domingo, 28 de diciembre de 2008

Oriana Fallaci II: La fuerza de la razón

Hace unos siglos los europeos eran más inteligentes de lo que son hoy. Si fuera leída más de lo que es por una raza que ha perdido la fe en sí misma, Oriana Fallaci sería la Carlos Martel de Europa. Ya he capturado algunos pasajes del primer libro de su trilogía en que lamenta el reciente suicidio de los europeos ante el Islam y aquí capturo algunos otros de su segundo libro, dedicado a las víctimas del terrorismo en Irak que fueron “degollados como cerdos” por islamofascistas, en la que Oriana habla también de los marines cuyos cadáveres chamuscados fueron exhibidos “y todo esto sin que los falsos pacifistas expresen la indignación expresada por las personas civilizadas ante los abusos cometidos en la cárcel de Abu Ghraib”. La lectura de los libros de Oriana Fallaci es materia obligatoria para todo disidente de la corrección política que impera en los medios de comunicación.


Extractos de su libro La Fuerza de la Razón:

Han pasado más de dos años desde el día en que, como una Casandra que habla al viento, publiqué La Rabia y el Orgullo. Y si escribes que la Tierra es redonda, no te quepa duda: te convertirán de inmediato en un fuera de ley. El infierno que aquel santo Oficio desencadenó también me ha proporcionado mucho amor. En Francia, por ejemplo, una página web abierta con el nombre de “thankyouoriana” acumuló sólo en un año cincuenta y seis mil mensajes de agradecimiento. De Bosnia, por ejemplo, de Marruecos, de Nigeria, de Irán, sobre todo por mujeres musulmanas bajo el yugo de la Sharia. En Moscú el director de una fábrica hizo una traducción pirata (en Rusia no se había publicado todavía) con la que hizo una serie de lecturas en voz alta a sus empleados. El New York Post, por ejemplo, me definió como “la excepción en una época en la que la honestidad y la claridad ya no se consideran virtudes preciosas”. Uno de Nueva York añadió: “Al parecer, el de Oriana Fallaci es el único intelecto elocuente que ha producido Europa desde que Winston Churchill pronunció su célebre discurso sobre la Cortina de Hierro". [págs. 11-14]
Pero también hubo:
Repugnantes artículos. Vehementes injurias por periódicos tanto de derechas como de izquierdas. En un periódico de extrema izquierda, el “Fuck-you Fallaci” apareció con grandes caracteres y ocupando toda la página. Obscenidades escritas en los muros de las calles (“Oriana puta”). Presentadores de televisión que durante la transmisión pintan grotescos bigotes sobre mi fotografía. Senadores y senadoras que en mis ideas ven una perturbación neurológica sugieren que me encierren en una clínica psiquiátrica. [págs. 15s]

Los charlatanes que, de buena o mala fe, le echan la culpa de la guerra a los americanos, y punto, a los israelíes, y punto. La guerra de Vietnam fue una guerra civil en todos los sentidos, y el que no lo admita es un mentiroso o un cretino. Piensa en la guerra de Camboya que fue exactamente lo mismo. [págs. 19-21]
Oriana había arriesgado su vida durante su trabajo como reportera in situ en ambas guerras. Ayer que veía las noticias era patente el sesgo pro Palestina de la televisión española estos días en que Israel emprendió una campaña militar contra Hamas.
En discursos públicos se han rebajado patéticamente a emplear mi apellido como un adjetivo despectivo, hablando de “fallaci-engaños” o “fallaci-ilusiones”, incluye también el proceso judicial que se instruyó contra mí en París en 2002 por racismo, xenofobia, blasfemia, instigación al odio contra el Islam.
En Suiza se aprobó en 1995 el artículo 261 bis del Código Penal, en el cual un inmigrante musulmán puede ganar cualquier proceso ideológico apelando al racismo religioso. En noviembre de 2002 la Oficina Federal de Justicia de Berna osó pedir mi extradición al Estado Italiano y abrieron contra mí y contra mis editores un procedimiento penal por los contenidos de La Rabia y el Orgullo. La petición fue rechazada de inmediato por el Ministro italiano de Justicia Roberto Castelli que recordó a su colega suizo que el artículo 2 y especialmente el artículo 21 de la Constitución italiana garantizan al ciudadano italiano el inviolable derecho a manifestar libremente su ideas de palabra y por escrito. Que pedir al Estado Italiano que me procesase habría atentado contra un principio fundamental de nuestra Constitución. La denominada Extrema Izquierda protestó deseando que al menos en Suiza fuese procesada.
Son muchas las víctimas del 261 y del 261 bis. El defensor de los animales suizo Erwin Kessler no soporta el sacrificio [musulmán] de animales al estilo halal y por haberlo criticado se tragó dos meses de cárcel sin derecho a libertad condicional. Gaston Armand Amadruz que publicaba un pequeño mensual revisionista (revisar la Historia es decir contarla de forma diferente de la versión oficial está hoy prohibido, viva la libertad) fue condenado en 2000 por el Tribunal de Lausana a un año de cárcel. Otra sanción es la del historiador francés Robert Faurisson. También él, y a pesar de su avanzada edad, sin derecho a libertad condicional. Para terminar tras las rejas en Berna o en Lausana o en Ginebra me basta con ir a tomarme un café a Lugano. O con encontrarme a bordo de un avión que a causa del mal tiempo o de un cambio de ruta aterrice en Zurich. [págs. 24-28]

