lunes, 2 de noviembre de 2009

Una canaria apañada

En mi antepenúltima entrada de este blog, escribí:
He sido atacado ferozmente vía mails por los últimos vídeos que subí. Quienes me atacan no se han molestado en refutar la veracidad de los datos que menciono, o la sustancia de mis argumentos.
Lo que omití decir es que no debí haber escrito la frase en plural, sino en singular. Quien me atacaba era una sola mujer canaria. Si usé el plural fue porque, por razones prácticas, cuando escribí eso no deseaba provocarla, como veremos en otro de mis blogs, donde puede leerse la serie completa de 14 entradas, "Una canaria apañada" (pulsar: aquí).

martes, 18 de agosto de 2009

Florentino Portero

He sido atacado ferozmente vía e-mails por los últimos videos que subí, que pueden verse en mi entrada anterior. Quienes me atacan no se han molestado en refutar la veracidad de los datos que menciono, o la sustancia de mis argumentos.

En vez de hablar “el lenguaje del Self”, como le llamo a mis fogosas jeremiadas de YouTube, he decidido poner un video de gente que dice (casi) lo mismo pero de manera mucho más templada. Y qué mejor que pasarle el micrófono al hispanohablante más inteligente y erudito de nuestros tiempos: Florentino Portero. Portero y otros manifiestan los mismos temores sobre el suicidio de Europa que me han quitado el sueño desde hace meses, desde que descubrí la islamización del Viejo Mundo y su suicidio étnico (temas de los que recojo lo mejor que he encontrado en Internet en mi blog en inglés).

Debo añadir que es la primera vez que escucho a un hispanohablante (el mediador) mencionar los libros de Oriana Fallaci y de Bruce Bawer, y que incluso recomiende uno de este último en la sección del programa de lecturas recomendadas. Tal cosa sólo podía haberse hecho en Internet: el establishment europeo prohíbe terminantemente que se discuta el tema más importante de todos los temas en los medios comunes de comunicación. Aunque parezca mentira, en Europa estamos viviendo en tiempos de un totalitarismo suave en que no se permite nada que vaya más allá de la corrección política; al menos no en los periódicos y en las cadenas de televisión normales. El tener que venir a Internet para decir la verdad me recuerda los tiempos del Gulag ruso, en que sólo se circulaba auténtica información a través de misivas y textos testimoniales siempre que estuviesen lejos de la vista pública.

El análisis de Portero sobre por qué está de moda en Europa odiar a los Estados Unidos es lucidísimo, pero no me sorprende. Cada vez que escucho a este hombre hablar en Libertad Digital TV no sólo me asombra la increíble amplitud de sus conocimientos, sino la profundidad de sus análisis.



Al inicio del programa dice el moderador:
Vamos a hablar de una Europa... que se van a asustar. Pero bueno: es una Europa dormida, muy avejentada (además, sobre eso hay datos); una Europa dependiente; una Europa relativista; una Europa que se calla ante la invasión [de migrantes]; es decir, un desastre.
El reporte del GEES sobre el suicidio de Europa que el moderador menciona puede leerse acá. El moderador también comenta:
Quizá España sea uno de los paradigmas... Pero les puedo decir más que esto. Si por ejemplo yo les digo que para finales de siglo Europa va a ser musulmana, ustedes dirán: "Está exagerando. Eso es imposible". Bueno: le preguntaré a nuestros contertulios porque la tendencia podría llegar a ser esa. O que Europa se muere—pero literalmente, demográficamente; que la tasa de reemplazo ya no existe. Es decir: que Europa se muere de verdad... Y España, quizá, sería el paradigma... Y el relativismo parece que se ha instalado como lo más cómodo para los europeos.
Ahora veamos el estilo diametralmente opuesto a la discusión calmada: el Lenguaje del Fuego. En este otro lanzo una jeremiada: dar clic aquí.

No obstante, fueron otros, mis más recientes videos, los que causaron la furia de algunos que los vieron. Éstos aparecen en la entrada de abajo:

jueves, 16 de julio de 2009

Dos grandes decepciones


Para un consumado crítico de cine como yo, quien iba a ser un director de cine mucho mejor que mi primito Gerardo Tort, Harry Potter y el Príncipe Mestizo ha sido una gran desilusión. La gloria que alcanzó la serie Potter con El Prisionero de Azkaban, la tercera entrega, dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón, no sólo no fue igualada en las entregas cuarta y quinta, sino que la sexta marca un definitivo declive artístico y humano en la concepción de hacer buen cine. Con El Prisionero de Azkaban Cuarón filmó una de sus dos obras verdaderamente maestras (la otra es Hijos de los Hombres). Si yo le daría a Cuarón un 9.7 ó 9.8 por El Prisionero de Azkaban, a David Yates, el director de El Príncipe Mestizo le daría un 3.3; un 3.5 como máximo. Es decir: lo repruebo.

Es absolutamente imperdonable que el guionista y Yates hayan omitido la escena inicial de la novela de Rowling en que Dumbledore le da una regañiza a los tíos de Harry por haberlo tratado tan mal durante todos esos años. Y es igualmente imperdonable que omitieran el duelo de Harry por haber perdido a lo único que quedaba de su familia: su padrino Sirius Black.

En lugar de aprovechar estos dos estupendos referentes nostálgicos de las previas entregas, el guionista y Yates inventaron la estúpida escena de un café de Londres en que Harry quiere ligarse a una mesera muggle que no aparece en la novela de Rowling (“muggle” son las personas que no tienen ninguna habilidad mágica y que no pertenecen a la comunidad de magos).

Vi la película en España. Infortunadamente, en ese país no subtitulan las películas (como en México) sino que las doblan. Así que aún tengo que ver la película en el original en inglés, como siempre las veo. Es sintomático que en el estreno de medianoche en un país de habla inglesa la gente haya aplaudido animosamente en los primeros segundos al ver plateadas las palabras “Harry Potter” después de una dolorosa ausencia de dos años en la pantalla grande, pero apenas si aplaudieron al final de El Príncipe Mestizo (como lo habían hecho, por ejemplo, con su predecesora: Harry Potter y la Orden del Fénix).

Hubo quienes estuvieron a punto de llorar cuando, al leer la novela de Rawling, Dumbledore muere en un muy trágico final. Debilitado por una agua tóxica que bebió, Dumbledore no puede pelear contra sus enemigos con su usual destreza. La película no muestra este debilitamiento corporal de Dumbledore dentro de la torre. El guionista y Yates se las ingeniaron para filmar un final monocromático—¡toda la película parece medio monocromática comparada con las previas!—en que apenas se nos encoge el corazón. Ese final, en que Yates se alejó tanto de la novela, fue peor que una falta de cinematografía humana: yo lo llamaría blunder, un error garrafal.

Desde el punto de vista positivo, el filme de Yates me hizo reír mucho cuando Harry se toma el elixir de la buena suerte, así como en los enredos amorosos de tan bellos adolescentes. Pero estos aciertos no compensan, ni con mucho, los desaciertos del director. Habla mal de la cultura mercantilista en que vivimos el hecho de que no le haya dado a Cuarón la oportunidad de filmar esta película—y las últimas de Harry Potter que actualmente se filman en Inglaterra.


Debajo del planeta de los simios - traición de la primera película

Una decepción mucho más grave fue la que me llevé cuando era un púber. Uno de los recuerdos de la época del primero de secundaria fue el golpe que recibí al enfrentarme al hecho de cómo el mercado corrompía mis más queridos ideales.

En el tercer libro de mi serie hablé de cómo me gustó El planeta de los simios el mismo año que se estrenó la obra magna de Kubrick. Cuando me enteré de niño que estaban filmando la segunda parte me encantó la idea y me imaginaba que sería una película que respetaría la fascinante historia del original. Recuerdo que me parecieron muy largos los meses en los que, con gran ansia, esperaba que se estrenara Debajo del planeta de los simios. Cuando por fin se estrenó y fui con mi primo Julio al Cine Insurgentes, recibí un shock. La cinta era absolutamente distinta de lo que me imaginaba que debiera ser una secuela legítima. De niño no tenía la más remota idea de los intereses del mercado, y mucho menos me imaginaba que esos intereses nada tenían que ver con el arte o la crítica social: valores presentes en la película del 68. Debajo del planeta de los simios, que salió al mercado en México unos tres años después de la película original de Franklin Schaffner, resultó ser una absoluta bazofia y lo peor fue que hizo sentirme totalmente defraudado.

Como viñeta personal me permito decir que, al salir del cine con mi primo Julio, en la ofuscación nos cruzamos directamente a la glorieta que se encuentra a la salida del Cine Insurgentes en lugar de bordearla. Nos atascamos él y yo ya estando en ella por la velocidad de los coches que no nos dejaban salir de la glorieta. No estaba construida para peatones, pero eso lo descubrí hasta que me percaté que en la “banqueta” que la glorieta tenía alrededor apenas había lugar para mis pies. En cierto sentido habíamos arriesgado nuestras vidas al precipitarnos a la glorieta cuando salimos del cine. Yo habría tenido unos doce años; Julio, unos diez. La caótica salida en la avenida ruidosa y transitada de los Insurgentes, y el congestionamiento de esos dos niños solos en la inmensa glorieta, fue un pertinente corolario a una gran decepción.

Los años y aún décadas posteriores me mostrarían que lo que me sucedió ese día había sido sólo el primer caso entre muchos chascos cinematográficos sobre películas de las que esperaba algo mucho mejor. Por ejemplo, en el seudoremake de El planeta de los simios del año 2001 me salí decepcionado del cine después de menos de veinte minutos de haber iniciado la película.

A mis cuarentas sé qué hacer ante las bazofias que traicionan la obra de arte original. No a mis doce...

jueves, 25 de junio de 2009

El suicidio de Occidente

Refiriéndose a la suicida islamización de Europa por inmigración, Fjordman escribió:
El hombre blanco ha conquistado el mundo y luego sufrió una suerte de colapso nervioso, una neurosis colectiva compartida por toda la civilización. Docenas de naciones alrededor del continente entero están siendo deliberadamente destruídas y los nativos despojados de sus tierras y cultura. Representa quizá el mayor crimen de nuestra época y, sin embargo, casi no se habla de ello; y de hacerse es ocasión de celebración.
Su libro es tan perturbador que ni siquiera pude pasar más de la mitad. Duele horrores leerlo. Pero aquellos que tengan las agallas de enfrentarse con el tema más terrible de nuestros tiempos pueden hacerlo.

Fjordman le permite a gente como a mí republicar su libro en internet. Y lo he hecho aquí. El único problema es que está en inglés y no ha sido traducido. Sin embargo, en mi blog —también en inglés— recogí unos párrafos de su libro Defeating Eurabia que sintetizan el contenido de uno de sus capítulos.

martes, 19 de mayo de 2009

Escatología: la secta de la que salí


Nota del 20 de abril del 2018

(Día del nacimiento de un gran hombre en el siglo XIX - ¡no William Walter por supuesto!)

El contenido de esta entrada ha sido mudado a otro de mis blogs, uno dedicado a Escatología: aquí y también: aquí.

Salvo la entrada fija, ese sitio está abierto a comentarios.

