnos al Islam, que por las buenas o por las malas. Y me dan ganas de invertir los papeles, de matarlo él. La Cruzada al Revés dura desde hace demasiado tiempo, amigo mío. Y seducida por nuestro bienestar, nuestras comodidades, nuestras oportunidades, alentada por la flaqueza y la incapacidad de nuestros gobernantes, sostenida por los cálculos de la Iglesia católica y por oportunismos de la izquierda, protegida por nuestras leyes complacientes. Los quince millones de musulmanes que hoy viven en Europa (¡quince!) son solamente los pioneros de las futuras oleadas. Y créeme: vendrán cada vez más. Exigirán cada vez más. Pues negociar con ellos es imposible. Razonar con ellos, impensable. Tratarlos con indulgencia o tolerancia o esperanza, un suicidio. Y cualquiera que piense lo contrario es un pobre tonto. [págs. 96-99]

A las cigarras de sexo masculino, o sea los hipócritas que nunca pronuncian una palabra contra el burkah, nunca mueven un dedo contra los nuevos nazis de la tierra, no tengo nada que decirles. A las cigarras de sexo femenino, o sea las feministas de mala memoria, por el contrario, tengo algo que decirles y aquí está. Fuera la máscara, falsas amazonas. ¿Cómo es que ante las mujeres afganas, ante las criaturas asesinadas torturadas humilladas por los cerdos-machistas con la sotana y el turbante, imitáis el silencio de vuestros varoncitos? ¿Cómo es que nunca vais a ladrar ante la embajada de Afganistán o de Arabia Saudí o de cualquier otro país musulmán? Sois y siempre habéis sido gallinas. [págs. 112-114]

Además, cada objeto sobreviviente del Pasado es sacro. Los dos Budas de Bamiyán… esos hijos de puta me los han destruido. [pág. 116]

Los he visto en Beirut. Aquella Beirut donde habían sido acogidos por los libaneses, se habían apropiado de la ciudad y luego del país entero. Dirigidos por ese Arafat que hoy se hace la víctima, que descaradamente reniega de su pasado (y presente) de terrorista.
¿Nadie se acuerda del santo eslogan lanzado por Lenin, “La religión es el opio de los pueblos”? Miradme a los ojos, cigarras de lujo y no lujo: ¿adónde ha ido vuestro laicismo? En Europa defender la propia cultura se ha convertido en un pecado mortal. [págs. 125-127]

Paren demasiado, esos hijos de Alá. Los europeos y particularmente los italianos ya no paren: estúpidos. Sus huéspedes, al contrario, no hacen más que parir. Se multiplican como ratones. [pág. 136]

Estoy diciendo que en Italia, en Europa, no hay sitio para los muecines, los minaretes, los falsos abstemios, el maldito chador. Equivaldría a regalarles nuestra alma, nuestra patria. En mi caso, Italia. Y mi Italia no se la regalo a nadie. Naturalmente mi patria, mi Italia, no es la Italia de hoy: la Italia mezquina, estúpida, cobarde. [pág. 143 & 149]

Los ex comunistas me han ofendido con su prepotencia, su terrorismo intelectual. Esos curas rojos que me trataban como una Infiel. Cuando les señalas la luna con el dedo, los cretinos miran el dedo, no la luna. [págs. 153 & 176]

¡Ah! ¡Cómo soñaba a Europa cuando era joven, muy joven! Bueno. Los italianos de las Italias que no son mi Italia cacarean que hemos hecho Europa [la Unión Europea]. Los franceses, los ingleses, los españoles, los alemanes (etcétera) que se asemejan a los italianos dicen lo mismo. Pero este Club Financiero que roba mi parmesano y mi gorgonzola, que sacrifica mi bella lengua y mi identidad nacional, que me irrita con el Politically Correct y con sus ridículas demagogias populistas, “todos los perros son iguales”, “todos los culos son iguales”, esta mentira que facilita la invasión islámica y hablando de Identidad Cultural fornica con los enemigos de la civilización, no es la Europa que yo soñaba. No es Europa, es el suicidio de Europa.
Lo que tenía que decir lo he dicho. La rabia y el orgullo me lo han ordenado. [págs. 180-final del libro]
Extensas citas a los siguientes libros de Oriana sobre la islamización también pueden leerse en este blog aquí y acá.