Como es obvio, todo esto también ocurre por culpa de la filoislámica ONU. Esa ONU de la que los imbéciles y los hipócritas hablan siempre quitándose el sombrero como si fuese una cosa seria. [pág. 30]
En las siguientes páginas Oriana menciona casos más que abyectos de filoislamismo y censura de los críticos del islamofascismo de parte de la ONU y la UNESCO, por lo que comenta:
Ergo, la rabia que me consumía hace ya más de dos años no se ha aplacado. Sólo me arrepiento de haber dicho menos de lo que habría debido decir y de haber llamado sólo cigarras a los que hoy llamo colaboracionistas. Es decir traidores. Añado además que la rabia y el orgullo se casaron y han dado a luz un hijo robusto: la indignación. Y la indignación ha alimentado la reflexión, ha fortalecido la Razón. La Razón ha enfocado las verdades que los sentimientos no habían enfocado y que hoy puedo expresar sin medias tintas. Preguntándome por ejemplo: ¿qué clase de democracia es una democracia que veta disenso, lo castiga, lo transforma en delito? ¿Qué tipo de democracia es una democracia que favorece la teocracia?
Troya arde en llamas mientras Europa se convierte cada vez más en una provincia del Islam, una colonia del Islam. [págs. 34-36]
Hasta acá, el prólogo del libro. A continuación recojo los pasajes de los capítulos, comenzando por el primero, recapitulación histórica que me hizo cuestionar la imagen idealizada que tenía sobre la “edad de oro” del Islam. Oriana habla de:
…las crucifixiones de Córdoba, sobre los ahorcamientos de Granada, sobre las decapitaciones de Toledo y de Barcelona, de Sevilla y de Zamora. Las de Sevilla, decretadas por Mutamid, el rey que adornaba los jardines de su palacio con cabezas cortadas. Crucificados o decapitados o ahorcados. Y a veces empalados.
De España en el 721 pasaron a la no menos católica Francia. Tomaron Narbona. Ahí masacraron a toda la población masculina. En 731 una oleada de trescientos ochenta mil soldados de infantería y dieciséis mil de caballería llegó a Burdeos que se rindió de inmediato. De Burdeos pasó a Poitiers y si en 732 Carlos Martel no hubiese ganado la batalla de Poitiers-Tours, hoy en día los franceses también bailarían flamenco. En 827 desembarcaron en Sicilia. La islamizaron hasta que fueron expulsados por los Normandos. Llegaron hasta Roma. Para prevenir otros ataques, León IV levantó las murallas leoninas.
Abandonada Roma ocuparon Campania, ciudad en la que sacrificaban todas las noches la virginidad de una monja. ¿A que no sabes dónde? En el altar de la catedral.
Ocuparon Turín y Casale, incendiaron iglesias y bibliotecas, mataron a miles de cristianos, después pasaron a Suiza y… Hoy está de moda darse golpes de pecho a cuento de las Cruzadas, echar pestes de Occidente a cuento de las Cruzadas, considerar las Cruzadas una injusticia cometida contra los pobres musulmanes inocentes.
Al momento de capturar este pasaje se ve en la televisión la película El Reino de los Cielos donde Ridley Scott idealiza a Saladino durante la Segunda Cruzada.
Las Cruzadas fueron la respuesta a cuatro siglos de invasiones, ocupaciones vejaciones carnicerías. Fueron una contraofensiva para bloquear el expansionismo islámico en Europa, para desviarlo hacia Oriente, hacia Rusia y Siberia, donde los Tártaros convertidos al Islam estaban ya difundiendo el Corán.
Y en 1453 asediaron de nuevo Constantinopla que el 29 de mayo cayó en manos de Mehmet II, una fiera sanguinaria que estranguló a su hermano de tres años. Por cierto ¿conoces el relato que sobre la caída de Constantinopla nos ha legado el escribano Phrantez? Quizá no. Europa llora sólo por los musulmanes, pero jamás por los cristianos o los hebreos o los budistas o los hinduistas.
Irrumpen en la catedral y decapitan hasta a los recién nacidos. Y con sus cabecitas apagan las velas. Mientras, la ciudad ardía. La soldadesca crucificaba y empalaba. Los jenízaros violaban y después degollaban a las monjas (cuatro mil en unas pocas horas). Sí, sí, así fue como Constantinopla se convirtió en Estambul. Lo quieran oír o no los de la ONU.
Tres años después conquistaron Atenas. Después atacaron la república de Venecia. Luego Solimán alcanzó Buda, hoy Budapest, la incendió, y adivina cuántos húngaros terminaron inmediatamente en el mercado de esclavos que distinguía a Estambul. Cien mil. Adivina cuántos terminaron el siguiente año en los mercados. Tres millones. Solimán armó otro ejército con otros cuatrocientos cañones y en 1529 pasó de Hungría a Austria. Tras cinco semanas de inútiles asaltos prefirió retirarse. Pero en la retirada masacró a treinta mil campesinos.
La reforma de la armada le permitió convertir el Mediterráneo en el feudo marítimo del Islam, de ahí, tras haber sofocado una conjura palaciega haciendo estrangular al primero y al segundo de sus hijos y a los seis hijos de éstos, es decir, a sus nietos. [págs. 39-50]
Después de ultrajes aún peores Oriana habla de los sucesos del siguiente siglo, cuando se puso de nuevo el cerco a Viena:
Pero el hecho es que en aquella época los europeos eran más inteligentes de lo que son hoy, y excepto los franceses del rey Sol (que había firmado con el enemigo un tratado de alianza) acudieron todos a defender la ciudad considerada como el baluarte del Cristianismo. Todos. Ingleses, españoles, alemanes, ucranianos, polacos, genoveses, venecianos. El 12 de septiembre consiguieron una extraordinaria victoria que obligó a Kara Mustafa a huir abandonando camellos, elefantes, mujeres, concubinas degolladas, y… [pág. 52]
Oriana pasa luego a temas de mayor actualidad:
Son también los inmigrantes que se instalan en nuestra casa, lo que incluye Suiza donde son más del diez por ciento de la población. En la Europa sojuzgada el tema de la fertilidad islámica es un tabú que nadie se atreve a desafiar. Si lo intentas, vas derecho ante un tribunal acusado de racismo-xenofobia-blasfemia. No es casual que entre las acusaciones del proceso al que fui sometida en París figurase una frase (brutal, estoy de acuerdo, pero exacta) con la que me había traducido al francés. “Ils se multiplent comme les rats. Se multiplican como las ratas”.
Las regiones más densamente pobladas de la ex Unión Soviética son las musulmanas, comenzando por Chechenia.
Ninguna ley liberticida podrá nunca desmentir que precisamente gracias a esa extraordinaria fertilidad en los Años Sesenta y Ochenta los chiítas lograron imponerse en Beirut y destronar a la mayoría cristiano-maronita. Basta recordar aquello que Bumedián (que destituyó a Ben Bella con un golpe de Estado tres años después de la independencia de Argelia) dijo en 1974 ante la Asamblea de las Naciones Unidas: “Un día millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos. Porque irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria”. [págs. 54-56]