Ahí los espero....

miércoles, 13 de mayo de 2009

Lloyd deMause


El Newton de la historia de la infancia

JOHN BOWLBY muestra los fundamentos para entender el apego; Colin Ross, para entender el trastorno mental del ser humano, y tendré en mente su clase para explicar la psicohistoria. Pero Ross es médico, no historiador. En los siguientes capítulos expondré las razones de fondo de por qué los padres han maltratado a sus hijos desde tiempos inmemoriales. La perspectiva a nuestro pasado se abrirá de la manera más amplia posible: un marco de miles si no es que de cientos de miles de años sobre lo ocurrido en mi familia y en todas las demás familias de la raza humana y prehumana. Tanto en este como los siguientes capítulos desaparecerá mi biografía y sólo reaparecerá en mi siguiente libro, no sin antes haber expuesto la teoría psicogénica de la historia.

Lloyd deMause (pronunciado de-Moss), nacido en 1931, estudió ciencias políticas en la Universidad de Columbia. Después de sus estudios universitarios pidió dinero prestado para establecer una casa editorial que consumió diez años de su vida antes de que retomara su trabajo de investigación. Si bien Freud, Reich, Fromm y otros habían escrito algunos ensayos especulativos sobre la historia en base al sicoanálisis, tales ensayos pueden considerarse la fase aristotélica de lo que hoy se entiende por psicohistoria. En 1958, el año en que nací, Erik Erikson publicó un libro sobre el joven Lutero en que propugnaba el surgimiento de un nuevo campo de estudio que llamó “psico-historia” (que no debe confundirse con la tontería ficticia de Isaac Asimov). Un decenio después, en 1968, deMause presentó un esbozo de su teoría a una asociación de analistas donde, a diferencia de Freud y sus epígonos, centraba la psicohistoria en las diversas formas de crianza de los niños. Después de que Occidente abandonó el colonialismo y padeció de una cruda moral por el trato que le había propinado a otras naciones y etnias, se volvió un tabú enfocarse en la parte oscura de las culturas no occidentales. Al escoger un área de investigación mal vista en la academia deMause tuvo que hacer su carrera intelectual de manera independiente. El móvil de su búsqueda siempre fue qué habrán sentido los niños en las muy diversas culturas del mundo. Como vimos en el capítulo anterior, el mamífero, y más aún el primate, está tan a la merced de sus padres que las formas específicas de puericultura no pueden soslayarse si es que hemos de entender la perturbación mental. Pero es precisamente esta temática, las prácticas de crianza y el abuso infantil, lo que ignoran los historiadores convencionales.

En su ensayo “La independencia de la psicohistoria” deMause nos dice que la historia qua historia describe lo que ha sucedido, no el por qué, y añade que la historia y la psicohistoria son campos distintos de investigación.
Grandes segmentos de historia escrita son de poco valor para el psicohistoriador, mientras que otras vastas áreas que han sido relegadas por los historiadores súbitamente se expanden, de la periferia, al centro del mundo conceptual del psicohistoriador.
A deMause no le importa que se le haya acusado de ignorar la economía, la sociología y el uso de estadísticas. “La acusación común de que la psicohistoria ‘reduce todo a la psicología’ no tiene sentido filosóficamente. Por supuesto que la psicohistoria es reduccionista en este sentido, dado que todo lo que estudia involucra motivaciones históricas”. Pocos pronunciamientos de deMause me han agradado más que aquel en que dice algo que yo había estado manteniendo por muchos años antes de descubrirlo, cuando me decía en soliloquios que, si para entender las ciencias exactas como la física debemos ser objetivos, únicamente introduciendo la subjetividad podremos entender a las humanidades.
La psicohistoria es una ciencia en la que los sentimientos del investigador son tan o más importantes que su bagaje de investigación. El calibrar las complejas motivaciones sólo puede llevarse a cabo mediante la identificación con los actores humanos. La supresión común de los sentimientos en la mayor parte de la “ciencia” simplemente minusvalida al psicohistoriador tanto como si a un biólogo se le privara del uso del microscopio. El desarrollo emocional del psicohistoriador es, por lo tanto, tan tema de discusión como su desarrollo intelectual. Actualmente no creo que los historiadores más tradicionales estén emocionalmente equipados.
Luego añade que, cuando habla con un erudito típico que sólo usa su intelecto, se topa con una mirada de total incomprensión. “Mi oyente generalmente se encuentra en otro universo de discurso”.

La publicación de History of childhood en 1974, libro del cual capturé el capítulo principal, marca el año axial del campo que deMause creó. Haciendo a un lado las idealizaciones de previos historiadores, el libro examina por vez primera la historia de la infancia occidental. En el nuevo paradigma demausiano la fuerza del cambio no es la tecnología ni la economía, sino las interacciones entre padres e hijos. Por poner un ejemplo: la mayoría de los pensadores sociales y políticos parten de la premisa de que las guerras y otras catástrofes humanas tienen una explicación racional, digamos: la economía. Alice Miller y algunos psicohistoriadores mantienen que al menos algunas guerras son acciones irracionales y que resultan de un móvil inconsciente: ajustar cuentas con vejaciones no procesadas de la infancia. La sustitución del sitio de control de una parentela destructiva domina la conducta destructora del adulto. No obstante, la atrevida exposición de todo un rosario de brutalidades a la niñez, como las que mencioné al inicio de este libro, hizo que Basic Books rompiera el contrato que tenía con deMause de publicar History of childhood. Cómo a partir de aquí fue que nació la psicohistoria contemporánea es fascinante. En este capítulo reciclaré y comentaré pasajes de uno de los artículos de deMause, “On writing childhood history” (Escribiendo sobre la historia de la infancia) publicado en 1988: una recapitulación de quince años de trabajo en la historia de la infancia.

DeMause había tomado cursos en un instituto sicoanalítico y puso a prueba la idea freudiana de que la civilización, tan cargada de moral, era onerosa para los niños modernos; y que en la antigüedad habrían vivido en un edén sin el ogro del superyó. La evidencia le mostró lo diametralmente opuesto, y manifestó sus discrepancias al criticar al antropólogo Géza Róheim:
Descubrí simplemente que no le encontraba sentido alguno a lo que Róheim y otros decían. Esto era particularmente cierto respecto a la infancia. Róheim escribió, por ejemplo, que los aborígenes australianos que observó eran excelentes padres a pesar que de cada dos niños que tenían se comían a uno, impulsados por lo que llamaban “hambre de bebés” [las madres también decían que sus bebés eran “demonios”] y forzaban a otros de sus hijos a comer partes de sus hermanos. Róheim dijo que esto “no parece haber afectado el desarrollo de la personalidad” de los hijos sobrevivientes y que, según concluye, éstas eran “buenas madres que se comen a sus propios hijos”.
La mayoría de los antropólogos no solían objetar las extraordinarias conclusiones de Róheim. En su artículo deMause llamó la atención a una lectura muy distinta, salida de la pluma de Arthur Hippler, sobre los aborígenes australianos. DeMause ya había consolidado su casa editorial y publicaba The Journal of Psychological Anthropology, revista especializada en la que Hippler, quien había observado directamente a los mismos aborígenes de Róheim, escribió:
La crianza de niños menores de seis años puede describirse como hostil, agresiva y negligente; con mucha frecuencia es brutal. El infanticidio se practica con frecuencia. Es común que al bebé se le ofrezca el pecho cuando ya no lo desea y casi se ahoga con la leche. La madre suele ser muy abusiva verbalmente mientras el niño crece, usando epítetos como “eres mierda”, “vagina para ti”. La crianza se expresa a través de gritos; o no se expresa en absoluto si no va acompañada de cachetadas y amenazas. Nunca observé un solo cuidador de niños yolngu de cualquiera edad o sexo caminando con un niño que empieza a andar; mostrándole el mundo, explicándole las cosas o empatizando con sus necesidades. El mundo se le describe al niño como peligroso, hostil y lleno de demonios; aunque los únicos peligros provienen de sus guardianes. El niño también es estimulado sexualmente por su madre. El pene y la vagina son acariciados para pacificar al niño, y la acción claramente excita a la madre.
Recordando lo dicho por Ross en el caso de la segunda niña, ya podemos imaginar la transfusión del mal que estos niños hijos de caníbales filicidas internalizarían; y cómo afectará su salud mental. Creo que es pertinente seguir citando extractos del artículo de deMause: es muy didáctico para entender la psicohistoria y cómo se contrapone con los postulados de los antropólogos y los etnólogos. Una vez que las observaciones de Hippler fueron publicadas, un defensor de Róheim respondió airado:
Ciertamente me encuentro mucho más cercano a las observaciones de Róheim, y precisamente porque no se precipita a la conclusión a la que deMause llega. La cultura nativa de Australia sobrevivió muy bien, gracias, y sobrevivió por decenas de miles de años antes de que fuera devastada por interferencia occidental. Si eso no es adaptación ¿qué lo es?
La descripción que hacen Hippler y Róheim sobre esta cultura aborigen parece la peor de las pesadillas posibles para los niños. Pero para los antropólogos occidentales esgrimir juicios de valor condenatorios es el máximo de los tabúes. Algunos de ellos incluso aceptan la teoría freudiana de que el pasado histórico fue menos represivo para la niñez, y que la civilización occidental es corruptora del noble salvaje. Pero eluden el hecho de que Hippler y Róheim mismo observaron barbaridades hacia los niños impensables en el mundo civilizado, como comérselos. (Otras fuentes bibliográficas que sustentan este tipo de afirmaciones de canibalismo filicida aparecen en el quinto excurso, al final de este libro.) Aunque parezca increíble, los antropólogos y los etnólogos no condenan a estas madres caníbales. Bajo el primer mandamiento de su disciplina, “No juzgarás”, se ignora el saldo emocional de semejante forma de crianza: personalidades psicóticas y claramente disociadas como las que yo mismo vi en la clínica de Ross, y peores aún.

En el mundo académico Róheim no era tan conocido como Philippe Ariès, historiador que colaboró con Foucault y autor de un clásico en la historia de la infancia, L'enfant et la vie familiale sous l'Ancien régime. Ariès partía de la premisa de Freud sobre la benignidad del medio hacia los niños en tiempos pretéritos. Al igual que Róheim no negó las palizas, el incesto y otras vejaciones hacia los niños descritas en su libro. Lo que negó fue que tales tratos causaran perturbaciones. “En otras palabras”, se burla deMause, “como todos azotaron y abusaron sexualmente de los niños, el maltrato no tuvo efectos en ellos”. Ariès ha sido tomado como una autoridad en la historia de la infancia. DeMause no sólo rechazó su supuesto de que no había saldo psicológico adverso, sino que giró ciento ochenta grados la premisa base de Freud. Las hipótesis de trabajo de deMause son simples: (1) en Occidente las formas de crianza eran más bárbaras en el pasado, y (2) comparado con el mundo occidental actual las otras culturas tratan peor a los niños. Estas hipótesis, que rompían las tablas de la ley mosaica de los antropólogos, darían luz a la nueva disciplina de la psicohistoria. Para el Zeitgeist de la academia hablar no se diga de acciones criminales sino de maltratos a la infancia iba a perfecto contrapelo de todas las corrientes en historia, antropología y etnología, las cuales dan por sentado que no ha habido cambios sustanciales en las relaciones paternofiliales.

