jueves, 16 de abril de 2009

Nuevas leyes orwellianas

En los pensamientos finales de su célebre serie Civilización de 1969, la primera serie televisiva de su género, Kenneth Clark nos confesó su más íntimo pensamiento: “Ante todo, creo en el divino genio de algunos individuos, y valoro la sociedad que hace posible su existencia”. Stefan Zweig, el biógrafo del alma humana, fue más lejos:
"El natural reflejo del individuo no es su opinión propia, sino su adaptación a la opinión de la época, y constituye el sometimiento ante la opinión de la mayoría. Si la mayoría, la mayoría aplastante no fuera tan maleable, si esos millones no renunciaran por instinto o por inercia a su propia opinión personal, ya hace mucho que la gigante maquinaria estaría en reposo. Se precisan cada vez energías especiales, un valor a toda prueba ¡y cuán pocos lo poseen! a fin de oponerse a esta presión espiritual de millones de atmósferas, que significan energías magnas. En un individuo deben reunirse fuerzas muy raras y muy probadas para que pueda subsistir en su singularidad. Debe poseer un exacto conocimiento del mundo, un espíritu de visión clara y rápida, un soberano desprecio por toda manada o agrupación, una arrogante y descomunal desconsideración y ante todo coraje, tres veces coraje, coraje tan firmemente cimentado que lo secunde para su propio convencimiento".
Estas ideas del individuo versus Leviatán son muy atacadas hoy día, especialmente por los ingenieros sociales que importan a millones de musulmanes a Europa y desean prohibir la libre expresión por medio de nuevas leyes llamadas “expresiones de odio” que tienen como blanco a quienes tal ingeniería critican, como muestro en mis entradas de Bruce Bawer y Oriana Fallaci aquí, y en los extractos de sus libros: Autoentrevista, así como La Fuerza de la Razón y La Rabia y el Orgullo.