Pues sí. En la Europa que arde en llamas se ha reproducido la enfermedad que el siglo pasado convirtió en fascistas incluso a los italianos no fascistas, en nazis incluso a los alemanes no nazis y en bolcheviques a los rusos no bolcheviques. Y que ahora convierte en traidores incuso a los que no querrían serlo: el miedo.
“El Islam es teocracia. La teocracia niega la democracia. Ergo, el Islam está contra la democracia”. Un silogismo que don Tassi utilizaba para explicar que en manos de una teocracia la religión sólo sirve para mantenernos en la ignorancia, privarnos del conocimiento, asesinar nuestro intelecto.
¿Es el Corán es el nuevo Das Kapital, Mahoma el nuevo Karl Marx, Bin Landen el nuevo Lenin y el Once de Septiembre la nueva toma de la Bastilla? [págs. 59-61]

FRANCIA:
Que el sueño de destruir la Torre Eiffel es ante todo una gran estupidez lo entendí una tarde de la primavera de 2002, cuando La Rabia y el Orgullo salió en Francia donde un novelista acababa de ser incriminado por haber dicho que el Corán era el libro más estúpido y peligroso del mundo. ¿Sabes quién fue el primero en amontonar leña para mi suplicio? El mismo semanario parisino al que el editor le había concedido permiso para publicar extractos del libro en primicia. Publicado, junto a mi texto, las requisitorias de los psicoanalistas, islamistas, filósofos. ¿Sabes quién prendió fuego a la pira? El periódico de extrema izquierda que me dedicó una portada con el titular “Anatomía de un Libro Abyecto”. ¿Sabes qué pasó después? Muchos libreros atemorizados se vieron obligados a venderlo a escondidas.
Oriana nos confiesa a renglón seguido cómo le afectó esto:
No hacía otra cosa más que torturarme durante esos días. No hacía otra cosa más que sacudir la cabeza y repetirme: “No lo entiendo, no lo entiendo”. [págs. 63-66]
A lo que continúa escribiendo sobre Francia, específicamente sobre los llamados “asesinatos de honor” en el mundo musulmán:
Donde hace diez años una muchacha franco-turca de Colmar fue lapidada por su familia porque se había enamorado de un católico (“Mejor muerta que deshonrada” fue el comentario de su familia). Donde el mes de noviembre de 2001 una estudiante franco-marroquí recibió veinticinco puñaladas de su padre porque estaba a punto de casarse con un corso, también católico (“Mejor presidiario que deshonrado”, fue el comentario del padre).
Marsella en la práctica ya ha dejado de ser una ciudad francesa. Es una ciudad árabe. Ve y visita el barrio de Bellevue Pyat, convertido ahora en un arrabal de porquería y delincuencia donde los policías se niegan a aventurarse. Ve y visita la famosa Rue du Bon Pasteur donde todas las mujeres van con velo, todos los hombres con chilaba y la barba larga.
El colaboracionismo [de quienes promueven aún más inmigración] nace casi siempre del miedo. Pero su caso me recuerda al de los banqueros hebreos alemanes que, confiando en salvarse, le prestaron dinero a Hitler y que, a pesar de ello, terminaron en los hornos crematorios. [págs. 67-70]