domingo, 21 de diciembre de 2008

La falsa y la verdadera psicología

En mi página de usuario de Wikipedia cité a Robert Godwin:
Ya van más de dos siglos desde que Kant probara la futilidad de usar el lenguaje del "esto" del naturalismo objetivo de la razón pura para describir o capturar el dominio del "yo", la subjetividad. No obstante, la envidia de la física de la mayoría de los sicólogos universitarios hace que cometan el error categorial de estudiar el yo interno como un objeto, cosa que los convierte en eruditos de lo obvio (por ejemplo, los conductistas) o en campeones de lo absurdo. Si tu única herramienta es un martillo tratarás todas las cosas como si fueran clavos, y si tu único método es la "ciencia empírica" tus conclusiones están escondidas en tu método: el yo es reducido a otro hecho objetivo, sin diferencia alguna de las rocas o los planetas.
Cuando leemos la inscripción del oráculo de Delfos, "Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses", lo último que nos viene a la mente es la sicología, el sicoanálisis y la siquiatría. Como dijo Godwin, quienes las promulgan cometen el error categorial de pretender usar el método del mundo empírico para pronunciarse sobre el reino de lo subjetivo.

Fueron los sicoanalistas quienes hace unos decenios solían decir que si Eisenhower se hubiera analizado la historia habría tomado un rumbo diferente. Pero si hay individuos que no se conocen son la mayoría de los profesionales en salud mental. Éstos han levantado un edificio ideológico ignorando la endospección entre muros; cómo fuimos tratados de chicos, y, lo más importante, cómo rescatar nuestras abismales emociones sobre ello.

Si es que la psicología del futuro (aquí sí le añado la "p") ha de promulgar un mandamiento, tendría que ser reintroducir en su estudio las humanidades y la ética: expulsadas virtualmente de su campo de estudio por las ciencias sociales y las disciplinas relacionadas con el movimiento de salud mental. Lo que es más, sólo reconociendo los daños que nos inflingieron nuestros padres, y cómo por esos daños hemos desplazado nuestra ira en otros, será posible entendernos.

En mis textos por publicar he escrito tanto sobre el tema que no creo que sea necesario hurgar más, al menos por el momento, en el asunto.
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César

Los abandonados bebés de Rousseau

A pesar de que Rousseau fue el primero que cruzó la línea de las autobiografías religiosas a las autobiografías seculares —un gigantesco avance—, tomó el título de sus Confesiones de las remotas confesiones de Agustín.

Para entender el papel que los pensadores han jugado en la historia de occidente hay que leer la devastadora crítica que hace Karl Popper sobre Platón. Popper nos dice la gran verdad acerca de los filósofos: "Debemos romper con la deferencia hacia los grandes hombres creada por el hábito". Yo le habría puesto comillas a la palabra "grandes" y habría dicho simplemente que debemos romper con el respeto a los clásicos.

Para lograrlo hay que percatarse de que "gran hombre" significa, en realidad, "individuo influyente": es decir, un individuo que otros hombres tuvieron la ocurrencia de seguir. Si mucho de lo que dicen los clásicos son patentes falsedades, sólo a través de una vocación iconoclasta el auténtico pensador podrá percatarse de las taras no sólo de ellos, sino de la humanidad. En La sociedad abierta y sus enemigos Popper se saltó de Platón a Marx. Habría que expandir su crítica a Agustín, Rousseau y a otros. Así como Agustín fue el pensador más influyente en el medievo, Rousseau fue el pensador más influyente en la edad moderna, el arquetipo del intelectual contemporáneo.

Lo primero que hay que notar sobre Rousseau es que este hombre se creía dotado de un amor excepcional hacia la humanidad, y que por medio de su puro intelecto y buena voluntad podía mostrarnos un camino más justo en cuestiones de pedagogía infantil y teoría política. Habrá pues que analizar su contribución en estos dos campos, aunque sea muy sumariamente, como corresponde a todo ensayo en internet (las grandes disertaciones son para la imprenta y el papel).

Lo que más llama la atención de este hombre que ostentaba su supuesto humanitarismo es que envió a sus cuatro bebés a un orfanato donde dos tercios de los niños morían antes del año; y los que sobrevivían se convertían en vagabundos. Esto es algo que me sorprendió enormemente al leer Los intelectuales de Paul Johnson. Este breve artículo es básicamente un resumen de lo escrito por Johnson en ese libro.

Rousseau escribió cosas como: "Aún no ha nacido la persona que pueda amarme como yo amo". "Nadie tuvo jamás mayor capacidad de amar". "Nací para ser el mejor amigo que jamás haya existido". "Dejaría esta vida con aprensión si llegara a conocer un hombre mejor que yo. Mostradme a un hombre mejor que yo, un corazón más amante, más tierno, más sensible". "La posteridad me honrará... porque es lo que me corresponde". "Si hubiera tan sólo un gobierno ilustrado en Europa, me habría erigido estatuas".