Los académicos no podían negar los hechos que le apasionaban a deMause. Como vimos, Róheim no los negaba sino que él mismo los publicaba. Ariès tampoco los negaba. La táctica que encontró deMause entre sus colegas fue el argumentum ex silentio: sin registro histórico alguno, dar por sentado que los niños eran tratados de manera similar a como se hace en el Occidente actual. Un espléndido paradigma de este argumento es el siguiente. En 1963, diez años antes que deMause comenzara a publicar, Alan Valentine en su libro Fathers and sons publicado por la Universidad de Oklahoma examinó cartas de padres a hijos en los siglos pasados. No halló una sola que transmitiera bondad del padre hacia el destinatario. Pero a fin de no contradecir el sentido común de que el trato de los hombres del pasado hacia sus hijos no fue distinto, Valentine concluyó:
Sin lugar a dudas un número infinito de padres han escrito cartas a sus hijos que serían cálidas y elevarían nuestros corazones, si tan sólo pudiésemos hallarlas. Los padres más felices no dejan historia, y son los hombres que no se lucen con sus hijos los propensos a escribir las desconsoladoras cartas que sobreviven.
DeMause encontró la falacia del argumentum ex silentio por doquier, incluso entre los mismos colegas que contribuyeron con los artículos que componen su libro seminal, Historia de la infancia. Por ejemplo, cuando deMause le hizo una observación a Elizabeth Wirth Marwick sobre este tipo de cartas y, además, los diarios que escribían los padres, Elizabeth le respondió que sólo lo malo dejaba un registro en la historia. La mayoría de los historiadores estaban de acuerdo con ella. DeMause había comenzado a estudiar las fuentes primarias de este tipo de materiales. Elizabeth era sólo una entre doscientos historiadores a los que deMause les había escrito para el proyecto de su libro, de los que trabajó con cincuenta. DeMause afirma que entre todos ellos aparecía el argumentum ex silentio a la hora de llegar a las conclusiones hacia las que apuntaba la evidencia. Las razones eran, naturalmente, psicológicas. Un historiador italiano le entregó a deMause el borrador de un capítulo que iniciaba diciendo que no consideraría “los temas del infanticidio o la pederastia” en la antigua Roma. DeMause tuvo que rechazarlo. Otros candidatos a contribuyentes fueron más lejos. Al inicio de este libro hablé del tormento que la empañadura con apretadas vendas o fajas ha representado para los bebés. John Demos, autor de un libro sobre la familia de los colonos norteamericanos, negó que la práctica europea fuera importada a suelo americano a pesar de la evidencia que deMause había reunido y publicado (en un programa televisivo de mayo de 2008 incluso vería un dibujo de un bebé anglosajón enfajado). Y sobre otro tipo de maltratos a la niñez norteamericana Demos usó el argumento de que la evidencia bibliográfica en cartas, diarios, autobiografías y reportes médicos era irrelevante; que lo que valía eran los documentos del Ministerio Público (más o menos equivalente al Ministerio Fiscal de España). El problema con este argumento es que, en tiempos coloniales, no existían las organizaciones de protección a la niñez que iniciaron en el siglo XIX en Inglaterra y que se han vuelto mucho más visibles a partir de la década de los ochenta del siglo XX. Demos no sólo esgrimió la falta de registros jurídicos como argumento en contra de la tesis que los padres maltrataban más a sus hijos en tiempos coloniales. También argumentó: “Si algunos niños sufrieron de severos maltratos a manos de sus padres en Nueva Inglaterra, otros adultos habrían estado dispuestos a responder”. Las conclusiones de Demos fueron alabadas en su tiempo. Pero al igual que su argumento del Ministerio Público este último razonamiento padece de la misma idealización sobre el pasado de su nación. Si otros adultos no estuvieron dispuestos a responder se debió simplemente a que en aquella época aún no surgía el movimiento social de la protección a la infancia. La indiferencia de parte de la sociedad que yo mismo padecería exactamente dos siglos después de la independencia de la Unión Americana, como lo demostré en mi anterior libro, pone en evidencia la falacia del argumento de Demos.

Una vez que deMause descartó a todos aquellos que argumentaban a partir del argumentum ex silentio quedaron nueve historiadores que entregaron artículos para su libro, aunque aún algunos de éstos mostraron reticencias en publicar toda la evidencia hallada. Antes de la publicación, los nueve contribuyentes —diez junto con deMause— circularon sus artículos entre sí. La mayoría quedaron estupefactos con el capítulo inicial de deMause, cuyas primeras líneas se harían famosas en el estudio de la psicohistoria:
La historia de la infancia es una pesadilla de la que hemos empezado a despertar hace muy poco. Cuanto más se retrocede en el pasado, más bajo es el nivel de la puericultura y más expuestos están los niños a la muerte violenta, el abandono, los golpes, el terror y los abusos sexuales. Nos proponemos a recuperar aquí cuanto podamos de la historia de la infancia a partir de los testimonios que han llegado hasta nosotros.

Si los historiadores no han reparado hasta ahora en estos hechos es porque durante mucho tiempo se ha considerado que la historia seria debía estudiar los acontecimientos públicos, no privados. Los historiadores se han centrado tanto en el ruidoso escenario de la historia, con sus fantásticos castillos y sus grandes batallas, que por lo general no han prestado atención a lo que sucedía en los hogares y en el patio de recreo. Y mientras los historiadores suelen buscar en las batallas de ayer las causas de las de hoy, nosotros en cambio nos preguntamos cómo crea cada generación de padres e hijos los problemas que después se plantean en la vida pública.
Una vez superada la impresión inicial, algunos de los contribuyentes no querían que sus artículos aparecieran al lado del capítulo inicial de deMause, y, como dije, Basic Books rompió su contrato. Pero como deMause ya era dueño de una editora decidió publicarlo él mismo.

Si bien los contribuyentes finalmente aceptaron que sus artículos aparecieran bajo una sola cubierta, las reseñas de las revistas especializadas en historia fueron muy hostiles. Incluso una revista de centro-izquierda como New Statesman denostó a deMause: “Su verdadero mensaje es algo que se acerca más a la religión que a la historia, y como tal es inasequible para los no creyentes. Por otra parte, sus colegas contribuyentes de Historia de la infancia tienen mucho más información histórica que ofrecer”. A algunos reseñadores les llamó la atención el cuerpo de evidencia sobre el maltrato a niños en siglos pasados, pero supusieron que investigaciones futuras colocarían a tal evidencia en un contexto mucho más benigno. “Ariès mismo”, escribió deMause, “siguió convencido de que la infancia del ayer era el paraíso de los niños”.

El capítulo inicial del libro coordinado por deMause se tituló “La evolución de la infancia”. Lo que más le llamó la atención a deMause es que, de las reseñas publicadas sobre ese capítulo en inglés, traducido al alemán, francés, italiano, español y japonés, ningún reseñador increpó la evidencia en cuanto tal; sólo sus conclusiones. “Ni un solo reseñador de ninguno de los seis idiomas en que el libro fue publicado escribió sobre cualquier error en la evidencia que presenté, y ninguno presentó ninguna evidencia de fuentes primarias que contradijera alguna de mis conclusiones”. Como veremos en los excursos, las teorías de deMause no están exentas de errores. Los hay, y muchos. Pero las verdaderas faltas en su legado no las vieron este tipo de críticos que se apresuraron en adjudicarle falsas culpas. Respecto a las reseñas publicadas, deMause escribió:
Como era inverosímil que yo pudiera describir la infancia de todo aquel que hubiera vivido en Occidente por un período de dos milenios sin cometer errores, fue muy decepcionante para mí que las emociones de los reseñadores hubieran ofuscado completamente sus capacidades críticas. Ningún reseñador parecía estar interesado en la evidencia en lo absoluto.
Cierto que los hubo magnánimos como Lawrence Stone, quien en noviembre de 1974 escribió en New York Review of Books: “El problema es cómo evaluar un modelo tan intrépido, tan provocativo, tan dogmático, tan entusiasta, tan contumaz y sin embargo tan documentado”. Pero la mayoría se adhirieron al sentido común, como lo hizo E.P. Hennock en una revista especializada:
Que los hombres de otras épocas pudieran comportarse de manera muy distinta a nosotros y sin embargo ser no menos racionales o cuerdos ha sido un concepto básico entre los historiadores desde hace mucho. Pero esto no cabe en la cabeza de deMause. Las prácticas normales de las sociedades pasadas son constantemente explicadas en términos de psicosis.
Una vez más, se deja al lado la evidencia en cuanto tal para proclamar el sentido común, el cual se da por sentado. A pesar del rechazo en la academia, en las siguientes décadas el análisis a las teorías demausianas fue realizado por sus colegas que aportaban artículos al Instituto de Psicohistoria. Más de veinte estudiosos versados en el tema hicieron una crítica constructiva del legado de deMause. El primer académico que evaluó exhaustivamente su trabajo fue Glenn Davis en Childhood and history in America. Davis concluyó: “Creo que la teoría psicogénica de la historia ha pasado su prueba inicial y se mueve a una nueva etapa de desarrollo”. El establishment académico pensaba lo opuesto. The American Historical Review llamó a Davis “un converso” y The Journal of American History publicó: “Si deMause parece ser el Pangloss de la historia de la infancia, con su libro Davis tiene derecho a proclamarse su Cándido”. Davis se sintió muy herido. Abandonó la psicohistoria para continuar sus estudios de doctorado, pero poco después se suicidó saltando por el Puente George Washington.

Así que la crítica constructiva hubo de reducirse a la misma revista que publicaba deMause. Dada la discrecionalidad de los contribuyentes esta situación conllevó a que los aspectos más débiles, e incluso fallidos, de la teoría demausiana no fueran criticados (como dije, en los excursos tercero y cuarto haré yo mismo la crítica). Aparecieron evaluaciones doctas de la evidencia que deMause había presentado sobre el trato a los niños en el pasado. William Langer, Richard Trextler, Barbara Kellum y R.H. Helmholz respaldaron la evidencia sobre el infanticidio. Uno de los aspectos más interesantes de esta segregación entre académicos ortodoxos y quienes se mueven en el círculo de deMause es que las enciclopedias de hoy día, como la Britannica de 2007, siguen afirmando que el infanticidio se realizaba por pobreza. Langer y los otros autores demostraron que la gente rica cometía infanticidio a una escala mayor que los pobres. Este es uno de los problemas que surgen cuando la academia decide ignorar un campo de estudio. Entre los psicohistoriadores, en Alemania Friedhelm Nyssen escribió Die Geschichte der Kindheit bei L. DeMause, donde examinó las referencias bibliográficas que pudo rastrear de los trabajos de deMause. Otro alemán, Aurel Ende, se concentró en verificar las fuentes históricas sobre las golpizas a los niños alemanes por sus padres. Raffael Scheck examinó más de setenta autobiografías de alemanes nacidos entre 1740 y 1820 y confirmó los hallazgos de Ende. Teniendo en mente la clase de Ross sobre el apego con el perpetrador, es interesante que Scheck escribiera: “En la mayoría de las autobiografías puede sentirse cuánto amaban los hijos a sus padres a pesar de que eran fríos, golpeadores y abusivos”. El apego hacia la figura del padre permea tanto la psique humana que no debe extrañarnos la identificación social con el perpetrador. Por ejemplo, en un par de trabajos en la revista de deMause, Karen Taylor documentó detalladamente cómo los sectores conservadores se opusieron al movimiento en contra de la violencia a los niños decimonónicos. Elizabeth Pleck estudió más de una centena de autobiografías, diarios y cartas de estadounidenses escritas entre 1650 y 1900 en Domestic tyranny: the making of American social policy against family violence from colonial times to the present, y cuantificó sus hallazgos. Es interesante notar que, según Pleck, en la primera mitad del siglo XIX los padres comenzaron a cambiar de pegarles a sus hijos con objetos de castigo a darles nalgadas. El estadounidense Joseph Ilick, quien había contribuido con uno de los capítulos de Historia de la infancia, escribió en 1985: “DeMause creó un interés en la historia de la infancia que no existía antes, y ha sido la fuente original de inspiración en este país para la mayoría de los estudios eruditos sobre la infancia desde la década anterior”. Peter Petschauer, un psicohistoriador alemán, expandió con gran detalle cómo era la empañadura y otras barbaridades de la educación alemana. Otros investigadores de la infancia europeos también se pronunciaron sobre el trabajo de deMause: Katharina Rutschky, Alice Miller y Linda Pollock. Miller aceptó el material de deMause y sus conclusiones. Rutschky sólo aceptó la evidencia pero rechazó sus conclusiones. Pollock rechazó ambas.