INGLATERRA:
Es en Inglaterra, no en Francia, donde viven los cerebros de esta ofensiva, ideólogos que teorizan sobre ella, los intelectuales y los editores que la propagan, los sultanes que poseen los edificios y los hoteles más bellos de Londres. Porque también allí no se hace otra cosa que publicitar la sociedad pluriétnica, plurirreligiosa, pluricultural. [págs. 75s]
Oriana dedica las siguientes páginas a hablar de la escandalosa situación no sólo en Inglaterra, sino en Alemania, Holanda, Suecia y España, donde “desde Cádiz a Sevilla, desde Córdova a Granada, los ricachones de la realeza saudita han comprado las tierras más bellas de toda la región” (la antigua Al-Andaluz) y donde hay escuelas “en que enseñan exclusivamente a memorizar el Corán”. Luego se pregunta:
Y de todo esto nace el interrogante que me desgarra desde hace dos años: ¿pero cómo es posible que hayamos llegado a esta situación?
Pasa luego revista a la situación en su propio país, Italia, en la cual cita a un yihadista que dice:
Que para conquistarnos no necesitan pulverizar nuestros rascacielos o nuestros monumentos: les basta nuestra debilidad y su fertilidad. Entendámonos, lo dijo de forma simplona, burda, pero lo dijo con mucha claridad. “Esto no significa que nosotros queramos conquistaros con los ejércitos. Quizá todos los italianos terminen convirtiéndose. Porque a cada generación nosotros nos duplicamos más. En cambio vosotros os reducís a la mitad". [págs. 95s]

No hay religión [salvo el Islam] que se identifique con la Ley. En su vocabulario ni siquiera existe el término Libertad. Para decir Libertad dicen Liberación, Hurriya, palabra que deriva del esclavo derivado. Por Dios bendito, con todo lo que hemos luchado por romper el yugo de la Iglesia. Y después de haberlo roto, ¿vamos a entregarnos al yugo de un credo que no es el nuestro? ¿Para quién ha sido redactada la Constitución? ¿Para los italianos o para los extranjeros? Pregunto, en definitiva, si los extranjeros cuentan más que los ciudadanos. Si son una especie de superciudadanos. [págs. 97-100]

“Tradición islámica” significa total subordinación de la mujer. Esclavitud total. El Proyecto de las Comunidades Islámicas pide en cambio que en nuestras escuelas se enseñe el Corán como se enseña en sus escuelas privadas o en sus mezquitas. Y esta vez, lo piden sin ambigüedad. [págs. 127 & 131]

A Italia vuestros antepasados no han traído nada salvo el grito “Mamá, los turcos”. Vuestros antepasados sólo han venido a robar. Robar y punto. Y mientras escribo, la pregunta “cómo es posible que hayamos llegado a esto” vuelve a surgir. Y mientras vuelve a surgir me pregunto si fue por falta de perspicacia o por la fatalidad del destino por lo que gente como yo no se ha dado cuenta a tiempo de lo que se nos estaba viniendo encima. [págs. 135s]

Por lo demás, nadie se dio cuenta. La Guerra Fría distraía de todo. En aquella época sólo se hablaba del comunismo. No se oía la palabra islamismo.
Mira, el mundo que vislumbré con los Black Muslims [musulmanes negros] de Miami sólo lo volví a ver en 1971. Cuando fui a Bangladesh para cubrir la guerra indo-paquistaní y en Daca asistí a la matanza de los jóvenes impuros. Vi también la cantera de cemento donde un par de días antes los musulmanes de Mujib Rahman habían masacrado a ochocientos hindúes y donde los cuerpos de los ochocientos hindúes yacían abandonados al apetito de los buitres. Miles de buitres que desenrollaban en el cielo lo que parecían larguísimas serpentinas. Pero no eran serpentinas. Eran las vísceras que entre graznidos cogían con sus picos.
Entrevisté a George Habash [el rival de Arafat], el hombre al que le debíamos la mayor parte de los atentados en Europa. Y la entrevista con Habash me abrió los ojos. Porque mientras su concienzudo guardaespaldas lo protegía apuntándome con la ametralladora a la cabeza, con suma claridad Habash me explicó que el enemigo de los árabes no era Israel: era Occidente. Y aquí escúchame bien. No pierdas una palabra, una coma de lo que voy a contar. Ahí va: “Nuestra revolución es una etapa de la revolución mundial. No se limita a la reconquista de Palestina. Es necesario que toda la nación árabe entre en guerra con América y Europa. Que desencadene una guerra total contra Occidente. Y la desencadenará. Que América y Europa sepan que estamos apenas en el principio del principio. Que lo mejor está aún por llegar”. Y añadió: “Avanzar paso a paso, milímetro a milímetro. Año tras año. Década tras década”. [págs. 146-152]

Ya habían surgido [a mediados de los años noventa] la gran mezquita de París, la gran mezquita de Bruselas, la gran mezquita de Marsella. Habían surgido grandes y pequeñas mezquitas en Londres, Birmingham, Bradford, Colonia, Hamburgo, Estrasburgo, Viena, Copenhague, Oslo, Estocolmo, Madrid, Barcelona con el dinero de Arabia Saudita y de Kuwait y de Libia. Había estallado el Renacimiento del Islam apenas caído el Muro de Berlín. Ha llegado pues el momento de responder con claridad a la pregunta que ya por dos veces he dejado en suspenso. La pregunta de cómo hemos llegado a esto, qué hay detrás de esto. [págs. 157s]
En el siguiente capítulo Oriana expone su teoría. Una vez expuesta, culpa de colaboracionismo a la izquierda europea de la situación actual, y en subsecuentes capítulos escribe:
Aclarar ante todo que cuando hablo de derecha e Izquierda no me refiero a dos entidades opuestas y enemigas. ¿Sabes por qué? Porque en Occidente la Derecha ya no existe. Por eso hay momentos en los que me maldigo por no haberlo visto antes, por haberme dejado tomar el pelo durante buena parte de mi vida. [págs. 225s & 235]