Tal megalomanía me recuerda el Ecce homo de Nietzsche. Sobra decir que, si Rousseau hubiera sido realmente un hombre con un corazón "tan amante, tan tierno y tan sensible" como nos dice, no habría abandonado a sus bebés a un destino donde morían o terminaban en la calle.

Lo que hizo Rousseau con sus hijos fue un crimen. Y esto es vital para entender por qué creo que la autobiografía secularizada de Rousseau aún se encuentran en un etapa alquimista comparada con el genuino estudio del yo. El autorretrato que Rousseau hace de sí mismo es apócrifo, un corazón que se presume sincero ante sus lectores pero que está saturado de nefando egoísmo, cegueras y fatales omisiones de un auténtico examen de conciencia.

Rousseau había dicho en sus confesiones: "Me he mostrado a mí mismo como fui, tan vil y despreciable cuando mi comportamiento fue tal". Esto es absolutamente falso. En 1764 Voltaire había acusado a Rousseau por haber abandonado a sus bebés en un orfanato. Las excusas de Rousseau ante tal acusación son paradigma de una total carencia de autocrítica, y de un remordimiento absolutamente nulo, ante sus acciones. Rousseau escribió: "¿Cómo podría tener la tranquilidad mental necesaria para mi trabajo con mi buhardilla llena de problemas domésticos y el ruido de los chicos? [...]. Sé muy bien que ningún padre es más tierno que lo que yo hubiera sido".

¡Más tierno de lo que él "hubiera sido"! Esto es una total locura. Pero sigamos escuchando a Rousseau:
¡No! Lo siento y lo afirmo a gritos, ¡es imposible! Nunca, ni por un solo momento de su vida, pudo Jean-Jacques haber sido un hombre sin sentimientos, sin compasión, o un padre desnaturalizado.
Ni por un momento de su vida... En su libro Paul Johnson dice que lo más terrible de este hombre y de otros intelectuales pagados de sí mismos no es tanto su casi nula calidad moral, sino que sus seguidores los han tomado por sus palabras, no por sus acciones. Por ejemplo, cuando Rousseau murió y fue enterrado en Île des Peupliers, ese lugar se convirtió en centro de peregrinaje para muchos hombres y mujeres que lo visitaron: como los católicos peregrinan ante las reliquias de un santo. Los hechos de la vida de Rousseau, tan horriblemente expuestos por Voltaire y sus sucesores, no perecen haberle restado luminosidad a la aureola del nuevo santo.

La veneración a Rousseau no se limita a peregrinos supersticiosos. Kant, Schiller, John Stuart Mill y Tolstoi lo alabarían en sus escritos. El poeta Shelley fue más lejos: siguiendo el ejemplo de su ídolo Rousseau, Shelley abandonó a su propio hijo en un orfanato, quien murió ahí a los dieciocho meses de internado. Johnson, quien cree que el historiador no debe reservarse el derecho a juzgar, concluye que "todo esto es muy desconcertante y sugiere que los intelectuales son tan poco razonables, tan ilógicos y tan supersticiosos como cualquiera". A mi modo de ver, lo que hicieron Rousseau y Shelley es justo lo que Lloyd deMause llama una forma discreta de infanticidio.

En La india chingada (inédito: pronto buscaré editor), cuando hablaba de mis desventuras en el Colegio Tepeyac Del Valle, me pregunté que cómo era posible que, desde la publicación del Emilio de Rousseau, un siglo después aún existieran escuelas en Europa como la que atormentó a Stefan Zweig; y dos siglos después del Emilio escuelas como la que me atormentó a mí. Cuando escribí el primer borrador de ese libro, hace ya más de ocho años, no sabía cómo contestarme. Ahora sé cómo hacerlo.

En la primera página del Emilio podemos leer:
Casos hay en que un hijo que falta el respeto a su padre puede merecer una disculpa; pero si en un lance, sea cual fuere, se hallare a un hijo de tan mal natural que falte respeto a su madre [...] bueno fuera sofocar a este desventurado, como un monstruo que no merece ver la luz del día.
En subsecuentes páginas da la impresión de que Rousseau condena la educación tradicional en términos muy semejantes a como Zweig lo haría en el siglo XX. Pero, como dije, al leer esta primera página del Emilio no pudo sino venirme a la mente el análisis de deMause sobre el impulso infanticida de los padres hacia sus hijos. El hecho que "la mayor utopía pedagógica de todos los tiempos", como la llaman los ingenuos, inicie con una monstruosidad como la que cito arriba, le pega al clavo para ilustrar aquello que en mis escritos denomino neandertalismo.