Aunque Rutschky es autora de libros sobre la historia de la pedagogía, y quien acuñó el término “pedagogía negra” que popularizó Miller y que tan útil me fue en mi libro anterior, diré sólo unas palabras sobre la otra autora, Linda Pollock. Su libro Forgotten children: parent-child relations from 1500 to 1900 es el más citado para negar la tesis demausiana de que el trato a los niños ha sido diferencial en el pasado. Según Pollock: “Con raras excepciones, los niños parecen haber estado bastante apegados a sus padres como infantes y continuaron manteniendo un profundo afecto hacia ellos”. Pollock no parece tener conocimiento de que, como en otros mamíferos, nuestra misma biología nos predetermina a que nos apeguemos a nuestros progenitores independientemente de su conducta. No obstante, la crítica más pertinaz que deMause hace de Pollock es que su estudio se basó en diarios de los padres mismos. “Un método similar sería construir una historia estadística de la criminalidad por medio de ignorar todos los reportes policiales y basarse solamente en los diarios de los criminales para establecer las estadísticas del nivel del crimen”. A pesar de realidad tan elemental, muchos reseñadores consideraron el libro de Pollock como definitivo en el campo.

En la actualidad el fenómeno de estudiar la historia de la infancia continúa, tanto de parte de psicohistoriadores como de historiadores más académicos; por ejemplo, un estudio de Colin Heywood. Pero es precisamente por libros como el de Heywood, que aceptan la evidencia histórica de maltratos a la infancia aunque discrepan de las conclusiones de deMause, lo que me ha convencido que este último encontró una veta de oro que aún le resta mucho de explotar. DeMause termina su artículo retrospectivo de 1988 señalando que, a pesar de su rechazo en la academia, tanto su capítulo introductorio en Historia de la infancia como los libros de Alice Miller y otros autores populares a favor de los niños son leídos por un importante nicho de la sociedad.

La tesis central en psicohistoria es que la dinámica de emergencia social es psicogénica: radica en el trato a los niños; no es económica. DeMause no se hace ilusiones. Como Thomas Kuhn, sabe perfectamente que las revoluciones de paradigma se logran gradualmente mientras los defensores del viejo paradigma van muriendo y son reemplazados por individuos nuevos. “Si la historia de la infancia y la psicohistoria significan algo”, escribe deMause, “es la reversión de la mayoría de las flechas causales usadas por los historiadores hasta la fecha”. En otras palabras, la manera de ver el mundo en las humanidades y ciencias sociales se encuentra de cabeza, y la psicohistoria vuelve a poner los pies en la tierra. Las relaciones entre padres e hijos han determinado los aspectos sociales, políticos, económicos y de derechos humanos en todas las civilizaciones del mundo. A diferencia de los hallazgos de Darwin sobre el organismo y su medio ambiente, en el Homo sapiens el mundo exterior no moldea de modo tan definitivo su devenir como lo hace la propia emergencia psíquica (como veremos en el resto del libro). En una sola oración, el hallazgo principal de la psicohistoria es que la historia académica falla en reconocer el profundo papel que, en el devenir humano, juega el amor de los padres hacia sus hijos.

La psicohistoria sigue siendo, a principios del siglo XXI, un campo controversial de investigación. No obstante, al momento de escribir se imparten cursos de psicohistoria en la Universidad de Boston y en otras universidades de Nueva York, y The Journal of Psychohistory ha sido publicada por más de treinta años.

jueves, 16 de abril de 2009

Nuevas leyes orwellianas

En los pensamientos finales de su célebre serie Civilización de 1969, la primera serie televisiva de su género, Kenneth Clark nos confesó su más íntimo pensamiento: “Ante todo, creo en el divino genio de algunos individuos, y valoro la sociedad que hace posible su existencia”. Stefan Zweig, el biógrafo del alma humana, fue más lejos:
"El natural reflejo del individuo no es su opinión propia, sino su adaptación a la opinión de la época, y constituye el sometimiento ante la opinión de la mayoría. Si la mayoría, la mayoría aplastante no fuera tan maleable, si esos millones no renunciaran por instinto o por inercia a su propia opinión personal, ya hace mucho que la gigante maquinaria estaría en reposo. Se precisan cada vez energías especiales, un valor a toda prueba ¡y cuán pocos lo poseen! a fin de oponerse a esta presión espiritual de millones de atmósferas, que significan energías magnas. En un individuo deben reunirse fuerzas muy raras y muy probadas para que pueda subsistir en su singularidad. Debe poseer un exacto conocimiento del mundo, un espíritu de visión clara y rápida, un soberano desprecio por toda manada o agrupación, una arrogante y descomunal desconsideración y ante todo coraje, tres veces coraje, coraje tan firmemente cimentado que lo secunde para su propio convencimiento".
Estas ideas del individuo versus Leviatán son muy atacadas hoy día, especialmente por los ingenieros sociales que importan a millones de musulmanes a Europa y desean prohibir la libre expresión por medio de nuevas leyes llamadas “expresiones de odio” que tienen como blanco a quienes tal ingeniería critican, como muestro en mis entradas de Bruce Bawer y Oriana Fallaci aquí, y en los extractos de sus libros: Autoentrevista, así como La Fuerza de la Razón y La Rabia y el Orgullo.

miércoles, 15 de abril de 2009

Matrix

—Me imagino que te sientes como Alicia cayéndose por el hoyo del conejo— dijo Morfeo.
—Se puede decir— contestó Neo.
—Se te nota. Tienes la mirada de un hombre que acepta lo que ve porque está esperando despertar. ¿Sabes de qué hablo?
—¿La matriz?
—¿Quieres saber qué es eso?— dijo Morfeo hablando muy, muy pausadamente.
Neo asintió con su cabeza.
—La matriz está en todos lados— reveló Morfeo —. Está a todo nuestro alrededor. Incluso aquí, en este mismo cuarto. La ves cuando miras por la ventana o enciendes el televisor. La sientes al trabajar y en la iglesia; cuando pagas tus impuestos. Es el mundo que han puesto sobre tus ojos para cegarte a la verdad.
—¿Qué verdad?— preguntó Neo.
Morfeo acercó su rostro al del joven y le dijo en un tono muy confidencial:
—Que eres un esclavo. Como todos, naciste cautivo. Naciste en una prisión que no puedes oler, probar o tocar: una prisión para la mente. Desafortunadamente no se le puede decir a nadie lo que es la matriz. Tienes que verla con tus propios ojos.
Morfeo abrió un cofrecillo con dos píldoras y las dispuso en cada una de sus manos. Luego añadió:
—Esta es tu última oportunidad. Después ya no puedes echarte para atrás. Si te tomas la píldora azul la historia se acaba, despiertas en tu cama y crees lo que quieras creer. Con la roja te quedas en el país de las maravillas y te mostraré qué tan profundo es el hoyo del conejo.
Neo se tomó la píldora roja y fue violentísimamente despertado por vez primera en su vida al mundo real.
—¿Qué es la matriz?— preguntó Morfeo retóricamente —. Control. La matriz es un mundo soñado generado por computadora construido para mantenernos bajo control a fin de cambiar a un ser humano en esto.
Morfeo le mostró a Neo una simple batería eléctrica: símbolo del engranaje útil que es el individuo para el sistema.
—No. No lo creo. Es imposible— replicó Neo consternado.
—No dije que fuera fácil. Pero es la verdad.
—¡Basta! ¡Déjenme salir! ¡Déjenme salir! ¡Me quiero ir!— gritó Neo. El shock de la revelación de lo que es el mundo real casi lo volvió loco.
¿Por qué casi nadie ha despertado al hecho de la amenaza islamista y demográfica que atenta contra la civilización como nunca desde tiempos en que Constantino entrego el imperio a los obispos (como sugiero en mi blog en inglés)? Si escribiera hace unas décadas usaría la metáfora de la caverna de Platón y diría que hablarles del mundo exterior a quienes viven adentro es inútil. Pero en estos tiempos del Homo videns, y de una cultura unificada por los medios, la academia y el estado, debo usar una metáfora del espíritu de la época:
—La matriz es un sistema, Neo— dijo Morfeo —. Y ese sistema es nuestro enemigo. Cuando estás dentro del sistema puedes ver a tu alrededor. ¿Qué ves? Hombres de negocios, maestros, abogados, carpinteros: justo las mentes que estamos tratando de salvar. Pero hasta que lo hagamos esta gente es parte integral del sistema, y eso los convierte en nuestros enemigos. Tienes que entender que la mayoría de la gente no está lista para ser desenchufada. Y muchos de ellos se encuentran tan metidos, son tan dependientes del sistema que lucharán para protegerlo.
Los pasajes de arriba están sacados de tres diversos momentos de la película Matrix, escrita y dirigida por los hermanos Wachowski. El último pasaje son las palabras de Morfeo a Neo cuando le da una lección a su joven aprendiz mientras caminan en las calles de una metrópoli en sentido contrario a un conglomerado de peatones: toda la fauna de la gente que forma el sistema. A continuación haré una sinopsis de Matrix para quienes no suelen ver películas de ciencia-ficción.

En un futuro no muy lejano el hombre se felicitó por haber construido la primera computadora con inteligencia artificial. Pienso luego existo, dijo la Machina sapiens. Estas computadoras se reprodujeron a sí mismas y entraron en franca competencia con sus creadores. En la guerra entre el hombre y la máquina el hombre aprovechó que éstas se alimentaban de luz solar, y en una jugada desesperada chamuscó la atmósfera de la Tierra para cortarles su fuente de energía. Pero las máquinas pensantes encontraron una manera de abastecerse: criaron artificialmente a seres humanos en enormes campos. Los cuerpos humanos que hibernaban desde que nacían hasta que morían eran utilizados vivos como baterías eléctricas: la nueva fuente de energía para la sobrevivencia de las máquinas, ahora dueñas del mundo. Pero la primera matriz o mundo soñado ideado por las máquinas pensantes fracasó: los humanos se despertaban una y otra vez, perdiéndose cosechas enteras de baterías humanas en la planta de energía. Se inventó entonces una matriz más realista que evitó que los soñantes despertaran del eterno sueño. Tanto la primera matriz como la segunda eran sistemas de realidad virtual donde, enchufados sus cerebros con cables a una matriz computacional, billones de humanos yacían en un perene estado de coma. No obstante, podían vivir sus vidas soñadas e incluso interactuaban entre sí con las sensaciones que tenemos en nuestro mundo real. Pero aún en la segunda matriz algunos humanos despertaron de la ciberprisión. Se construyó una matriz más realista, pero ocasionalmente continuaban apareciendo anomalías humanas: dotados que despertaban, se escapaban de la planta de energía y lideraban la lucha contra el totalitarismo de las máquinas. Así fue como Morfeo convirtió a Neo en un dotado guerrillero: un joven que, en el mundo virtual de la matriz, originalmente vivía de empleado en una compañía con oficinas en un rascacielos. Neo fue despertado al mundo real, fue desenchufado del sistema de engaño virtual de la sexta matriz: su cuerpo fue sacado de los campos de humanos dormidos en una violenta operación en la que casi pierde la vida. Luego Morfeo lo entrena para luchar y le da la lección citada arriba. Pero la película inicia cuando Neo se encuentra inmerso en la matriz (Matrix): un mundo de realismo virtual absolutamente indistinguible en sensaciones del nuestro, y hace contacto con un disidente del sistema, Morfeo, a través de su computadora personal.

