
El infanticidio animal ha sido estudiado por Yukimaru Sugiyama y otros, incluyendo el infanticidio entre los monos Langur de la India y los gorilas de lomo plateado: la plataforma para entender las motivaciones infanticidas de nuestros ancestros homínidos. Como no podemos ver nuestro pasado paleolítico y neolítico, en psicohistoria los estudios de los caníbales nómadas de Nueva Guinea arrojan luz sobre las formas de crianza que mantuvieron cautiva a la humanidad en el pensamiento paleológico antes de idear la agricultura.
Otra manera de visualizar el concepto de psicoclases es leer las notas periodísticas sobre la cacería de “niños brujos” en África. Un reporte de 2006 de la UNICEF y otros defensores infantiles calculan que miles de niños en Angola, Congo y la antigua Zaire son acusados de brujería. La creencia está tan arraigada que incluso los trabajadores sociales creen en su existencia. En 2001 al menos mil brujas fueron macheteadas hasta morir en una purga en Zaire: la actual República Democrática del Congo.
La figura de la depredadora bruja nocturna que se chupa a los niños ha dejado perplejos a los antropólogos. Aunque no creen en los universales tal figura se presenta independientemente en las culturas autóctonas de Asia, América, Europa y África.
Pero después de haber escrito mi Quetzalcóatl entiendo mejor el fenómeno. La dualidad del mito podría tener su génesis en el hecho que muchas madres de la vida real cuidan íntimamente al niño a la vez de comportarse como devoradoras, succionadoras de vida. Al estar proscrito este saber a lo largo de las culturas debido al problema del apego con el agresor, el inconsciente colectivo crea un símbolo. Así lo ilustré con la figura de Tonantzin-Guadalupe en mi libro La india chingada, y, a nivel individual, en la manera como de adolescente me escandalizaba al soñar diariamente a mi madre como una Medusa al despabilarme en las mañanas: sueños que le dieron el título al primer libro de mi serie, Carta a mamá Medusa.
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