Sin embargo, las culpas [de la izquierda] superan ampliamente a los méritos. Una de estas culpas que por medio de los cineastas, periodistas, maestros de escuela, profesores universitarios, se ha envenenado a dos generaciones. Y que ahora se está envenenando a la tercera. Salieron del vientre de la Izquierda. A los antiglobalización y los sedicentes pacifistas no los ha creado mi tía. Los ha creado la Izquierda.
Habitualmente son aquellos que cuando escribía contra la guerra de Vietnam se ponían en pie para aplaudirme. En cambio desde Hanoi cuando contaba las monstruosidades del régimen comunista, me comían viva. Pero la mayor culpa con la que se manchó la Izquierda durante los últimos cincuenta años es la culpa de haber favorecido la islamización de Italia. [págs. 239s & 245]
Mahoma consumó el matrimonio con una niña de nueve años y los musulmanes devotos tratan de imitarlo (a sus treinta años, el ayatolá Jomeini se casó con una niña de diez años). En el capítulo 11 Oriana habla de los estatutos sexuales que elaboró Jomeini cuando impuso la ley de la Sharia en Irán después del régimen secular del desterrado Sha. Oriana comenta:
En 1979 la Izquierda italiana mejor dicho la europea se había enamorado de Jomeini. La izquierda habla de progreso. ¿Cómo es posible que fornique con la ideología más retrógrada y más represiva de la tierra? ¿Cómo es posible que aplauda a un mundo en el que una niña puede ser viuda a los nueve años? Sufrí una especia de enfermedad, sí. De obsesión mejor dicho. Les preguntaba a todos: “¿Tú lo entiendes, usted entiende por qué la Izquierda está de parte del Islam?” Y todos respondían: “Claro que sí. La Izquierda es tercermundista, antiamericana, antisionista. Y el Islam también”. O bien: “Simple. Con el hundimiento de la Unión Soviética y el resurgir del capitalismo en China, la Izquierda ha perdido sus puntos de referencia. Ergo, se aferra al Islam como su tabla de salvación”. Por eso seguí atormentándome hasta que me di cuenta de que mis preguntas estaban equivocadas.
Eran preguntas equivocadas porque estaban equivocados los razonamientos o mejor dicho presupuestos en los que se basaban. Primer presupuesto, que la Izquierda es laica. Pues no: no es laica. La Izquierda es confesional. Eclesiástica. De una parte sus fieles y de otra parte sus infieles más bien los perros-infieles. Como el Islam, nunca reconoce sus culpas y sus errores. Se considera infalible, nunca pide perdón. Como el Islam, no acepta que pienses de una forma diferente. Autocrática, totalitaria, incluso cuando acepta el juego de la democracia. No en vano el noventa y cinco por ciento de los italianos convertidos al Islam proceden de la Izquierda o del la Extrema Izquierda roji-negra. Como el Islam, por último, la Izquierda es antioccidental. Y el motivo por lo que es antioccidental te lo digo con un extracto del liberal austriaco Friedrich Haynek a propósito de la Rusia bolchevique y de la Alemania nazi: “Aquí no sólo se abandonan los principios de Adam Smith y de Hume, de Locke y de Milton. Aquí se abandonan las características más básicas de la civilización desarrollada por los griegos y los romanos y el cristianismo, es decir, la civilización occidental. Aquí no se renuncia sólo al liberalismo del XVIII y del XIX, es decir al liberalismo que completó dicha civilización. Aquí se renuncia al individualismo que gracias a Erasmo de Rotterdam, a Montaigne, a Cicerón, a Tácito, a Pericles, a Tucídides, heredó esa civilización. El individualismo, el concepto de individualismo, que a través de las enseñanzas proporcionadas por los filósofos de la antigüedad clásica, del cristianismo, del Renacimiento y de la Ilustración nos ha hecho tal y como somos”. [págs. 249-254]
En las siguientes páginas Oriana arremete contra aquellos que, en aras del multiculturalismo y la corrección política —jamás considerar a una cultura más patológica que la nuestra—, hacen la apologética de la ablación del clítoris en algunos países musulmanes. Una vez concluido este tema, Oriana habla sobre:
Una mezquita de Túnez donde se suele decir “espero que todos mis hijos mueran mártires”. A los tipos como yo se les procesa, se los denigra, pero a los hijos de Alá hay que tratarlos con sumo cuidado, ¿verdad? [págs. 275s]
Ya en el epílogo de su libro, Oriana cita a Tocqueville: que en las democracias, es decir: la dictadura de las mayorías, se puede decir todo menos la verdad porque la verdad pone entre la espada y la pared. “Da miedo. Los más ceden al miedo y trazan en torno una invisible pero infranqueable barrera de la cual sólo se puede o callar o unirse al coro”. Luego añade:
Cuando en el mes de octubre de 2002 publiqué en Italia el texto de la conferencia titulada “Wake up Occidente”, esperaba que en torno a él se abriese un debate. Era un texto sobre el sueño que ha narcotizado a Europa transformándola en Eurabia, y merecía una discusión. Pero… el círculo infranqueable, la barrera insuperable, existe también en América. Lo sé. De hecho, Tocqueville descubrió el triste fenómeno estudiando las democracias en América. Piensa en los oportunistas que vestidos de profesores infestan las universidades contando a los estudiantes que la cultura occidental es una cultura inferior e incluso perversa.
A tales ideologías de autoodio Oriana contrapone lo mejor que Occidente ha dado:
“El secreto de la felicidad es la libertad, y el secreto de la libertad es el coraje”, decía Pericles.
Pero en nuestro mundo gobernado por lo Politically Correct lo que impera es el—:
miedo, y expresar una opinión diferente a la expresada o aceptada por la mayoría. Miedo de no estar suficientemente alineados, obedientes, serviles, y por lo tanto poder ser condenados a la muerte civil con la que las democracias inertes chantajean a los ciudadanos. En definitiva, miedo a ser libres. A arriesgarse, a tener coraje. Hoy el coraje es una mercancía de lujo, en cambio la cobardía es el pan que se vende en las tiendas.
Si muere la democracia, la libertad se va a hacer puñetas. Porque, queridos míos, es necesario un examen de conciencia. Eso que nadie quiere hacer, se atreve a hacer. Y una vez establecido esto, intentemos responder a la pregunta más difícil que jamás me hayan planteado. La pregunta: ¿estamos todavía a tiempo de apagar el incendio?
Quizá no.
He aquí el problema, porque para apagar el incendio no basta sólo con América. No es sufriente. Es cierto que América es fuerte y generosa. Tan fuerte y tan generosa que en los últimos sesenta años ya ha apagado dos incendios. El del nazifascismo y el del comunismo. Pero para apagar este incendio hace falta ante todo y sobre todo contar con Europa. Y todo lo que sucede en Europa, en Eurabia, es declive de la Razón. Pensar ilusamente que hay un Islam bueno y un Islam malo, es decir no darse cuenta que existe sólo un Islam; no defender el propio territorio, la propia casa, los propios hijos, va contra la Razón. Ir contra la Razón es también esperar que el incendio se apague por sí solo. Por lo tanto, escuchadme bien, por favor. Escuchadme bien porque, como ya he dicho, no escribo por diversión o por dinero. Escribo porque es mi deber. Un deber que me está constando la vida. Y por deber he examinado a fondo esta tragedia, la he estudiado a fondo. En los últimos dos años no me he ocupado de otra cosa. Y me gustaría morir pensando que tanto sacrificio ha servido para algo. En mi “Wake up Occidente” decía que habíamos perdido la pasión, que es necesario reencontrar la fuerza de la pasión. Y Dios sabe que es cierto. Para no acostumbrarse, para no resignarse, para no rendirse, es necesaria la pasión. Para vivir es necesaria. Pero aquí no se trata sólo de vivir y punto. Aquí se trata de sobrevivir. [págs. 288- final del libro]