Todo eso es sólo una película, aunque los tonos casi religiosos del filme hicieron que en 2003 una secuela fuera prohibida en un país musulmán.

jueves, 9 de abril de 2009

Españoles relativistas: ¡No sean tan idiotas!

En uno de mis textos que deseo publicar había mencionado a una mexicana a la que critico por su grotesca interpretación en pro de la cultura indígena en tiempos de la conquista. Pero los españoles no se quedan atrás: ambos, españoles y mexicanos, ahora promulgan la leyenda negra. El pasaje que recojo se refiere a la moda del relativismo cultural a la que han sucumbido muchos académicos y estudiantes en el siglo XXI. Escribí lo siguiente gracias a mi estancia de meses en una isla al lado de África. He aquí el pasaje:

En 2008 visité el museo y parque arqueológico llamado Cueva Pintada en el pueblo Gáldar en Gran Canaria. El documental exhibido expresaba el más puro maniqueísmo. A pesar de reconocer lo difundido del infanticidio de niñas en esas tribus, los conquistadores aparecen como los malos y los habitantes del asentamiento troglodita como los pobres nobles salvajes victimados por los europeos. En otro museo, El Museo Canario, el siguiente año consulté un texto académico sobre el infanticidio de estos prehispánicos blancos (curiosamente, más rubios que los españoles aunque apenas emergían del neolítico). Al igual que la mencionada María Alba Pastor que veía a los sacrificios mexicanos como “una reacción a la propia Conquista”, tres académicos españoles postularon que el infanticidio canario podría haber sido consecuencia de “la constante agresión militar, religiosa y cultural” infligida por los conquistadores.* Esta interpretación ignora el hecho que la práctica predataba la llegada de los españoles.

A diferencia de estos documentales y textos académicos que ven en Occidente la causa de todo mal, he aquí las primeras letras sobre la práctica del infanticidio en las siete islas de Canaria. La siguiente descripción proviene de Diego Gómez de Cintra, navegante portugués que escribió sobre lo que vio en La Palma:
El padre y la madre toman al hijo y ponen su cabeza sobre una piedra y cogen otra piedra y le dan en la cabeza al niño y le quiebran el cráneo, y así lo matan, dispersos los ojos y el cerebro por tierra, lo que es una gran crueldad de los padres.
En la página 166 del mencionado artículo, en cambio, los académicos contemporáneos se ponen de parte de los perpetradores alegando que “la adopción de una medida tan extrema se justifica plenamente”. Una vez que las nuevas generaciones rompan con esta antropología inmoral y psicótica se verán estas matanzas con la debida compasión por las víctimas, como lo hicieron los primeros cronistas. La postura relativista, que a pesar de la declaración de 1999 de la Asociación Antropológica Americana persiste, me recuerda unas palabras de Terry Deary: “La historia puede ser horrible, pero a veces los historiadores pueden ser más horribles”.



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* Julio Cuenca Sanabria, Antonio Betancor Rodríguez y Guillermo Rivero López: “La práctica del infanticidio femenino como método de control natal entre los aborígenes canarios: las evidencias arqueológicas en Cendro, Telde, Gran Canaria”, El Museo Canario, LI [número de la revista #51], 1996, pág. 124 (cincuenta páginas más adelante los autores reiteran esta interpretación). A pesar de que el título del largo artículo da por sentado que la etiología de la práctica era “el control natal”, en el mismo artículo se recogen las palabras de autores que ponen en entredicho esa explicación.

martes, 17 de marzo de 2009

Mi primer lector

El sueco Andreas Wirsén, amante de la literatura, ha sido el primer lector de mi obra Hojas susurrantes, la cual comprende cinco libros. Por carta Wirsén me ha dicho que, para él, fue enormemente refrescante leerme; y textualmente me confesó que está agradecido de que comparta el mundo con alguien como yo.

Aún así, como apenas he mandado el primero de los cinco tomos de
Hojas susurrantes a los agentes literarios aquí en España, sólo tengo la satisfacción de haberla terminado después de veinte años de trabajo, además de la remuneración que Wirsén me envió por un pesado encuadernado que le envié a Suecia de los primeros cuatro tomos. En pocas palabras, Hojas susurrantes edifica a partir del legado de Alice Miller y Lloyd deMause.

Por lo que respecta a sus fans, creo que la peor censura es la autocensura: y no deja de enfadarme que incluso los más lúcidos lectores de Miller se acobarden a la hora de hablar de su familia, o de aceptar los crudos hechos de la psicohistoria descubierta por deMause. Me refiero al neoyorkino Daniel Mackler y al holandés Dennis Rodie, a quienes conocí en 2006 a través de internet y con quienes mantuve una intensa conversación en diversos foros. He hablado de ello en la entrada
An analysis of the limits of Daniel Mackler de mi blog en inglés. Me apetece traducir lo dicho por Wirsén en esa entrada, aunque él escribió en términos más cordiales que mi regañina a ese par. Nótese la afirmación de Wirsén de que, después de Miller, toda propuesta artística que presuma hurgar el alma debiera cumplir con las nuevas reglas del juego. Ya había hablado algo de esto en mi entrada sobre lo que llamo"literatura antidiluviana", la literatura previa a tocar con los dedos al monolito que aparece en la película 2001, por decirlo metafóricamente.

En el foro de Dennis Rodie, Wirsén escribió:

Que el autor secretamente está contrabandeando, escamoteando y embelleciendo; frecuentemente mintiendo y anestesiando su infancia emocionalmente abusiva, es algo que Alice Miller tiende a implicar al abordar las obras de arte: un proceso mental en el que nosotros como sus lectores fácilmente caemos, ¿no? Que el trabajo de Kafka es básicamente explicable como una dramatización artística de la inseguridad de un niño sobre los verdaderos móviles de sus padres; que las mujeres vampiresas de los poemas de Baudelaire son de hecho su emocionalmente distante y seductora madre... —tal es la única entrada al trabajo de Baudelaire que puedo aceptar, la única manera en que puedo leer su trabajo con interés.

Por lo mismo, el trabajo artístico después de Alice Miller demanda una nueva apertura y concienciación del creador. No podemos masticar y masticar las emociones no procesadas de nuestra infancia encontrando ingeniosas maneras de presentarlas, y llamarles Arte. Estamos ante un nuevo juego y las apuestas están en el aire. (¿O será sólo el impulso de Pol Pot del artista buscando amor a través de que otros acepten sus grandiosas fantasías? Como Pol Pot, tratando de erradicar todo lo que se hizo antes. “¿No lo ves?: Shakespeare fue un escritor débil porque escribió antes de Miller y deMause. Disparémosle en el cuello y en las rótulas para dejar espacio para Mi, Mi, MI trabajo!”) Lo que nos conduce al tema de este posteado: la crítica de César Tort a la novela de Dennis Rodie, The Curse of the Third-rate Artist. Discutirlo nos conduce a las diferentes visiones del mundo y aun temperamentos de estos dos escritores.

Primero quisiera decir que creo que César es un prometedor e interesante escritor que en su trabajo intenta abordar temas muy panorámicos, los cuales también son importantes para mí. Como brevemente mencioné arriba, creo que los artistas que trabajan después de Alice Miller tienen una nueva responsabilidad de estar conscientes. A ello le añadiría la meta-perspectiva de la historia desarrollada por Lloyd deMause, la cual dice que toda la historia humana, y en particular sus aspectos destructivos, se basa en el maltrato a la infancia. “La historia de la infancia es una pesadilla de la que hemos empezado a despertar hace muy poco....”, inicia su trabajo más importante. Miller dice lo mismo, pero no tan sistemática y claramente como la elaboración que, a pesar de todo, ha tenido lugar. Puesto en perspectiva, los maltratos emocionales y la estresante vida que a Martin Maag, el narrador de la novela de Dennis, le infligieron, pudieron ser tan destructoras como fueron, pero menos destructoras y menos generadoras de las psicosis aullantes hacia la luna y el pensamiento mágico que las puericulturas de la Edad Media europea produjeron.

La crítica a tu novela que César escribió en el contexto de la polémica alrededor del llamado Maltrato [Ritual] Satánico en otro lugar de este foro debe entenderse en este contexto. La novela de Dennis Rodie no tiene la misma meta-perspectiva de César Tort, algo que desde su punto de vista el Sr. Tort ve naturalmente como una debilidad. Como yo mismo estoy interesado en la idea de escribir y en la expansión de la conciencia de la que el escribir es la huella física con fines de comunicación como lo que César Tort está desarrollando, comparto, en parte, su crítica. Permítaseme, para agilizar y simplificar este posteado, citar las partes relevantes de una carta-reseña que recientemente le escribí a Rodie después de haber leído su novela The Curse of the Third-rate Artist.
La reseña de Wirsén sobre la novela inédita de Rodie puede leerse en el foro online de este último. Por otra parte, Daniel Mackler, el otro gran lector de Miller quien fuera nuestro amigo, nunca compartió su enorme autobiografía con ninguno de nosotros.

Continúa Wirsén:
Permítaseme por un momento personalizar el asunto. Sobre lo que deseo, y sobre el tipo de escritura que quisiera producir, una perspectiva que el mundo necesita, creo que César es pionero en desarrollar un nuevo deporte. Sus logros serán los míos, e incluso su fallos serán valiosas lecciones. La manera en que osa manifestarse expresivamente enojado es inspirador para mí, aunque en lo que a mí se refiere no estoy seguro adónde me llevaría. Quizá por mi temperamento (que no puede corregirse); quizá por falta de coraje (que, si es el caso, debiera conquistarse) no puedo manifestar tan claramente mi enojo. Por otra parte no el enojo, sino la sensibilidad, parece ser la estrella guía de la novela de Dennis Rodie. Para mí, el jurado está por emitir su juicio, y el desarrollo futuro de César y Dennis, como seres humanos y como artistas, me proporcionará la información necesaria para saber qué camino tomar.

El pentateuco de César, Hojas susurrantes, se expande a partir de una corajuda epístola a la madre, a través de un tratado antisiquiátrico, a una autobiografía brutalmente honesta (así se me dice, aún no he llegado a esa página), a la historia de su familia, a una crónica del sangriento pasado de su nación, hacia una evaluación de la raza humana y donde nos encontramos ahora, lo cual es una expansión y una nueva dirección del pensamiento demausiano: la rápida erradicación de quienes maltratan o hieren a los niños, impidiendo de ese modo que la humanidad se desarrolle de la manera más óptima. Cómo César desenlazará esto en su último libro será una experiencia muy excitante de compartir. Eso es todo lo que sé. El que esté o no de acuerdo y hasta qué punto, es otra de las cuestiones en que el jurado está por pronunciarse. Como contraparte negativa, él podría estar acerándose peligrosamente a una nueva motivación para el genocidio, un nuevo giro del viejo régimen nazi.