Rousseau no era, como presumía ser y como lo ven las generaciones venideras, un aventurero de la mente que, con el puro apoyo de su razón, nos ayudó a entender y construir una sociedad mejor. Más bien, fue una criatura del ambiente cultural de su tiempo. Parte de lo que dicen sus escritos no son sino lugares comunes llevados al papel en su despacho "sin los problemas domésticos y el ruido de los chicos". Por ejemplo, la propuesta de Rousseau de "sofocar" al hijo, ese "monstruo que no merece ver la luz del día" que "le falta el respeto a la madre" refleja en grado extremo lo que Alice Miller ha llamado pedagogía negra. Como lo demuestra Foucault, desde el edicto del Rey Sol en 1656 había sido la nación en que nacería Rousseau el país que dio a luz una seudociencia inquisitorial que se alía con los padres en conflictos con los hijos, la siquiatría. La cultura francesa del siglo XVIII no había reconocido la existencia de terribles abusos de los padres hacia los hijos. Ni Voltaire mismo, quien escribió que uno debe honrar a sus padres (Diccionario filosófico Tomo II, Madrid: Ediciones Temas de Hoy, publicado el año 2000, página 318). Dos siglos tendrían que pasar para que Alice Miller escribiera libros cuestionando abiertamente el mandamiento de honrar a los padres.

Rousseau no sólo fue egoísta hacia sus hijos. Acerca de Thérèse Lavasseur, quien dio a luz a los bebés que internaría en el orfanato y con quien vivió hasta que Rousseau murió, éste dijo: "Nunca sentí el menor rastro de amor por ella [...], las necesidades sensuales que satisfice con ella fueron puramente sexuales y no tenían nada que ver con ella como individuo".

En otras palabras, Thérèse era un objeto sexual. Una vez que el objeto fue usado y que Rousseau se sintió "satisfecho", desechó al producto de sus "necesidades sensuales" —los niños—, con mayor egoísmo que con el que se expresaba de su mujer.

Pero Thérèse no fue un caso aislado. Madame de Warens había rescatado a Rousseau de la indigencia. Cuando el escritor prosperó, Rousseau apenas hizo algo cuando de Warens se enfermó y murió en la pobreza. El conde de Charmette regañó a Rousseau por no "haber devuelto siquiera una parte de lo que le había costado a su generosa benefactora". Y algo análogo podría decirse de la conducta de Rousseau hacia Madame d'Épinay, otra de sus numerosas benefactoras.

Las relaciones de Rousseau con sus colegas fueron malas. Se peleó con Diderot, a quien tantos favores debía, y además de Voltaire se peleó con David Hume, quien tan hospitalario había sido con él cuando lo invitó a Inglaterra.

Rousseau desarrolló una visión paranoica con Hume. Se metió en la cabeza la idea de que Hume era el cerebro de un vasto complot internacional contra él que implicaba a un gran número de personas. Llegó a creer que su vida peligraba, y cuando salió de Inglaterra se encerró en el camarote de un barco con la idea que Thérèse era parte del complot que intentaba retenerlo en ese país. El complot era
Inmenso, inconcebible [...]. Construirán a mi alrededor un cerco impenetrable de penumbra [...]. Si viajo, todo estará preparado por anticipado para vigilarme en cualquier sitio que vaya. Se pasará el dato a pasajeros, cocheros, poderosos.
No cabe duda que la tradición occidental ha sido infinitamente estúpida al considerar a los paranoicos Agustín y a Rousseau como conocedores de su alma.

Nadie que sea ciego ante sus defectos puede llegar a ser un autobiógrafo de verdad. No está de más refrasear a Zweig. Como la autobiografía requiere de la verdad desnuda, nos dice Zweig, el autobiógrafo ha de jugar el papel de denunciante de sus defectos. Sólo un individuo maduro, uno completamente familiarizado con la manera como funciona su propia mente, puede atreverse a decirlo todo sin reticencia alguna: especialmente sus defectos. Zweig concluye que por esa razón "el autorretrato psicológico ha aparecido tan tardíamente entre las artes, perteneciendo exclusivamente a nuestros días y a los venideros".

Las palabras de Zweig descalifican a Rousseau como conocedor de su propia alma. En palabras de Hume, Rousseau era "un monstruo que se veía a sí mismo como el único ser importante en el universo". Diderot añade que fue "falaz, vanidoso como Satán, desagradecido, cruel, hipócrita y lleno de malevolencia".