Oriana Fallaci I: La rabia y el orgullo

Oriana Fallaci es una heroína que merece un monumento en cada ciudad de Europa. Europa: una Troya en llamas por el Islam por culpa de los gobiernos, la academia antioccidental y multiculturalista, y los medios de comunicación.
Como no tengo los medios para construirle una escultura, me limito a capturar los pasajes más iluminadores de su trilogía, empezando por
La Rabia y el Orgullo (España: La Esfera de los Libros, 2002), sin intercalar puntos suspensivos al saltarme un párrafo:


Extractos de La rabia y el orgullo:

Vivo en el autoexilio político que contemporáneamente a mi padre me impuse hace muchos años. Es decir, cuando ambos nos dimos cuenta de que vivir codo a codo con una Italia cuyos ideales yacían en la basura se había convertido en algo demasiado difícil, demasiado doloroso; y desilusionados, ofendidos y heridos cortamos los lazos con la mayoría de nuestros compatriotas. [pág. 7]

Y por disciplina, por coherencia, he permanecido callada durante todos estos años como un lobo desdeñoso. Un viejo lobo consumido por el deseo de destripar las ovejas, descuartizar los conejos. Así, dieciocho días después del Apocalipsis de Nueva York [el 11 de septiembre], rompí el silencio con el larguísimo artículo que apareció en un periódico italiano. [pág. 14]

Y justo cuando me preguntaba “qué hago”, “qué hago” la TV me mostró las imágenes de los palestinos que locos de alegría celebraban la masacre. Berreaban Victoria-Victoria. Entonces, con el ímpetu de un soldado que sale de la trinchera y se lanza contra el enemigo, me arrojé sobre la máquina de escribir. Hice lo único que podía hacer: escribir. Conceptos que durante años había tenido aprisionados en mi cerebro y en mi corazón diciéndome: “Es inútil. La gente está sorda. No escucha. No quiere escuchar”. Y lo que escribí en aquellos días era realmente un llanto incontenible. Por los vivos, por los muertos. Por los que parecen vivos pero están muertos como los italianos, los europeos, que no tienen cojones [“huevos” se diría en México] para cambiar. Regresé a la máquina de escribir donde el incontenible llanto se transformó en un grito de rabia y de orgullo. Un “ J’accuse ”. Trabajé todavía un par de semanas. Sin parar, sin comer, sin dormir. No sentía ni siquiera el hambre, no sentía ni siquiera el sueño. Me sustentaba sólo con cigarrillos y café. Bien: las páginas que siguen a este prólogo son el pequeño libro, el texto completo que escribí en las dos semanas las cuales no comía, no dormía, aguantaba despierta con café y cigarrillos. [págs. 16-19 & 23]