Daniel Mackler, en sus escritos, parece implicar que existe una falta de lo que llama “iluminación” de César Tort en este sacar a la luz pública su vida emocional y la de su familia. Que es malsano exhibicionismo, un desafortunado desarrollo de un alma torturada, más bien que la perla que produce la calma por la piedrecilla de arena que tortura, corta y esculpe, en su vulnerable carne rosa a fin de parar el dolor.

Me inclino a la postura de César en este conflicto. Yo mismo tengo ambiciones de convertirme en un gran escritor y encuentro que, después de asimilar el pensamiento de Alice Miller, la obra de arte que no es intensamente personal y honesta no recompensa. ¿Estará sugiriendo Mackler que nos guardemos nuestras historias a nosotros y, así curados, nos sentemos en estado solitario y búdico cuando en vez de eso podemos hacer que nuestras historias salgan a cambiar la conciencia del mundo real? Como dije, me inclino a la interpretación de Tort, pero como siempre el jurado está por pronunciarse. Y creo que incluso Mackler no podrá evitar ver la obra de Tort, como lo ha hecho antes con las psicobiografías y autobiografías—la motivación de escribir que él encuentra dudosa—; no puede eludir mirarlas como un bello choque de automóviles provisto, como entretenimiento para el Buda, de la carne y sangre de otros. El Buda se la pasa flotando en el mundo sufriente con un rostro distante.

Todo lo que he escrito arriba debe apreciarse como mi hallazgo de los escritos de Daniel Mackler, César Tort y Dennis Rodie: una revelación y aspiración de la vida de una nueva conciencia integrada, pulsando con una auténtica capacidad a las emociones, la cual he hallado antes en la obra de Alice Miller y de Lloyd deMause acerca de la cual, una vez saboreada, nada se le compara. Por eso tanto me interesan estos tres [Mackler, Tort, Rodie], leerlos y reflexionar sobre ellos, así como el escribir este texto.

Andreas.


Cuando Andreas Wirsén posteó el comentario de arriba aún no le había enviado el quinto y último libro de mis Hojas susurrantes. De ahí su preocupación sobre un nuevo motivo de genocidio, que hasta lo relacionó con el régimen nazi. No obstante, una vez que se lo envié y lo leyó, me comentó por carta:
“Algo del manuscrito que me sorprendió, sin embargo, fue tu sensible tratamiento sobre el deseo de extermino total. Había imaginado que éste sería terreno de opiniones fuertemente discrepantes entre nosotros, pero manejaste el asunto con delicadeza. El odio es ideal, todo lo demás es Realpolitik. Incluso puedo suscribirme a esa opinión —¡a veces lo único que quiero es que todo este doloroso mundo vuele en llamas!”
Wirsén se refiere a lo que llamo “el exterminio de los Neandertales”, y lo único que puedo adelantar por ahora es la referencia obligada a tres películas que produjo Stanley Kubrick.

El Doctor Insólito es una comedia de humor negro que termina con una guerra nuclear que extermina a la humanidad. 2001: Una Odisea del Espacio finaliza con el advenimiento del Niño Estrella que está por metamorfosear a la humanidad en una especie más elevada. Respecto a Inteligencia Artificial —la cual Kubrick planeó por once años pero no pudo dirigirla porque la muerte lo sorprendió y su esposa se la encargó a Spielberg—, la trama continúa aún cuando el Homo sapiens está extinto…

viernes, 20 de febrero de 2009

La islamización: el suicidio de Europa

Bruce Bawer y otros autores mencionados en el subtítulo de este blog, Spencer y Fallaci, cambiaron mi visión del mundo. Antes de leerlos creía que Europa occidental, y los países nórdicos en particular, estaban más adelantados que los estadounidenses en lo que a moral y compasión por los que sufren se refiere.

Los autores que leí en 2008-2009 transvaloraron mis valores. Siendo éste el tema más importante que pueda imaginar —si Europa no reacciona pronto se convertirá en Eurabia— me veo en la obligación moral de ir recogiendo algunos pasajes de sus libros.

El año pasado publiqué en este blog extractos de la trilogía de Fallaci. Ahora capturaré extractos de las primeras páginas de “Antes del 11 de septiembre: la ceguera de Europa”, el primer capítulo del libro de Bruce Bawer Mientras Europa duerme. Al igual que en mis citas de Fallaci, no interpondré puntos suspensivos entre los párrafos que me salte a fin de agilizar la lectura.

Ya en las primeras páginas Bawer se refiere al brutal asesinato de Theo Van Gogh —descendiente del hermano del famoso pintor— por un holandés musulmán:

Según testigos presenciales, Van Gogh le dijo a su asesino (que por aquel entonces vivía de prestaciones sociales que le pagaba el gobierno holandés): “¡No lo hagas! ¡Piedad!” Y: “Seguro que podemos hablar de esto”. El franco y directo Van Gogh había sido un crítico implacable de la pasividad europea frente al Islam fundamentalista: al contrario que muchos europeos, había entendido la conexión que existe entre la guerra del terror y la crisis de integración europea y había llamado a Estados Unidos “el último rayo de esperanza en un mundo cada vez más oscuro”. [págs. 14s]

Mis amigos y conocidos holandeses dejaron claro que era un tema que no se podía tocar. Entonces llegó el 11-S. Sin embargo, aunque la mayor parte de los países de Europa occidental participó en la invasión a Afganistán y algunos ayudaron a derrocar a Saddam, la contundente respuesta de Estados Unidos dividió a la opinión pública del Continente y abrió un abismo filosófico que a veces se antojaba tan vasto como el propio océano Atlántico.
¿Por qué se dio una diferencia de perspectivas tan acusada entre las dos mitades del Occidente democrático? Una razón fue que la clase dirigente europea occidental —la elite política, mediática y académica que formula lo que llamamos la “opinión europea”— tendía a considerar cualquier disputa internacional susceptible de una solución pacífica.
Ni siquiera los atentados de marzo de 2004 en Madrid —el “11 de septiembre” de Europa— despertaron del todo a la elite europea de su letargo.
Dos días después estaba en Ámsterdam. Me dirigí al escenario del crimen [de Van Gogh]. Había dado por hecho tontamente que me costaría encontrar el lugar exacto. Pero en realidad, habían acordonado un área de unos sesenta metros cuadrados en uno de los lados de la calle Linnaeusstraat. Había montones de tributos florales y alrededor de cincuenta personas abarrotaban la zona, la mayoría de ellas sumidas en profundas cavilaciones. Rodeé el lugar despacio, leyendo las notas que la gente había dejado. “Hasta aquí y no más lejos”, decía una de ellas. “¡Viva Holanda! ¡Viva la libertad de expresión!”, decía otra.
Habían pasado muchas cosas desde que no vivía en Ámsterdam. Primero los atentados del 11-S, luego el asesinato de Pim Fortuyn y por último los atentados de Madrid. Tras cada una de estas atrocidades, yo esperaba que Europa occidental —al menos parte de ella— despertara y se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. [págs. 16-20]

Poco después de mi segundo viaje —para entonces ya había decidido vender mi apartamento y mudarme a Europa— ocurrió algo totalmente inesperado. Para resumir diré que me enamoré y fue un amor correspondido.
Conforme mis semanas en el Viejo Mundo se iban convirtiendo en meses, mi percepción cambió. Me encontré a mí mismo recopilando palabras que empezaran por “i”: individualidad, imaginación, iniciativa, inventiva, independencia de espíritu. A mi juicio, los norteamericanos eran más dados a pensar por sí mismos y a confiar en sus propias opiniones, y menos a dejarse intimidar fácilmente por las autoridades. Estados Unidos, a mi juicio, tenía otra cosa importante: su fe en el futuro. Es el país que gana la mayoría de los premios Nobel y que tiene el doble de licenciados universitarios que Europa. Y sí, este país era responsable de mucha cultura popular mediocre; pero los europeos, según empezaba a darme cuenta entonces, la consumían con la misma avidez.
Como muchos otros norteamericanos, yo había identificado mi país con sus productos más insípidos de cultura pop, y Europa, con los más nobles de su noble cultura. Pero cuanto más tiempo permanecía en Europa, más me sorprendía a mí mismo considerando con buenos ojos la ambición tan característica de mi país. Sin ésta, veía que la vida podía ser algo muy apagado e insustancial. Además, había empezado a darme cuenta de que en gran parte de Europa occidental la apreciación de placares cotidianos estaba ligada a una sofocante conformidad. A veces podía dar incluso la impresión de que aquello en lo que Europa occidental verdaderamente creía era en la mediocridad.
Conforme iba buscando integrarme a la sociedad holandesa, notaba que los holandeses me oponían resistencia. Los europeos occidentales no eran cristianos fundamentalistas. Pero estaba empezando a darme cuenta de que determinados elementos de la población inmigrante, en constante expansión, representaban una amenaza mayor para la democracia que los fundamentalistas cristianos en Estados Unidos.
Durante nuestros seis meses en Ámsterdam, vivimos en tres apartamentos distintos. El primero era un amplio sótano sin ventanas en un barrio precioso; el segundo, aunque estaba en un barrio algo menos bueno, era elegante, con grandes ventanales y una maravillosa vista sobre el canal Oude Schans. El tercero estaba al oeste del centro y justo al otro lado del perímetro, en un barrio llamado Oud West, de mayoría musulmana. Nuestra dirección era Bellamyplein, una plaza claustrofóbica de fealdad dickensiana. Las mujeres llevaban burka. Proliferaban los rótulos con caracteres árabes; también los cochecitos de bebé.
Más tarde habría de encontrar similares contrastes en otras ciudades europeas. Por todo el Continente, el Islam era una presencia enorme y en expansión, y las personas a las que consideraban sus dirigentes no eran los miembros electos del Parlamento sino imanes. Ese mismo año [2004] un orador musulmán dijo a su público en Copenhague que “el laicismo es una repulsiva forma de opresión. Ningún musulmán puede aceptar el laicismo, la libertad y la democracia. ¡Sólo es tarea de Alá legislar cómo debe regularse la sociedad! Los musulmanes desean y ansían que la ley de Alá reemplace la ley de los hombres”.
Un musulmán en Europa no está aislado. Es parte de una familia que, a su vez, es parte de un gran clan, algunas de cuyas ramas viven en el país natal de la familia, y otras en otros países europeos y/o en Estados Unidos. También es parte de una comunidad cuyos miembros se tienen muy vigilados unos a otros. “En el universo del que provengo —declaró Hirsi Ali en The Guardian—, ser un individuo no es algo que uno dé por sentado. [págs. 28-38]