Es notable cómo contrastan los juicios de la gente que lo conocía con la apoteosis que occidente hizo de Rousseau. Llegado a este punto, quisiera sobrepasar los límites de la autobiografía rousseauniana porque estoy convencido que su percepción egomaníaca de sí mismo se encuentra estrechamente relacionada con los males de la humanidad. En Cómo asesinar el alma de tu hijo (inédito hasta el momento de escribir) había dicho que la postura de Freud hacia los inquisidores de antaño, y hacia los siquiatras de su tiempo, invalidaba su edificio analítico. Lo mismo piensa Paul Johnson del mayor crimen que cometió Rousseau.

Johnson escribió:
Rousseau afirma que cavilar sobre su conducta hacia sus hijos lo llevó finalmente a formular la teoría de la educación que expuso en Emilio. También ayudó claramente a dar forma a su Contrato Social, publicado el mismo año. Lo que empezó como un proceso de autojustificación para un caso particular —una serie de excusas apresuradas, mal pensadas, para un comportamiento que desde el principio debió reconocer como antinatural— evolucionó gradualmente hasta convertirse en la proposición de que la educación era la llave del perfeccionamiento social y moral y, por eso, una cuestión que concernía al Estado. El Estado debe formar la mente de todos, no sólo cuando son niños [...] sino como ciudadanos adultos. Por una extraña cadena de infame lógica moral, la iniquidad de Rousseau como padre fue vinculada con su progenie ideológica, el futuro Estado totalitario.
Esto es clave para entender lo que he estado tratando de decir al hablar tanto de Miller y deMause. Johnson usa estas duras palabras porque lo que Rousseau promovió en El contrato social iba a ser sistematizado por Marx y posteriormente institucionalizado por Lenin. Bajo el contrato social de Rousseau la obligación del individuo era "enajenarse, con todos sus derechos, a la comunidad total", es decir, someter al hombre a un gobierno tan omnipresente con sus súbditos como su padre con él. "Entregadlo por entero al Estado" para que pueda "poseer a los hombres y todos sus poderes".

Más claro caso de transferencia en política de las heridas de la infancia, como tantas veces ha escrito Miller sobre el tema, es difícil de hallar. No debe restársele parte de culpabilidad a estas fantasías rousseaunianas sobre los crímenes totalitarios que en el siglo XX se cometerían cuando tales ideas crecieron cual baobab hasta cubrir buena parte de la Tierra.

Por más dispares que ambos memorialistas sean, Agustín y Rousseau tuvieron conflictos psíquicos con quienes los criaron que acarreaban desde la infancia; conflictos que los movieron a desahogarse por medio de un libro que titularon de idéntico modo. No cabe duda que la historia de la verdadera biografía, la psicobiografía preconizada por Miller, apenas empieza.
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César

Will Durant y la nefasta influencia de Asia en Occidente

La influencia del misticismo asiático en Occidente ha sido nefasta: desde las secuelas de las invasiones de Alejandro Magno hasta la influencia contemporánea en el movimiento new age. Las extensas citas del libro de Durant, Historia de la filosofía, le pegan al clavo a lo que quiero decir. Me ahorraré poner puntos suspensivos entre corchetes para darle más agilidad al texto. En Historia de la filosofía (Joaquín Gil, editor, Buenos Aires, 1961) Will Durant escribió:

Cuando Esparta bloqueó y obligó a Atenas a rendirse (hacia finales del siglo quinto a. de J.C.), la madre de la filosofía griega y del arte perdió la supremacía política y declinaron el vigor y la independencia del espíritu griego. Cuando en 399 (a. de J.C.) fue ejecutado Sócrates, el alma de Atenas casi murió con él, pues se prolongó únicamente en su orgulloso discípulo, Platón. Y cuando Filipo de Macedonia derrotó a los atenienses en Queronea (338 a. de J.C.) y, tres años después, Alejandro arrasó hasta sus cimientos la gran ciudad de Tebas, a pesar de haber respetado ostentosamente la casa de Píndaro, no pudo ocultarse que la independencia de Atenas, en cuanto a gobierno y en cuanto a pensamiento, había sido irrevocablemente destruida. La dominación de la filosofía griega por el macedonio Aristóteles reflejaba el dominio en la política griega de los viriles y jóvenes países del Norte.

El mismo Alejandro, en el momento de su triunfo, fue conquistado por el alma de Oriente. Se casó (entre otras esposas que tuvo) con la hija de Darío; adoptó la diadema y el vestido real de los persas; introdujo en Europa la noción oriental del derecho divino de los reyes; y, finalmente, dejó estupefacto al escepticismo griego, al anunciarle, en magnífico estilo oriental, que él era un dios. Grecia se echó a reír; y Alejandro se entregó a la bebida hasta matarse.

