jueves, 9 de abril de 2009

Españoles relativistas: ¡No sean tan idiotas!

En uno de mis textos que deseo publicar había mencionado a una mexicana a la que critico por su grotesca interpretación en pro de la cultura indígena en tiempos de la conquista. Pero los españoles no se quedan atrás: ambos, españoles y mexicanos, ahora promulgan la leyenda negra. El pasaje que recojo se refiere a la moda del relativismo cultural a la que han sucumbido muchos académicos y estudiantes en el siglo XXI. Escribí lo siguiente gracias a mi estancia de meses en una isla al lado de África. He aquí el pasaje:

En 2008 visité el museo y parque arqueológico llamado Cueva Pintada en el pueblo Gáldar en Gran Canaria. El documental exhibido expresaba el más puro maniqueísmo. A pesar de reconocer lo difundido del infanticidio de niñas en esas tribus, los conquistadores aparecen como los malos y los habitantes del asentamiento troglodita como los pobres nobles salvajes victimados por los europeos. En otro museo, El Museo Canario, el siguiente año consulté un texto académico sobre el infanticidio de estos prehispánicos blancos (curiosamente, más rubios que los españoles aunque apenas emergían del neolítico). Al igual que la mencionada María Alba Pastor que veía a los sacrificios mexicanos como “una reacción a la propia Conquista”, tres académicos españoles postularon que el infanticidio canario podría haber sido consecuencia de “la constante agresión militar, religiosa y cultural” infligida por los conquistadores.* Esta interpretación ignora el hecho que la práctica predataba la llegada de los españoles.

A diferencia de estos documentales y textos académicos que ven en Occidente la causa de todo mal, he aquí las primeras letras sobre la práctica del infanticidio en las siete islas de Canaria. La siguiente descripción proviene de Diego Gómez de Cintra, navegante portugués que escribió sobre lo que vio en La Palma:
El padre y la madre toman al hijo y ponen su cabeza sobre una piedra y cogen otra piedra y le dan en la cabeza al niño y le quiebran el cráneo, y así lo matan, dispersos los ojos y el cerebro por tierra, lo que es una gran crueldad de los padres.
En la página 166 del mencionado artículo, en cambio, los académicos contemporáneos se ponen de parte de los perpetradores alegando que “la adopción de una medida tan extrema se justifica plenamente”. Una vez que las nuevas generaciones rompan con esta antropología inmoral y psicótica se verán estas matanzas con la debida compasión por las víctimas, como lo hicieron los primeros cronistas. La postura relativista, que a pesar de la declaración de 1999 de la Asociación Antropológica Americana persiste, me recuerda unas palabras de Terry Deary: “La historia puede ser horrible, pero a veces los historiadores pueden ser más horribles”.



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* Julio Cuenca Sanabria, Antonio Betancor Rodríguez y Guillermo Rivero López: “La práctica del infanticidio femenino como método de control natal entre los aborígenes canarios: las evidencias arqueológicas en Cendro, Telde, Gran Canaria”, El Museo Canario, LI [número de la revista #51], 1996, pág. 124 (cincuenta páginas más adelante los autores reiteran esta interpretación). A pesar de que el título del largo artículo da por sentado que la etiología de la práctica era “el control natal”, en el mismo artículo se recogen las palabras de autores que ponen en entredicho esa explicación.