Quizá la más bárbara y menos conocida de estas costumbres sea la mutilación de los órganos femeninos (ablación del clítoris). Luego está la práctica conocida como dumping, mandar a los niños musulmanes europeos al país de origen de sus padres para que frecuenten allí las escuelas coránicas. El objetivo es claro: impedir que se integren en la democracia occidental. Los gastos de esta “reeducación” suelen financiarlos las mezquitas europeas que, a su vez, reciben fondos de los gobiernos musulmanes y europeos. Algunos niños son enviados a esas escuelas ya desde los tres años de edad. En 2004, mis amigas Hege Storhaug y Rita Karlsen de la Oficina de Derechos Humanos regresaron de un viaje a Pakistán con un terrible testimonio de primera mano de una escuela coránica, una madraza, en Gujarat: “Desde fuera parecía una cárcel. Estaba oscura, hacía frío y no tenía electricidad”. Las alumnas, todas niñas escandinavas, no tenían buen aspecto.
En Holanda muchos jóvenes frecuentaban academias islámicas. Estas escuelas, que, como las mezquitas, reciben subsidios del Estado holandés así como de gobiernos islámicos, enseñaban el odio a los judíos, a Israel, a Estados Unidos y a Occidente. Enseñaban a los jóvenes a sentir desprecio por las sociedades democráticas en las que viven y a considerarlas transitorias, destinadas a ser sustituidas por un califato musulmán gobernado por la ley de la Sharia. Y reforzaban también la moralidad sexual que los chicos aprendían en casa, que permite la poligamia (para los hombres), percibe severos castigos para las adúlteras y las víctimas de violación (no así para los violadores) y exige que se aplique la pena de muerte a los homosexuales.
Esas escuelas no existían comúnmente en Holanda, por supuesto, sino en toda Europa. Los libros de texto musulmanes utilizados en Alemania enseñan que “la existencia del pueblo musulmán ha sido amenazada por judíos y cristianos desde los tiempos de las Cruzadas, y es el deber de cada musulmán prepararse para luchar contra estos enemigos”.
Storhaug y Karlsen también han señalado un hecho que la mayor parte de los políticos europeos preferiría pasar por alto, a saber: que un matrimonio forzoso probablemente implicaría relaciones sexuales forzosas, a veces cotidianas. La Oficina de Derechos Humanos estudió noventa casos de matrimonio forzoso en Noruega y descubrió que tan sólo tres de las esposas no sufrían violaciones. Una chica dijo que cuando gritó pidiendo socorro, su nueva familia política, que seguía celebrando la boda en una habitación cercana, “se limitó a subir el volumen de la música”. Otra chica dijo: “Nunca olvidaré el día después de la noche de bodas. Todo el mundo tenía que haber visto el dolor reflejado en mi rostro. Pero ni siquiera mi propia madre hizo ningún gesto que me diera a entender que podía esperar de ella el más mínimo consuelo o ayuda”. Tradicionalmente, en los países musulmanes, una nueva esposa se traslada a vivir con la familia del marido, nunca al contrario.
Para los padres, este esfuerzo de antiintegración [desalentar europeizarse] es especialmente urgente cuando se trata de sus hijas. Algunos llegarán a extremos insospechados para impedir tal contaminación, combinando el dumping y el matrimonio forzado para lograr así la no integración más absoluta. Obligando a su hija a casarse con un pueblerino analfabeto que cree que el marido tiene el derecho de golpearla por cualquier motivo, un padre puede contrarrestar la influencia de Occidente y asegurarse de que su hija, pese a vivir en Europa, tendrá una vida muy similar a la de una campesina de cualquier aldea paquistaní.
La típica chica musulmana residente en Europa occidental vive, así, con la probabilidad de que algún día se la obligue a casarse con un marido importado al que tendrá que obedecer sin falta. Y si lo desobedece públicamente —manchando así el honor de la familia— la familia entera quizá considere que es su obligación sagrada despacharla en un “asesinato de honor”.
Lo que diferencia a estos asesinatos de otros que tienen lugar todos los días en Occidente es que numerosos miembros de la subcultura del perpetrador los consideran defendibles. Según declaraba el periódico The Sun, la policía de Yorkshire, al investigar un asesinato “se topó con un muro de silencio en la comunidad paquistaní de la chica”. Tras el asesinato de Fadime Sahindal, cuando los periodistas entrevistaron a algunos musulmanes noruegos, éstos no quisieron condenar categóricamente el hecho. Más de uno insistió en que el padre había hecho lo que tenía que hacer. Resulta imposible colmar el abismo entre una mentalidad occidental y otra que permite que se lleven a cabo “asesinatos por honor”. Imagínense que violan a su hija, y que como consecuencia se sienten obligados a matarla.
En 2000, una chica de doce años con pasaporte sueco se hallaba de compras con su madre y su hermano en la ciudad natal de su familia en el norte de Irak. Allí conoció a un vecino, que le dio un paseo en el coche. Esta contravención del honor —pasear a solas con un muchacho que no era familia suya— “enfureció a toda la familia”, relató un pariente. Unos sesenta miembros de la familia se reunieron para hablar de matar a la chica. Al final decidieron no hacerlo. No todos estaban de acuerdo. Pero un día de mayo de 2001, la chica, que entonces contaba trece años, salió de su casa y encontró a tres tíos y cuatro primos suyos esperándola en la puerta. Le metieron ochenta y seis balas en el cuerpo. (Como ella, dos de los tíos eran ciudadanos suecos.)
Por horrible que esto pueda parecer, no es nada comparado con la Europa gobernada por la Sharia, que es el sueño de los imanes fundamentalistas. [págs. 40-51]

¿Por qué, se pregunta Sajer, tiene que ser esto así? “¿Por qué tienen estos islamistas tanto poder sobre nosotros? ¿Por qué los respalda el Estado, sin supervisión sin control y sin que muchos otros musulmanes puedan expresar sus opiniones sobre ellos? Hay una gran diferencia entre un musulmán y un islamista, una diferencia tan grande como entre un alemán y un nazi”.
Como yo me marché a vivir a Ámsterdam en 1999, aún no sabía nada de todo esto. Pero quería enterarme. Desgraciadamente, la información no era fácil de conseguir (internet todavía no era la fuente global y exhaustiva que es ahora). Día tras día me pasaba las horas en los cafés hojeando periódicos holandeses, británicos, franceses, alemanes, italianos y españoles (en muchos cafés holandeses hay una gran variedad de periódicos extranjeros al alcance del cliente), pero apenas encontraba referencias a los musulmanes europeos. Recorrí varias de las excelentes librerías de Ámsterdam así como la gran biblioteca de Prinsengracht pero apenas encontré nada. (Ahora sé que el primer libro de Pim Fortuyn, Against the Islamization of Our Culture, se había publicado dos años antes, pero entonces nunca me topé con él.) Tan sólo hallé unos pocos sobre el Islam en Occidente. Casi todos adoptaban una perspectiva confiada y optimista. Por ejemplo, el estudioso estadounidense John Esposito, en su obra The Islamic Threat? (1992), defendía largo y tendido que el Islam no suponía ninguna amenaza, y era categórico al respecto. Y se supone que Esposito era un experto.
Exceptuando esto, poco sabía de los musulmanes europeos. Y no era el único. En 1998 los europeos no tenían ni idea. Los medios de comunicación no habían dedicado su atención al tema, los parlamentos no lo habían debatido y los profesores no habían enseñado nada al respecto en sus colegios. [págs. 54s & 58]

Sus barrios no son guetos temporales que desaparecerán con la integración; son colonias embrionarias que seguirán creciendo como resultado de la inmigración y la reproducción.
El término “colonias” no es ninguna exageración. Como lo expresa el historiador británico Niall Ferguson, “una joven sociedad musulmana al sur y al este del Mediterráneo espera preparada para colonizar una Europa senescente al norte y al oeste del Mediterráneo”. Bassam Tibi, un musulmán liberal que trabaja como profesor en una universidad alemana, ha advertido de que “o bien el Islam se europeíza, o Europa se islamiza”. (Él preferiría lo primero.) Y en julio de 2004, Bernard Lewis —tal vez el experto sobre el islam más destacado— predijo que antes del final del siglo, Europa será islámica.
Los imanes lo saben. “Los musulmanes tienen el sueño de vivir en una sociedad islámica”, declaró un dirigente musulmán en 2000. “Ese sueño sin duda se realizará en Dinamarca. Allí llegaremos a ser mayoría”. En una camiseta popular de los jóvenes musulmanes de Estocolmo puede leerse el siguiente lema: “En 2030 el mundo será nuestro”.
La razón principal por la que me alegraba abandonar Estados Unidos era el fundamentalismo protestante. Pero al final vi que Europa estaba cayendo en las garras de un fundamentalismo aún más alarmante cuyos cabecillas hacían que sus homólogos protestantes norteamericanos parecieran meros aficionados. Falwell era un desgraciado, pero no proclamaba fatwas. Los consejos sobre vida familiar de James Dobson eran atroces, pero no le recomendaba a la gente que asesinara a sus hijas. Los liberales norteamericanos llevaban décadas luchando contra la derecha religiosa; los europeos occidentales ni siquiera se habían dado cuenta de que tenían una derecha religiosa. ¿Cómo eran capaces de no verlo? Desde luego, como homosexual [recuérdese que es Bruce Bawer quien escribe], no podía cerrar los ojos a una realidad tan lúgubre. Pat Robertson simplemente quería negarme el derecho al matrimonio; los imanes querían lapidarme.
La situación era alarmante. Las cosas que yo precisamente más amaba de Holanda —y de Europa— eran las que estaban más amenazadas por el aumento del islam fundamentalista. Y sin embargo, los holandeses no hacían nada. ¿Por qué se negaron a tratar una cuestión que ponía en peligro de manera tan flagrante su libertad? ¿Acaso no veían ellos lo que yo veía?
Una noche cenamos con Stephan Sanders, un escritor gay, conservador y a la vez inconformista, que aparecía frecuentemente en la televisión holandesa y era bien conocido por expresar con franqueza sus opiniones poco ortodoxas. Mencionó de pasada que Holanda, a diferencia de Estados Unidos, no tenía una derecha religiosa. Yo sabía muy bien que sí la tenía; que estaba compuesta de musulmanes, y no de cristianos, fundamentalistas; y que tarde o temprano los holandeses tendrían que afrontar abiertamente el desafío que suponía. Pero por aquel entonces, sin embargo, era obvio que la idea les resultaba demasiado incómoda. Criticar cualquier corriente del islam de la manera que fuera se les antojaba igual que expresar prejuicios raciales o étnicos. En efecto, los holandeses (como el resto de los europeos occidentales en general) consideraban al islam no tanto una religión, como una expresión de identidad étnica. Aunque condenaban con fervor el fundamentalismo protestante —que apenas existía en un país que había sido tan severamente calvinista— los holandeses no eran capaces de pronunciar una sola palabra negativa sobre el fundamentalismo islámico. Cuando me fui de Holanda, yo ya sabía todo esto. Y también sabía que llegaría el momento en que los holandeses también tendrían que afrontarlo.
En abril de 1999 dejamos Ámsterdam y nos fuimos a vivir a Oslo; y el 8 de mayo, en una sencilla y bonita ceremonia en el juzgado, nuestra unión se hizo oficial.
Al vivir en Oslo, pronto me di cuenta de que muchas conclusiones a las que había llegado sobre Holanda podrían aplicarse también a Noruega. En ambos países había una supremacía absoluta de lo políticamente correcto.
Aproveché una oferta que el gobierno hacía extensible a todo nuevo inmigrante: quinientas horas gratuitas de clase de noruego. En las aulas a final del pasillo se veían mujeres con hiyab, acompañadas de miembros varones de sus familias, sin cuya escolta no les estaba permitido salir de casa. Y éstas eran las que tenían maridos permisivos: muchas mujeres que habían de pasarse la vida entera en Noruega estaban casadas con hombres que, al considerar la lengua occidental como un instrumento de corrupción, nunca les permitirían aprender noruego. [págs. 63-69]