Es curioso cómo leo yo la historia y cómo la leen otros. A partir de mi descubrimiento de la psicohistoria, mi visión sobre el mundo clásico cambió sustancialmente. Ahora veo cosas que antes se me pasaban del todo desapercibidas. Alejandro arrasó Tebas, donde, si bien recuerdo en una de mis lecturas, se comenzaba a cuestionar la práctica del infanticidio por medio del expósito.

Esto es absolutamente central para entender el verdadero porqué de la decadencia de Grecia. Partiendo de lo que Lloyd deMause llama evolución psicogénica, se ve claro que el mundo helénico sufrió una regresión. Los filósofos griegos aprobaban el expósito en tiempos en que Filipo V de Macedonia quería prohibir la limitación de la familia a través de esas prácticas. Y cuando posteriormente Roma conquistó la península, los decadentes griegos habían estado incrementando no sólo el aborto, sino el infanticidio, especialmente a través del expósito de bebés niñas. El saldo psicológico de esta regresión en puericultura fue una regresión al pensamiento mágico. Durant escribió:

Esta sutil infusión del alma oriental en el cuerpo fatigado del dominador griego fue continuada por la introducción de las sectas y las religiones orientales en Grecia, las cuales llegaban por aquellas mismas vías de comunicación que el joven conquistador había abierto; aquella ruptura de los diques vertió el océano del pensamiento oriental en las tierras bajas del todavía adolescente pensamiento occidental.

Las creencias místicas y supersticiosas que habían arraigado entre las poblaciones bajas de la Hélade se vieron reforzadas y se propagaron; y el espíritu oriental de apatía y resignación halló un suelo preparado en la Grecia decadente y desalentada. La introducción de la filosofía estoica en Atenas por el mercader fenicio Zenón (alrededor de 310 a. de J.C.) no fue sino una de tantas infiltraciones orientales. Tanto el estoicismo como el epicureismo, la apática aceptación de la derrota y el esfuerzo para olvidarla en brazos del placer, eran teorías para demostrar que se podía ser feliz, aunque fuera bajo el yugo y la esclavitud; exactamente lo mismo que el pesimista estoicismo oriental de Schopenhauer y el desalentado epicureismo de Renán, fueron, en el siglo XIX, símbolos de una Revolución quebrantada y de una Francia destrozada.

Claro que estas antítesis naturales de la moral filosófica no eran del todo nuevas en Grecia. Las hallamos en el sombrío Heráclito y en el "filósofo risueño" Demócrito; y vemos cómo los discípulos de Sócrates se dividieron en cínicos y cirenaicos bajo la dirección de Antístenes y Aristipo, que enaltecían los unos la escuela de la apatía, y los otros la felicidad. Pues bien, éstas eran modas exóticas de pensamiento: la imperial Atenas no las aceptó. Pero cuando Grecia vio a Queronea ensangrentada y a Tebas hecha cenizas prestó oídos a Diógenes y, una vez la gloria se hubo alejado de Atenas, ésta ya estaba madura para Zenón y Epicuro. Zenón fundó su filosofía de la apatía en un determinismo que otro estoico posterior, Crisipo, apenas pudo distinguir del fatalismo oriental. Así como Schopenhauer consideraba inútil para la voluntad individual luchar con la voluntad universal, los estoicos argüían que la indiferencia filosófica era la única actitud razonable para una vida en la cual la lucha por la existencia está condenada tan injustamente a una derrota inevitable. Puesto que la victoria es completamente imposible, hay que despreciarla. El secreto de la paz no consiste en que nuestras realizaciones sean iguales a nuestros deseos, sino rebajar nuestros deseos al nivel de nuestras realizaciones. Ante la guerra y la muerte inevitables, no queda otra sabiduría sino la ataraxia: "considerar todas las cosas con espíritu tranquilo". Bien se advierte aquí que ha desaparecido la antigua alegría pagana, y que un espíritu casi exótico tañe una lira rota.

Aquí Will Durant escribe varios párrafos sobre Lucrecio:

Y si tal es el ánimo del seguidor de Epicuro, podemos imaginarnos lo que tendría de risueño el optimismo de los estoicos declarados, como Marco Aurelio y Epiceto. No hay nada en toda la literatura tan deprimente como las Disertaciones del Esclavo, si no son las Meditaciones del emperador. "No pretendas que las cosas que han de venir sucedan como tú quieras. Por el contrario, has de querer que vengan como hayan de venir, y así harás lo que debes". No hay duda de que así uno puede dictar el futuro y jugar el papel de autoridad regia ante el universo. La historia nos dice que el amo de Epiceto, que lo trataba con insistente crueldad, un día, para pasar el rato, se entretenía en retorcerle la pierna. "Si continúas, dijo Epiceto tranquilamente, me romperás la pierna". Continuó el amo y la pierna se rompió. "¿No te decía yo —observó Epiceto dulcemente— que ibas a romperme la pierna?" Verdaderamente hallamos en esta filosofía cierta nobleza mística, como el valor tranquilo de algún pacifista de Dostoievski. "Nunca digas que has perdido alguna cosa, sino que la has devuelto. ¿Se te murió tu hijo? Lo has devuelto. ¿Se te ha muerto tu mujer? La has restituido. ¿Te han privado de tu campo? ¿Acaso no lo has devuelto también?" En tales pasajes sentimos la proximidad del cristianismo y de sus indomables mártires; y en efecto, ¿no fueron acaso fragmentos de doctrina estoica, que flotaban en la corriente del pensamiento, los que formaron la ética cristiana de la abnegación de sí mismo? En Epiceto, el alma grecorromana ha perdido su paganismo, y se halla preparada para una fe nueva. Su libro mereció el honor de ser adoptado como manual religioso por la Iglesia Cristiana primitiva. De esas Disertaciones y de las Meditaciones de Marco Aurelio a La Imitación de Cristo no hay más que un paso.

La riqueza de Roma se convirtió en pobreza, la organización en desintegración, el poder y el orgullo en decadencia y apatía. Las ciudades se desvanecían en el indistinto interior; las carreteras se hallaban en el mayor descuido y ya no rumoreaba por ellas el comercio; las pequeñas familias de los romanos distinguidos fueron suplantadas por las incultas y vigorosas cepas de los germanos que llegaban trepando las fronteras, año tras año; la cultura pagana cedió a los cultos orientales; y de un modo imperceptible el Imperio romano se convirtió en Papado.

El abismo que nos separa a nosotros, hijos tardíos del mundo grecorromano, de la visión pesimista de las religiones que surgieron en Asia, y especialmente en la India, queda reflejado en estas espléndidas páginas de Historia de la filosofía.

Las secuelas fueron muy graves. Parece increíble que durante quinientos años de la cristiandad los hombres comunes, incluyendo los reyes, no supieran leer. El saber de la cultura clásica no se había perdido: había sido voluntariamente destruido. San Gregorio mismo fue alabado por quemar bibliotecas enteras. Como ven al mundo los humanistas seculares después de Gibbon, el reino de los mil años de oscuridad se debió a que una secta tomó el poder en Europa. Yo diría que la etiología raíz de esta catástrofe fue la regresión psicogénica en que el mundo grecorromano decayó. Durant escribió:

La Iglesia, sostenida en sus primeros siglos por los emperadores, cuyos poderes absorbía poco a poco, creció rápidamente en número, en riqueza, en el carácter de su influencia. En el siglo XIII había ganado un tercio del suelo de Europa, y sus arcas reventaban con las donaciones de ricos y pobres. Durante mil años unió, con la maravilla de una creencia invariable, la mayoría de los pueblos de un continente. Jamás, antes ni después, existió organización alguna tan extensa. Pero tal unidad requería, como pensaba la Iglesia, una fe común exaltada por sanciones sobrenaturales, más allá de los cambios y corrosiones del tiempo; por eso, el dogma definido y definitivo extendió su corteza sobre el espíritu adolescente de la Europa medieval. Y debajo de esa corteza se movió estrictamente la filosofía escolástica de la fe a la razón, y viceversa, dentro de un círculo de hipótesis sin criticar y de conclusiones preestablecidas. En el siglo XIII toda la cristiandad se sintió estremecida y aguijoneada por las traducciones árabes y judías de Aristóteles; pero el poder de la Iglesia era también capaz de asegurar la metamorfosis de Aristóteles en teólogo medieval. El resultado fue de sutileza, pero no de sabiduría. "El ingenio del hombre y el espíritu del hombre —como dijo Bacon—, cuando actúan sobre la materia, trabajan conforme a las necesidades de ésta y se hallan limitados por esta causa; pero cuando actúan sobre ellos mismos, como la araña teje su tela, su trabajo es infinito, y producen tejidos de saber, admirables por la fineza de la trama de la obra, pero sin sustancia y provecho". Tarde o temprano el intelecto europeo había de romper aquella corteza.

Después de mil años de cultivo el suelo volvió a florecer; sus productos se habían multiplicado con un exceso, que compelía al comercio; y el comercio volvió a construir grandes ciudades en sus encrucijadas, donde los hombres pudieron cooperar para fomentar la cultura y reconstruir la civilización. Los Cruzados abrieron las rutas de Oriente, y el paso a una corriente de lujos y herejías enemigos del ascetismo y del dogma. El papel llegaba muy barato de Egipto y sustituía al costoso pergamino que había reducido el saber al monopolio de los sacerdotes; la imprenta, que había esperado largo tiempo, irrumpió como un explosivo y difundió por todas partes su ilustradora y destructiva influencia.