Para comprenderlo basta mirar las imágenes que encontramos cada día en la televisión. Las multitudes que abarrotan las calles de Islamabad, las plazas de Nairobi, las mezquitas de Teherán. Los rostros enfurecidos, los puños amenazadores, las pancartas con el retrato de Bin Laden, las hogueras que queman la bandera americana y el monigote de George Bush. Quien en Occidente cierra los ojos, quien escucha los berridos Allah-akbar, Allah-akbar. ¿Simples grupos de extremistas? ¿Simples minorías de fanáticos? Son millones y millones los fanáticos. Esos millones y millones para los que Osama bin Laden es una leyenda comparable con la leyenda de Jomeini. Esos millones y millones que, desaparecido Jomeini, se reconocen en el nuevo líder, el nuevo héroe. Hace unas cuantas noches vi a los de Nairobi (lugar del que nunca se habla). Abarrotaban la plaza del mercado más que en Gaza o Islamabad o Jakarta, y un reportero de TV preguntó a un viejo: “Who is for you Bin Laden?” “A hero!, our hero!” respondió. Y el verdadero protagonista de esta guerra no es Osama bin Laden. No es la parte visible del iceberg, la cumbre de la montaña. Es la Montaña. Esa Montaña que culpa a Occidente de las pobrezas materiales del mundo islámico. [págs. 27s]

Soy Toscana y Florentina. Pienso en la Galería de la Academia con el David de Michelangelo (un David escandalosamente desnudo, Dios mío, luego especialmente mal visto por los fieles del Corán.) Y si los jodidos hijos de Alá me destruyeran uno solo de estos tesoros, uno solo, sería yo quien se convertiría en una asesina. Así que escuchadme bien, secuaces de un dios que predica el “ojo por ojo y diente por diente”: yo no tengo veinte años pero nací en la guerra, en la guerra crecí, en la guerra he vivido la mayor parte de mi existencia. De guerra entiendo y tengo más cojones que vosotros.

Apenas informado de que el artículo se estaba convirtiendo en un libro, el profesor Howard Gotlieb de la Boston University, la universidad americana que desde hace décadas recoge y cuida mi trabajo, me llamó y me preguntó: “Cómo definiremos La Rabia y el Orgullo?” “No lo sé”, respondí explicándole que esta vez no se trataría de una novela ni de un reportaje y tampoco de un ensayo o de unas memorias o de un panfleto. “Cómo esperas que se lo tomen los italianos, los europeos?” “No lo sé”, respondí. “Un sermón se juzga por los resultados, no por los aplausos o los silbidos que recibe. Y antes de ver los resultados del mío tendrá que pasar mucho tiempo. No se puede despertar de repente y con un pequeño libro escrito en pocas semanas a quien duerme como un oso en letargo. No sé tampoco si el oso despertará, profesor Gotlieb. De veras no lo sé...” En compensación sé que cuando se publicó el artículo en cuatro horas el diario agotó un millón de ejemplares y ocurrieron episodios conmovedores. Cuando el director ahora espantado vino a Nueva York para incitarme a romper el silencio ya roto, no me habló de dinero. Y esto no me desagradó. Me pareció casi elegante que él no tocase el tema del dinero respecto a un trabajo avalado por la muerte de tantas criaturas y en mi intención destinado a taladrar las orejas de los sordos, abrir los ojos de los ciegos, inducir a los descerebrados a usar el cerebro. [págs. 38-41 & 51s]

En cuanto a los que se arrojaron contra las Torres y el Pentágono, los juzgo particularmente odiosos. Se ha descubierto que su jefe Muhammad Atta dejó dos testamentos. Uno que dice: “En mis funerales no quiero seres impuros, es decir, animales y mujeres”. Otro que dice: “Ni siquiera cerca de mi tumba quiero seres impuros. Sobre todo los más impuros de todos: las mujeres embarazadas”. [pág. 62]

Intimidados como estáis por el miedo de ir a contracorriente o parecer racistas —palabra inapropiada porque como resultará claro el discurso no es sobre una raza, es sobre una religión. No entendéis o no queréis entender que aquí está ocurriendo una Cruzada al Revés. Y no tengo ninguna intención de ver mi racionalismo, mi ateísmo, ofendido y perseguido y castigado por los nuevos inquisidores de la Tierra. Por los bárbaros que usan el cerebro sólo para memorizar el Corán. Por los obtusos que rezan cinco veces al día, que cinco veces al día están arrodillados y con el trasero expuesto... [págs. 83]

“¡Racista, racista!” Fueron las cigarras, los soi-di-sant progresistas —en aquel tiempo se llamaban comunistas— los que me crucificaron. Por lo demás el insulto racista-racista me lo gritaron de igual modo cuando los soviéticos invadieron Afganistán. ¿Recuerdas a los barbudos con sotana y turbante que antes de disparar el mortero o mejor a cada golpe de mortero, berreaban preces al Señor, Allah-akbar? Yo les recuerdo bien. Y, a pesar de mi ateísmo, aquel acoplar la palabra de Dios al golpe de mortero me daba escalofríos. Horrorizada decía: “Los soviéticos son lo que son. Pero debemos admitir que con esta guerra nos protegen incluso a nosotros. Y se los agradezco”. Ayuda, ayuda: se volvieron a abrir los cielos: “¡Racista, racista!” Cegados por su mala fe, su cinismo, su oportunismo, no querían tampoco considerar las monstruosidades con las que los afganos mataban a los prisioneros soviéticos. A los prisioneros soviéticos les cortaban las piernas y los brazos, ¿recuerdas? El pequeño vicio al que sus correligionarios ya se habían dedicado en el Líbano con los cristianos y los judíos. (Y no hay que asombrarse visto que durante el siglo XIX mutilaban y mataban de la misma manera a los diplomáticos y los embajadores británicos de Kabul. Relee la historia y apunta los nombres, los apellidos, las fechas… A los diplomáticos británicos, a los embajadores, les cortaban también la cabeza. Después, con ella, jugaban al polo. Las piernas y los brazos, en cambio, los exponían en las plazas o los vendían en el bazar.) Eh, sí: también de esto rehusaban hablar las cigarras. [págs. 86s]