Si bien es cierto que algunos jóvenes musulmanes beben alcohol, tienen relaciones sexuales y cometen delitos que no están verdaderamente motivados por la religión, otros, como el asesino de van Gogh y los terroristas del ataque de Londres de 2005 son cultos, devotos y célibes abstemios que nunca robarían ni matarían, pero sí están desando llevar a cabo acciones de asesinato en masa en nombre de Alá.
Nuestro encuentro con una banda en el centro de Oslo tuvo lugar un jueves por la noche. A la mañana siguiente, los periódicos se hacían eco de las últimas investigaciones sobre el asesinato reciente de una anciana de ochenta y tres años. Resultó que los asesinos eran libios a los que se había concedido asilo político en Noruega, a uno de ellos porque había sido condenado a muerte en Libia. Vivía en un centro de refugiados y no se había informado a nadie, ni siquiera a la policía, de que había cometido un delito grave, porque eso no estaba permitido. Al día siguiente, la noticia que acaparaba todos los titulares era un tiroteo en el aeropuerto de Oslo: el resultado de un enfrentamiento por honor entre paquistaníes.
Mientras tanto los problemas sencillamente empeoran. En algunas áreas urbanas de Europa no reina ya ningún orden. Grupos de jóvenes recorren las calles, cometen delitos a plena luz del día, frente a decenas de testigos, sin miedo a que se les detenga ni se les castigue. “En numerosas ciudades francesas con una población islamista radical creciente —observa el profesor de la Sorbona Guy Millière—, ninguna adolescente puede salir sola por la noche, al menos no si no se cubre con una burka de los pies a la cabeza” porque de lo contrario estaría reconociendo que es una puta y pidiendo a gritos que la violen. Las estadísticas que conciernen a la ciudad holandesa de Amersfoot probablemente sean representativas de gran parte de Europa: la policía ha abierto expediente al 21 por ciento de los chicos marroquíes y al 27 por ciento de los somalíes, y sospecha que el 40 por ciento de los marroquíes de entre quince y diecisiete años está involucrado en asuntos de delincuencia. En 2005, un periodista holandés, sacando a colación un incidente sobre bandas marroquíes de Den Bosch que había salido en las noticias, hizo unos cuantos cálculos y determinó que el 80 por ciento de los adolescentes marroquíes de la ciudad estaba “involucrado en distintos tipos de violencia callejera”. [págs. 72-74]

¿Por qué los policías de Oslo renunciaron a tratar el problema de los inmigrantes? ¿Por qué la gente de Ámsterdam se mostraba tan reacia a debatir seriamente nada que tuviera que ver con la inmigración? ¿Y por qué no se encontraba ni una alusión siquiera a la verdad sobre nada de esto en los periódicos y en los noticiarios de la televisión? Cuanto más tiempo vivía en Europa, más obvio me resultaba que la respuesta estaba en el multiculturalismo a prueba de bombas que gobernaba la mente del establishment político, mediático y académico. Por supuesto, me llevó un tiempo comprender que existía tal establishment, y que ejercía un inmenso control sobre las noticias y las opiniones a las que el público estaba (y dejaba de estar) expuesto. El consenso ideológico que caracteriza a los políticos y periodistas de la clase dirigente de Europa occidental no tiene parangón en Estados Unidos.
Y te considerarán “brillante” tus compañeros de la elite académica y mediática, que suscriben el mismo dogma y entienden que es parte de su labor preservar el poder de la elite y seguir ofreciéndole a la gente la misma línea de pensamiento sobre lo brillantes y perspicaces que son sus propios líderes y lo idiotas que son los Estados Unidos. Todo forma parte del legado de la larga tradición feudal europea (la política norteamericana es diferente). En Europa occidental, los que reciben las recompensas más espléndidas suelen ser los que hacen gala de la más firme lealtad al partido. Los que tienen ideas originales y propias no son bienvenidos. Y se arrincona a los que podrían sacudir esos cimientos. [págs. 76-79]

En cuestiones importantes de filosofía política, las diferencias entre partidos disminuyen. Aunque los partidos “de izquierdas” son abierta y orgullosamente socialdemócratas y los de “derechas” no, en la práctica los partidos dominantes casi nunca desafían la fe socialdemócrata en una economía controlada y en la distribución de ingresos, un sistema que se enseña a los niños desde pequeños a ver como el equilibrio perfecto entre el capitalismo al estilo estadounidense y el comunismo al estilo soviético.
En determinadas cuestiones, están todos hombro con hombro, incluso si tiene que ser en contra de una mayoría de la población. Pongamos por ejemplo la pena de muerte. La ficción casi universalmente aceptada es que los europeos desprecian a Estados Unidos por tener pena de muerte. La realidad es que muchos europeos —algunas encuestas sugieren que podría tratarse incuso de la mayoría— también les gustaría tenerla. El problema es que ningún partido dominante, de la tendencia que sea, la respalda.
Hace tiempo que se sigue el mismo patrón con respecto a las cuestiones de inmigración e integración. Durante años, mientras que los europeos de pie se sentían cada vez más preocupados por esas cuestiones, los partidos europeos dominantes —en colaboración con los medios de comunicación y el entorno académico— eludían un debate público sobre ellas. Se ponía en la picota, se ridiculizaba y se mancillaba el buen nombre de casi cualquiera que intentara entablar un debate al respecto. La organización verticalista de los partidos principales mantenía a raya a los políticos; la rigidez filosófica de los jefazos de los grandes grupos mediáticos (muchos de los cuales pertenecían al gobierno o se sustentaban con sus subvenciones) mantenía toda opinión poco ortodoxa alejada de las ondas y las páginas de opinión. Sí, hay pensadores independientes y se puede acceder a sus opiniones (si se pone en ello el suficiente empeño) en algún otro artículo de periódico o, cada vez más, en las bitácoras de los blogs de Internet. En general, sin embargo, las opiniones discordantes se mantienen eficazmente alejadas de los medios de comunicación dominantes.
Aquí es donde entran en escena los llamados “partidos populares”. En numerosos países europeos, tales partidos han sido los únicos en abordar con franqueza las cuestiones del islam fundamentalista, la inmigración y la integración. Y se les ha estigmatizado tremendamente por hacerlo. Los políticos del establishment hablan con altanería sobre lo que es mejor para la “sociedad”, para la “comunidad”, para el “pueblo”, pero cuando aparecen otros políticos que de verdad comunican con las preocupaciones del pueblo sobre las cuestiones más urgentes, los primeros los condenan tildándolos de “populistas”. Algunos de los partidos “populistas” del Continente, como el Vlaams Belang (antes llamado Vlaams Blok) en Bélgica, el Frente Nacional en Francia el Partido de la Libertad en Austria y el Parido Nacional en Alemania, son en efecto grupos más o menos fascistas, obsesionados con la identidad racial, étnica y cultural. Otros, como el Partido del Progreso en Noruega, el Partido de la Independencia en el reino Unido, el Lijst Pim Fortuyn en Holanda y el Partido del Pueblo Danés en Dinamarca, atraen quizá a elementos intolerantes y xenófobos, pero principalmente captan la atención de ciudadanos preocupados por preservar la libertad y la igualdad. Los partidos “populistas” partidarios de la libertad tienden a ver las cosas de una manera que a los estadounidenses les resulta más familiar. [págs. 80-83]


El libro de Bawer consta de más de 400 páginas y recomiendo mucho su lectura. Lo único que quisiera aportar aquí es que, en este último párrafo, estoy en completo desacuerdo con él.
El querer preservar la identidad étnica y cultural de la propia nación no sólo no tiene nada de malo, sino que es la más grande de las virtudes en una época tan oscura como ésta. Adjetivarlo de “obsesión”, “xenofobia” e incluso “fascista”, como lo hace Bawer —o de “populismo” como lo hacen sus enemigos—, es calumnioso. Si hay algo que Europa necesita es una legión de gente preocupada por preservar tanto la cultura occidental como, digámoslo sin rubor, el genotipo y fenotipo de los occidentales nativos. Y eso no se hace importando a millones de extranjeros, mucho menos a quienes anhelan derrocar nuestro sistema para imponernos un califato mundial.

martes, 6 de enero de 2009

San Francisco

Hoy, 21 de diciembre de 2014, edité, corregí y mudé esta entrada: aquí.

sábado, 3 de enero de 2009

Reseñas del libro de Fallaci vs. el Islam

Para vergüenza de México no llegó, que yo sepa, la trilogía de Oriana Fallaci a las librerías nacionales (de cuyos libros recojo algunos pasajes—véanse mis últimas entradas de 2008). Y para vergüenza de España, no he visto la trilogía en las librerías a finales de 2008 e inicios de 2009. En las librerías españolas que he visitado la traducción de sus tres libros sólo está disponible sobre pedido.

Quisiera recoger unos brevísimos extractos de reseñas sobre el segundo libro de la trilogía, “La Fuerza de la Razón”, que leí en Amazon Books. Los comentarios que recojo son positivos. No encontré un sola reseña crítica o negativa de ese libro que presentara argumentos sustanciales. Si alguien sabe de una reseña negativa que presente argumentos sustanciales en vez de ad hominems (falaces acusaciones de “racismo”, etc.), hágamelo saber.

Aunque cada libro vendió un millón de copias en Italia, la causa de que a Oriana no se le reconozca se debe, como dijo uno de los reseñadores de Amazon, a la gente políticamente correcta de la izquierda zombie que tiene el poder en Europa.

He aquí estos pasajes:


“Murió en los Estados Unidos. Sus congéneres europeos básicamente la expulsaron del continente. Convirtieron los años finales de Fallaci en un infierno en vida” (19 septiembre 2006).

“Oriana Fallaci merece una estatua erigida en su honor. ¿Será su memoria una inspiración durante las inevitables pruebas y tribulaciones del futuro? Estoy convencido que ese será el caso” (David Thomson).

“Leer este libro es como prender un cerillo en la oscuridad” (11 junio 2006).

“…las meretrices que han dado nuestra civilización, nuestra cultura, a los puercos. Es sólo después de toda una vida de experiencia que uno puede legítimamente transformar o rediseñar las reglas de su profesión, y al hacerlo el escritor nos da el néctar de su sabiduría” (28 marzo 2006).
La reseña del 17 de marzo de 2006 vale la pena leerla toda en Amazon Books.
“Se han caído las escamas de mis ojos. He visto el error de mis caminos, y dicho las mea culpas. Sí, yo también he sido un libertario…” (12 marzo 2006).

“¿A qué se parecerá Europa? No será muy diferente de Arabia Saudita. Ese bravo nuevo mundo verá al Renacimiento y a la Ilustración como edades oscuras. La libertad de expresión será herejía. Una brutal policía religiosa mantendrá en vigencia la ley islámica. Las hembras serán ciudadanas de segunda categoría. Este es un libro provocativo y perturbador. No extraña que Fallaci sea la mujer más odiada sobre la tierra —el precio por no tolerar la intolerancia”.
Finalmente, Kat Bakhu escribió el 7 de marzo de ese mismo año:
“Necesitamos mil voces de éstas, e incluso más. Necesitamos un entendimiento apasionado sobre lo maravillosa que es nuestra cultura [Occidente]”.