Valientes marineros armados de brújulas se aventuraron al misterio de los mares y acabaron con la ignorancia en que se hallaba el hombre respecto a la tierra; observadores valientes armados de telescopios quisieron ir más allá de los confines del dogma, y desvanecieron la ignorancia en que se hallaba el hombre respecto al cielo. Aquí y allá, en las universidades, en los monasterios y en escondidos retiros, los hombres cesaron de disputar y empezaron a investigar; desviándose del empeño en cambiar los metales en oro, la alquimia se trasmutó en química; saliéndose de la astrología, los hombres, todavía a tientas, con tímido atrevimiento pasaron a la astronomía; y de las fábulas sobre animales parlantes salió la ciencia de la zoología. El despertar comenzó con Roger Bacon (m. en 1294); aumentó con el saber ilimitado de Leonardo (1452-1519); llegó a su plenitud con la astronomía de Copérnico (1473-1543) y Galileo (1564-1642), con las investigaciones de Gilbert (1544-1603) acerca del magnetismo y la electricidad, de Vesalio (1514-1564) sobre anatomía, y de Harvey (1578-1657) sobre la circulación de la sangre. A medida que el saber aumentaba, el miedo disminuía; los hombres pensaban menos en venerar lo desconocido, y más en dominarlo.

Todo humano espíritu se sentía elevado por una confianza nueva; se habían roto las barreras; ya no había límites para lo que el hombre se propusiera realizar.

La recapitulación de Durant desde la época de Aristóteles al Renacimiento, alta visión de águila que me recuerda algunas evaluaciones históricas de Octavio Paz, dejó una honda huella en mi pensamiento: especialmente en lo que a la influencia de la India en nuestro hemisferio se refiere. Desde que asimilé el pensamiento de Durant y otros, no volvería a ver con los mismos ojos a la religión oriental, la subcultura hippie, el new age e incluso las sicoterapias occidentales que, a diferencia del espíritu ateniense, renacentista o ilustrado, nada hacen para cambiar al mundo.

Qué estúpido me parece ahora prender incienso para meditar con música new age, en vez de luchar para erradicar a las familias abusivas y, por ende, a la pobreza. Comparado con toda suerte de new agers y la chabacana cultura que me rodea, me he imbuido del más puro severitas romano. Y no creo que Epiceto no sufriera: ¡embustero! En Grecia se contaba la anécdota de que un orgulloso sofista afirmaba que el dolor físico no existía, y para comprobarlo se arrojó a las llamas —otro mal augurio de lo que esos locos que la cristiandad llama santos harían tiempo después.

Jamás olvidaré mi primera lectura de El ascenso del hombre de Jacob Bronowski. Tan fuerte había sido en 1978 la impresión de un clásico en budismo, Los tres pilares del zen, que en los años ochenta, cuando, con un nuevo espíritu explorador, leía textos sobre ciencia, aún brillaba en mi mente las bellas historias sobre Buda. Cuando en el capítulo final de su libro Bronowski se quejó de que Occidente estuviera rodeado "de budismo zen" y de alegatos sobre "percepción extrasensorial", creí que en ese punto él tenía una limitación.

Muchos años iban a pasar para que comprendiera que el viejo tenía razón. Y es que en esos tiempos juveniles no sabía distinguir entre las cautivantes historias del Buda del dogma, y las del Sidjata Gotama histórico (como lo hice en este Blog en la entrada sobre Buda).

Las prácticas budistas originales, conocidas como vispassana, son tan austeras que requieren de años de silenciosa meditación diaria, donde el sujeto se sienta y no dirige su atención absolutamente a nada, salvo a la propia respiración. Cada vez que un pensamiento discursivo irrumpe en la mente se le aparta. Los proponentes de las nuevas sectas como Meditación Trascendental alegan que, si un porcentaje de los residentes de una ciudad meditan según su regla, los problemas sociales y políticos mejorarían. Pero basta ver a las naciones en que floreció el hinduismo y el budismo, o a la California contemporánea tan llena de gurús, sectas y marabunta de migrantes neandertales, para comprobar que a pesar de sus incontables meditadores tienen los mismos problemas que sus vecinos.

Como lo vieron Durant y otros desde Francis Bacon, el espíritu que refleja lo mejor de nuestra cultura es el de los hombres de la Atenas anterior a Alejandro; del Renacimiento, y el de la Ilustración.

Infortunadamente, en Occidente ahora vivimos una época de regresión hacia el pensamiento místico.