Si América cae, cae Europa. Cae Occidente, caemos nosotros. [pág. 89]

Durante la entrevista de la CNN, cuatro veces Christiane Amanpour le preguntó a Chirac de qué modo y en qué medida pensaba oponerse a la Yihad. Y cuatro veces eludió la respuesta escurriéndose como una anguila. Cuatro. Y la cuarta vez grité: “Monsieur le Président! ¿Recuerda el desembarco en Normandía? ¿Recuerda cuántos americanos cayeron en Normandía para expulsar de Francia a los nazis?”
El problema es que de España a Suecia, de Alemania a Grecia, ni siquiera en los otros países europeos veo a Ricardos Corazón de León. [pág. 90]

Y a propósito de inteligencia: ¿es verdad que en Europa los actuales líderes de la izquierda o de lo que llaman izquierda no quieren oír lo que digo? ¿Es verdad que al oírlo montan en cólera, berrean “Inaceptable, inaceptable”? ¿Por qué? Si las monstruosidades de su Corán osan imponerlas en mi país… Lo pretenden. Osama bin Laden ha declarado muchas veces que toda la Tierra debe ser musulmana, que todos debemos convertirnos al Islam, que por las buenas o por las malas. Y me dan ganas de invertir los papeles, de matarlo él. La Cruzada al Revés dura desde hace demasiado tiempo, amigo mío. Y seducida por nuestro bienestar, nuestras comodidades, nuestras oportunidades, alentada por la flaqueza y la incapacidad de nuestros gobernantes, sostenida por los cálculos de la Iglesia católica y por oportunismos de la izquierda, protegida por nuestras leyes complacientes. Los quince millones de musulmanes que hoy viven en Europa (¡quince!) son solamente los pioneros de las futuras oleadas. Y créeme: vendrán cada vez más. Exigirán cada vez más. Pues negociar con ellos es imposible. Razonar con ellos, impensable. Tratarlos con indulgencia o tolerancia o esperanza, un suicidio. Y cualquiera que piense lo contrario es un pobre tonto. [págs. 96-99]

A las cigarras de sexo masculino, o sea los hipócritas que nunca pronuncian una palabra contra el burkah, nunca mueven un dedo contra los nuevos nazis de la tierra, no tengo nada que decirles. A las cigarras de sexo femenino, o sea las feministas de mala memoria, por el contrario, tengo algo que decirles y aquí está. Fuera la máscara, falsas amazonas. ¿Cómo es que ante las mujeres afganas, ante las criaturas asesinadas torturadas humilladas por los cerdos-machistas con la sotana y el turbante, imitáis el silencio de vuestros varoncitos? ¿Cómo es que nunca vais a ladrar ante la embajada de Afganistán o de Arabia Saudí o de cualquier otro país musulmán? Sois y siempre habéis sido gallinas. [págs. 112-114]

Además, cada objeto sobreviviente del Pasado es sacro. Los dos Budas de Bamiyán… esos hijos de puta me los han destruido. [pág. 116]

Los he visto en Beirut. Aquella Beirut donde habían sido acogidos por los libaneses, se habían apropiado de la ciudad y luego del país entero. Dirigidos por ese Arafat que hoy se hace la víctima, que descaradamente reniega de su pasado (y presente) de terrorista.
¿Nadie se acuerda del santo eslogan lanzado por Lenin, “La religión es el opio de los pueblos”? Miradme a los ojos, cigarras de lujo y no lujo: ¿adónde ha ido vuestro laicismo? En Europa defender la propia cultura se ha convertido en un pecado mortal. [págs. 125-127]

Paren demasiado, esos hijos de Alá. Los europeos y particularmente los italianos ya no paren: estúpidos. Sus huéspedes, al contrario, no hacen más que parir. Se multiplican como ratones. [pág. 136]

Estoy diciendo que en Italia, en Europa, no hay sitio para los muecines, los minaretes, los falsos abstemios, el maldito chador. Equivaldría a regalarles nuestra alma, nuestra patria. En mi caso, Italia. Y mi Italia no se la regalo a nadie. Naturalmente mi patria, mi Italia, no es la Italia de hoy: la Italia mezquina, estúpida, cobarde. [pág. 143 & 149]

Los ex comunistas me han ofendido con su prepotencia, su terrorismo intelectual. Esos curas rojos que me trataban como una Infiel. Cuando les señalas la luna con el dedo, los cretinos miran el dedo, no la luna. [págs. 153 & 176]

¡Ah! ¡Cómo soñaba a Europa cuando era joven, muy joven! Bueno. Los italianos de las Italias que no son mi Italia cacarean que hemos hecho Europa [la Unión Europea]. Los franceses, los ingleses, los españoles, los alemanes (etcétera) que se asemejan a los italianos dicen lo mismo. Pero este Club Financiero que roba mi parmesano y mi gorgonzola, que sacrifica mi bella lengua y mi identidad nacional, que me irrita con el Politically Correct y con sus ridículas demagogias populistas, “todos los perros son iguales”, “todos los culos son iguales”, esta mentira que facilita la invasión islámica y hablando de Identidad Cultural fornica con los enemigos de la civilización, no es la Europa que yo soñaba. No es Europa, es el suicidio de Europa.
Lo que tenía que decir lo he dicho. La rabia y el orgullo me lo han ordenado. [págs. 180-final del libro]
Extensas citas a los siguientes libros de Oriana sobre la islamización también pueden leerse en este blog aquí y acá.